30.04.2013 Views

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

muchacho de rostro sonrosado que lo saludó con una inclinación de cabeza. Lo había<br />

visto <strong>en</strong> alguna parte, sin duda, pero no recordaba dónde. Le ocurría con frecu<strong>en</strong>cia,<br />

sobre todo con <strong>los</strong> nombres de las personas, aun de las más conocidas, o con una<br />

m<strong>el</strong>odía de otros <strong>tiempos</strong>, y esto le provocaba una angustia tan espantosa, que una<br />

noche hubiera preferido morir que soportarla hasta <strong>el</strong> amanecer. Estaba a punto de llegar<br />

a ese estado cuando un fogonazo caritativo le alumbró la memoria: <strong>el</strong> muchacho había<br />

sido alumno suyo <strong>el</strong> año anterior. Se sorpr<strong>en</strong>dió de verlo allí, <strong>en</strong> <strong>el</strong> reino de <strong>los</strong> <strong>el</strong>egidos,<br />

pero <strong>el</strong> doctor Oliv<strong>el</strong>la le recordó que era <strong>el</strong> hijo d<strong>el</strong> Ministro de Higi<strong>en</strong>e, que había v<strong>en</strong>ido<br />

a preparar una tesis de medicina for<strong>en</strong>se. El doctor Juv<strong>en</strong>al Urbino le hizo un saludo<br />

alegre con la mano, y <strong>el</strong> jov<strong>en</strong> médico se puso de pie y le respondió con una rever<strong>en</strong>cia.<br />

Pero ni <strong>en</strong>tonces ni nunca cayó <strong>en</strong> la cu<strong>en</strong>ta de que era <strong>el</strong> practicante que había estado<br />

con él esa mañana <strong>en</strong> la casa de Jeremiah de Saint-Amour.<br />

Aliviado por una victoria más sobre la vejez, se abandonó al lirismo diáfano y<br />

fluido de la última pieza d<strong>el</strong> programa, que no pudo id<strong>en</strong>tificar. Más tarde, <strong>el</strong> jov<strong>en</strong><br />

ch<strong>el</strong>ista d<strong>el</strong> conjunto, que acababa de regresar de Francia, le dijo que era <strong>el</strong> cuarteto<br />

para cuerdas de Gabri<strong>el</strong> Fauré, a qui<strong>en</strong> <strong>el</strong> doctor Urbino no había oído nombrar siquiera a<br />

pesar de que siempre estuvo muy alerta a las novedades de Europa. P<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te de él,<br />

como siempre, pero sobre todo cuando lo veía <strong>en</strong>simismado <strong>en</strong> público, Fermina Daza<br />

dejó de comer y puso su mano terrestre sobre la suya. Le dijo: “Ya no pi<strong>en</strong>ses más <strong>en</strong><br />

eso”. El doctor Urbino le sonrió desde la otra orilla d<strong>el</strong> éxtasis, y fue <strong>en</strong>tonces cuando<br />

volvió a p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> lo que <strong>el</strong>la temía. Se acordó de Jeremiah. de SaintAmour, expuesto a<br />

esa hora d<strong>en</strong>tro d<strong>el</strong> ataúd con su falso uniforme de guerrero y sus condecoraciones de<br />

utilería, bajo la mirada acusadora de <strong>los</strong> niños de <strong>los</strong> retratos. Se volvió hacia <strong>el</strong><br />

arzobispo para darle la noticia d<strong>el</strong> suicidio, pero ya la conocía. Se había hablado mucho<br />

de eso después de la misa mayor, e inclusive había recibido una solicitud d<strong>el</strong> coron<strong>el</strong><br />

Jerónimo Argote, <strong>en</strong> nombre de <strong>los</strong> refugiados d<strong>el</strong> Caribe, para que fuera sepultado <strong>en</strong><br />

tierra consagrada. Dijo: “La solicitud misma me pareció una falta de respeto”. Luego, <strong>en</strong><br />

un tono más humano, preguntó si se conocía la causa d<strong>el</strong> suicidio. El doctor Urbino le<br />

contestó con una palabra correcta que creyó haber inv<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> ese instante:<br />

gerontofobia. El doctor Oliv<strong>el</strong>la, p<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te de sus invitados más próximos, <strong>los</strong> desat<strong>en</strong>dió<br />

un instante para terciar <strong>en</strong> <strong>el</strong> diálogo de su maestro. Dijo: “Es una lástima <strong>en</strong>contrarse<br />

todavía con un suicidio que no sea por <strong>amor</strong>”. El doctor Urbino no se sorpr<strong>en</strong>dió de<br />

reconocer sus propios p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos <strong>en</strong> <strong>los</strong> d<strong>el</strong> discípulo predilecto.<br />

-Y peor aún -dijo-: fue con cianuro de oro.<br />

Al decirlo sintió que la compasión había vu<strong>el</strong>to a prevalecer sobre la amargura de<br />

la carta, y no se lo agradeció a su mujer sino a un milagro de la música. Entonces le<br />

habló al arzobispo d<strong>el</strong> santo laico que él había conocido <strong>en</strong> sus l<strong>en</strong>tos atardeceres de<br />

ajedrez, le habló de la consagración de su arte a la f<strong>el</strong>icidad de <strong>los</strong> niños, de su rara<br />

erudición sobre todas las cosas d<strong>el</strong> mundo, de sus hábitos espartanos, y él mismo se<br />

sorpr<strong>en</strong>dió de la limpieza de alma con que había logrado separarlo de pronto y por<br />

completo de su pasado. Le habló luego al alcalde de la conv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>cia de comprar <strong>el</strong><br />

archivo de placas fotográficas para conservar las imág<strong>en</strong>es de una g<strong>en</strong>eración que acaso<br />

no volviera a ser f<strong>el</strong>iz fuera de sus retratos, y <strong>en</strong> cuyas manos estaba <strong>el</strong> porv<strong>en</strong>ir de la<br />

ciudad. El arzobispo se había escandalizado de que un católico militante y culto se<br />

hubiera atrevido a p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> la santidad de un suicida, pero estuvo de acuerdo con la<br />

iniciativa de archivar <strong>los</strong> negativos. El alcalde quiso saber a quién había que<br />

comprárs<strong>el</strong>os. El doctor Urbino se quemó la l<strong>en</strong>gua con la brasa d<strong>el</strong> secreto, pero logró<br />

soportarlo sin d<strong>el</strong>atar a la heredera clandestina de <strong>los</strong> archivos. Dijo: “Yo me <strong>en</strong>cargo de<br />

eso”. Y se sintió redimido por su propia lealtad con la mujer que había repudiado cinco<br />

horas antes. Fermina Daza lo notó, y le hizo prometer <strong>en</strong> voz baja que asistiría al<br />

<strong>en</strong>tierro. Por supuesto que lo haría, dijo él, aliviado, ni más faltaba.<br />

Los discursos fueron breves y fáciles. La banda de vi<strong>en</strong>tos inició un aire<br />

populachero, no previsto <strong>en</strong> <strong>el</strong> programa, y <strong>los</strong> invitados se paseaban por las terrazas <strong>en</strong><br />

espera de que <strong>los</strong> hombres d<strong>el</strong> Mesón de don Sancho acabaran de desaguar <strong>el</strong> patio, por<br />

si algui<strong>en</strong> se animaba a bailar. Los únicos que permanecían <strong>en</strong> la sala eran <strong>los</strong> invitados<br />

26 Gabri<strong>el</strong> García Márquez<br />

El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!