gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
por la v<strong>en</strong>tana, y nunca apr<strong>en</strong>dió a nadar. Poco después se nubló la tarde, <strong>el</strong> aire se<br />
volvió frío y húmedo, y oscureció tan pronto que debieron guiarse por <strong>el</strong> faro para<br />
<strong>en</strong>contrar <strong>el</strong> puerto. Antes de <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> la bahía, vieron pasar muy cerca de <strong>el</strong><strong>los</strong> <strong>el</strong><br />
transatlántico de Francia con todas las luces <strong>en</strong>c<strong>en</strong>didas, <strong>en</strong>orme y blanco, que iba<br />
dejando un rastro de guiso tierno y coliflores hervidas.<br />
Así perdieron tres domingos, y habrían seguido perdiéndo<strong>los</strong> todos, si Flor<strong>en</strong>tino<br />
Ariza no hubiera resu<strong>el</strong>to compartir su secreto con Euclides. Éste modificó <strong>en</strong>tonces todo<br />
<strong>el</strong> plan de la búsqueda, y se fueron a navegar por <strong>el</strong> antiguo canal de <strong>los</strong> galeones, que<br />
estaba a más de veinte leguas náuticas al ori<strong>en</strong>te d<strong>el</strong> lugar previsto por Flor<strong>en</strong>tino Ariza.<br />
Antes de dos meses, una tarde de lluvia <strong>en</strong> <strong>el</strong> mar, Euclides permaneció mucho tiempo<br />
<strong>en</strong> <strong>el</strong> fondo, y <strong>el</strong> cayuco había derivado tanto que tuvo que nadar casi media hora para<br />
alcanzarlo, pues Flor<strong>en</strong>tino Ariza no consiguió acercarlo con <strong>los</strong> remos. Cuando por fin<br />
logró abordarlo, se sacó de la boca y mostró como un triunfo de la perseverancia dos<br />
aderezos de mujer.<br />
Lo que <strong>en</strong>tonces contó era tan fascinante, que Flor<strong>en</strong>tino Ariza se prometió<br />
apr<strong>en</strong>der a nadar, y a sumergirse hasta donde fuera posible, sólo por comprobarlo con<br />
sus ojos. Contó que <strong>en</strong> aqu<strong>el</strong> sitio, a sólo dieciocho metros de profundidad, había tantos<br />
v<strong>el</strong>eros antiguos acostados <strong>en</strong>tre <strong>los</strong> corales, que era imposible calcular siquiera la<br />
cantidad, y estaban diseminados <strong>en</strong> un espacio tan ext<strong>en</strong>so que se perdían de vista.<br />
Contó que lo más sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te era que de las tantas carcachas de barcos que se<br />
<strong>en</strong>contraban a flote <strong>en</strong> la bahía, ninguna estaba <strong>en</strong> tan bu<strong>en</strong> estado como las naves<br />
sumergidas. Contó que había varias carab<strong>el</strong>as todavía con las v<strong>el</strong>as intactas, y que las<br />
naves hundidas eran visibles <strong>en</strong> <strong>el</strong> fondo, pues parecía como si se hubieran hundido con<br />
su espacio y su tiempo, de modo que allí seguían alumbradas por <strong>el</strong> mismo sol de las<br />
once de la mañana d<strong>el</strong> sábado 9 de junio <strong>en</strong> que se fueron a pique. Contó, ahogándose<br />
por <strong>el</strong> propio ímpetu de su imaginación, que <strong>el</strong> más fácil de distinguir era <strong>el</strong> galeón San<br />
José, cuyo nombre era visible <strong>en</strong> la popa con letras de oro, pero que al mismo tiempo era<br />
la nave más dañada por la artillería de <strong>los</strong> ingleses. Contó haber visto ad<strong>en</strong>tro un pulpo<br />
de más de tres sig<strong>los</strong> de viejo, cuyos t<strong>en</strong>tácu<strong>los</strong> salían por <strong>los</strong> portil<strong>los</strong> de <strong>los</strong> cañones,<br />
pero había crecido tanto <strong>en</strong> <strong>el</strong> comedor que para liberarlo habría que desguazar la nave.<br />
Contó que había visto <strong>el</strong> cuerpo d<strong>el</strong> comandante con su uniforme de guerra flotando de<br />
costado d<strong>en</strong>tro d<strong>el</strong> acuario d<strong>el</strong> castillo, y que si no había desc<strong>en</strong>dido a las bodegas d<strong>el</strong><br />
tesoro fue porque <strong>el</strong> aire de <strong>los</strong> pulmones no le había alcanzado. Ahí estaban las<br />
pruebas: un arete con una esmeralda, y una medalla de la Virg<strong>en</strong> con su cad<strong>en</strong>a<br />
carcomida por <strong>el</strong> salitre.<br />
Esa fue la primera m<strong>en</strong>ción d<strong>el</strong> tesoro que Flor<strong>en</strong>tino Ariza le hizo a Fermina Daza<br />
<strong>en</strong> una carta que le mandó a Fonseca poco antes de su regreso. La historia d<strong>el</strong> galeón<br />
hundido le era familiar, porque <strong>el</strong>la le había oído hablar de él muchas veces a Lor<strong>en</strong>zo<br />
Daza, qui<strong>en</strong> perdió tiempo y dinero tratando de conv<strong>en</strong>cer a una compañía de buzos<br />
alemanes que se asociaran con él para rescatar <strong>el</strong> tesoro sumergido. Habría persistido <strong>en</strong><br />
la empresa, de no haber sido porque varios miembros de la Academia de la Historia lo<br />
conv<strong>en</strong>cieron de que la ley<strong>en</strong>da d<strong>el</strong> galeón náufrago era inv<strong>en</strong>tada por algún virrey<br />
bandolero, que de ese modo se había alzado con <strong>los</strong> caudales de la Corona. En todo caso,<br />
Fermina Daza sabía que <strong>el</strong> galeón estaba a una profundidad de dosci<strong>en</strong>tos metros, donde<br />
ningún ser humano podía alcanzarlo, y no a <strong>los</strong> veinte metros que decía Flor<strong>en</strong>tino Ariza.<br />
Pero estaba tan acostumbrada a sus excesos poéticos, que c<strong>el</strong>ebró la av<strong>en</strong>tura d<strong>el</strong> galeón<br />
como uno de <strong>los</strong> mejor logrados. Sin embargo, cuando siguió recibi<strong>en</strong>do otras cartas con<br />
porm<strong>en</strong>ores todavía más fantásticos, y escritos con tanta seriedad como sus promesas<br />
de <strong>amor</strong>, tuvo que confesarle a Hildebranda su temor de que <strong>el</strong> novio alucinado hubiera<br />
perdido <strong>el</strong> juicio.<br />
Por esos días, Euclides había salido a flote con tantas pruebas de su fábula, que ya<br />
no era asunto de seguir triscando aretes y anil<strong>los</strong> desperdigados <strong>en</strong>tre <strong>los</strong> corales, sino<br />
de capitalizar una empresa grande para rescatar <strong>el</strong> medio c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ar de naves con la<br />
fortuna babilónica que llevaban d<strong>en</strong>tro. Entonces ocurrió lo que tarde o temprano había<br />
de ocurrir, y fue que Flor<strong>en</strong>tino Ariza le pidió ayuda a su madre para llevar a bu<strong>en</strong><br />
Gabri<strong>el</strong> García Márquez 55<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera