gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
agotaba. Después de rondar la quinta de La Manga durante varios días, compr<strong>en</strong>dió que<br />
aqu<strong>el</strong> método juv<strong>en</strong>il no lograría romper las puertas cond<strong>en</strong>adas por <strong>el</strong> luto. Una<br />
mañana, buscando un número <strong>en</strong> <strong>el</strong> directorio de t<strong>el</strong>éfonos, se <strong>en</strong>contró por casualidad<br />
con <strong>el</strong> de <strong>el</strong>la. Llamó. El timbre sonó muchas veces, y por fin reconoció la voz, seria y<br />
afónica: “¿A ver?”. Colgó sin hablar, pero la distancia infinita de aqu<strong>el</strong>la voz inasible le<br />
resintió la moral.<br />
Por esos días, Leona Cassiani c<strong>el</strong>ebró su cumpleaños, e invitó un reducido grupo<br />
de amigos a su casa. Él estuvo distraído y se echó <strong>en</strong>cima la salsa d<strong>el</strong> pollo. Ella le limpió<br />
la solapa mojando la punta de la servilleta <strong>en</strong> <strong>el</strong> vaso de agua, y después se la puso de<br />
babero para impedir un accid<strong>en</strong>te mayor: quedó como un bebé viejo. Notó que varias<br />
veces durante la comida se quitó <strong>los</strong> l<strong>en</strong>tes para secar<strong>los</strong> con <strong>el</strong> pañu<strong>el</strong>o, porque <strong>los</strong> ojos<br />
le lloraban. A la hora d<strong>el</strong> café se durmió con la taza <strong>en</strong> la mano, y <strong>el</strong>la trató de quitárs<strong>el</strong>a<br />
sin despertarlo, pero él reaccionó avergonzado: “Sólo estaba reposando la vista”. Leona<br />
Cassiani se acostó sorpr<strong>en</strong>dida de cuánto había empezado a notárs<strong>el</strong>e la vejez.<br />
En <strong>el</strong> primer aniversario de la muerte de Juv<strong>en</strong>al Urbino, la familia <strong>en</strong>vió esqu<strong>el</strong>as<br />
de invitación a una misa conmemorativa <strong>en</strong> la catedral. Para <strong>en</strong>tonces, Flor<strong>en</strong>tino Ariza<br />
había mandado la carta número ci<strong>en</strong>to treinta y dos sin haber recibido de vu<strong>el</strong>ta ninguna<br />
señal, y esto lo impulsó a la decisión audaz de asistir a la misa aunque no estuviera<br />
invitado. Fue un acontecimi<strong>en</strong>to social más fastuoso que conmovedor. Los escaños de las<br />
primeras filas, reservados con carácter vitalicio y hereditario, t<strong>en</strong>ían <strong>en</strong> <strong>el</strong> espaldar una<br />
placa de cobre con <strong>el</strong> nombre d<strong>el</strong> dueño. Flor<strong>en</strong>tino Ariza llegó <strong>en</strong>tre <strong>los</strong> primeros<br />
invitados para s<strong>en</strong>tarse <strong>en</strong> un sitio por donde Fermina Daza no pudiera pasar sin verlo.<br />
P<strong>en</strong>só que <strong>los</strong> mejores serían <strong>los</strong> de la nave c<strong>en</strong>tral a continuación de <strong>los</strong> escaños<br />
reservados, pero era tanta la concurr<strong>en</strong>cia que tampoco allí <strong>en</strong>contró un lugar libre, y<br />
tuvo que s<strong>en</strong>tarse <strong>en</strong> la nave de <strong>los</strong> pari<strong>en</strong>tes pobres. Desde allí vio <strong>en</strong>trar a Fermina<br />
Daza d<strong>el</strong> brazo de su hijo, vestida de terciop<strong>el</strong>o negro hasta <strong>los</strong> puños, sin ningún<br />
aderezo, con una botonadura continua desde <strong>el</strong> cu<strong>el</strong>lo hasta la punta de <strong>los</strong> pies, como<br />
una sotana de obispo, y una chalina de <strong>en</strong>caje cast<strong>el</strong>lano <strong>en</strong> vez d<strong>el</strong> sombrero con v<strong>el</strong>illo<br />
de las otras viudas, y aun de muchas señoras ansiosas de serlo. El rostro descubierto<br />
t<strong>en</strong>ía un resplandor de alabastro, <strong>los</strong> ojos lanceolados vivían con vida propia bajo las<br />
<strong>en</strong>ormes arañas de la nave c<strong>en</strong>tral, y caminaba tan derecha, tan altiva, tan dueña de sí,<br />
que no parecía mayor que <strong>el</strong> hijo. Flor<strong>en</strong>tino Ariza, de pie, apoyó la punta de <strong>los</strong> dedos<br />
<strong>en</strong> <strong>el</strong> respaldo d<strong>el</strong> escaño hasta que pasó de largo <strong>el</strong> vahído, porque sintió que él y <strong>el</strong>la<br />
no estaban a siete pasos de distancia sino <strong>en</strong> dos días difer<strong>en</strong>tes.<br />
Fermina Daza soportó la ceremonia <strong>en</strong> <strong>el</strong> escaño familiar fr<strong>en</strong>te al altar mayor, de<br />
pie casi todo <strong>el</strong> tiempo, con la misma prestancia con que asistía a la ópera. Pero al final<br />
rompió las normas de la liturgia, y no permaneció <strong>en</strong> su lugar para recibir la r<strong>en</strong>ovación<br />
de las condol<strong>en</strong>cias, de acuerdo con <strong>los</strong> usos vig<strong>en</strong>tes, sino que se abrió paso para darle<br />
las gracias a cada uno de <strong>los</strong> invitados: un gesto r<strong>en</strong>ovador que iba muy de acuerdo con<br />
su modo de ser. Saludando a unos y a otros llegó hasta <strong>los</strong> escaños de <strong>los</strong> pari<strong>en</strong>tes<br />
pobres, y por último miró <strong>en</strong> torno suyo para asegurarse de que no le faltaba saludar a<br />
nadie conocido. Flor<strong>en</strong>tino Ariza sintió <strong>en</strong>tonces que un vi<strong>en</strong>to sobr<strong>en</strong>atural lo sacó de su<br />
c<strong>en</strong>tro: <strong>el</strong>la lo había visto. Fermina Daza, <strong>en</strong> efecto, se apartó de sus acompañantes con<br />
la soltura con que hacía todo <strong>en</strong> sociedad, le t<strong>en</strong>dió la mano, y le dijo con una sonrisa<br />
muy dulce:<br />
-Gracias por haber v<strong>en</strong>ido.<br />
Pues no sólo había recibido las cartas, sino que las había leído con un grande<br />
interés, y había <strong>en</strong>contrado <strong>en</strong> <strong>el</strong>las serios motivos de reflexión para seguir vivi<strong>en</strong>do.<br />
Estaba <strong>en</strong> la mesa, desayunando con su hija, cuando recibió la primera. La abrió por la<br />
curiosidad de que estuviera escrita a máquina, y un rubor súbito le abrasó <strong>el</strong> rostro al<br />
reconocer la inicial de la firma. Pero lo asimiló al instante y se guardó la carta <strong>en</strong> <strong>el</strong><br />
bolsillo d<strong>el</strong> d<strong>el</strong>antal. Dijo: “Es un pésame d<strong>el</strong> gobierno”. La hija se sorpr<strong>en</strong>dió: “Ya han<br />
llegado todos”. Ella no se inmutó: “Este es otro”. Su propósito era quemar la carta más<br />
tarde, lejos de las preguntas de la hija, pero no pudo resistir la t<strong>en</strong>tación de echarle<br />
antes una ojeada. Esperaba una réplica merecida a su carta de injurias, que había<br />
Gabri<strong>el</strong> García Márquez 163<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera