gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Cinco días después de recibir la carta de Fermina Daza, cuando llegó a sus<br />
oficinas, se sintió flotando <strong>en</strong> <strong>el</strong> vacío abrupto e inusual de las máquinas de escribir, cuyo<br />
ruido de lluvia había terminado por notarse m<strong>en</strong>os que su sil<strong>en</strong>cio. Era una pausa.<br />
Cuando <strong>el</strong> ruido empezó de nuevo, Flor<strong>en</strong>tino Ariza se asomó <strong>en</strong> <strong>el</strong> despacho de Leona<br />
Cassiani y la contempló s<strong>en</strong>tada fr<strong>en</strong>te a su máquina personal, que obedecía a la yema<br />
de sus dedos como un instrum<strong>en</strong>to humano. Ella se supo observada, y miró hacia la<br />
puerta con su terrible sonrisa solar, pero no dejó de escribir hasta <strong>el</strong> final d<strong>el</strong> párrafo.<br />
-Dime una cosa, leona de mi alma -le preguntó Flor<strong>en</strong>tino Ariza-: ¿Cómo te<br />
s<strong>en</strong>tirías si recibieras una carta de <strong>amor</strong> escrita <strong>en</strong> ese trasto?<br />
El gesto de <strong>el</strong>la, que ya no se sorpr<strong>en</strong>día de nada, fue de sorpresa legítima.<br />
-¡Hombre! -exclamó-. Fíjate que nunca se me había ocurrido.<br />
Por lo mismo no t<strong>en</strong>ía otra respuesta. Tampoco Flor<strong>en</strong>tino Ariza lo había p<strong>en</strong>sado<br />
hasta <strong>en</strong>tonces, y decidió correr <strong>el</strong> riesgo a fondo. Se llevó a su casa una de las<br />
máquinas de la oficina <strong>en</strong> medio de las burlas cordiales de <strong>los</strong> subalternos: “Loro viejo no<br />
apr<strong>en</strong>de a hablar”. Leona Cassiani, <strong>en</strong>tusiasta de cualquier novedad, se ofreció para darle<br />
lecciones de mecanografía a domicilio. Pero él estaba contra <strong>los</strong> apr<strong>en</strong>dizajes metódicos<br />
desde que Lotario Thugut quiso <strong>en</strong>señarlo a tocar <strong>el</strong> violín por notas, con la am<strong>en</strong>aza de<br />
que iba a necesitar por lo m<strong>en</strong>os un año para empezar, cinco para ser aceptable <strong>en</strong> una<br />
orquesta profesional, y toda la vida de seis horas diarias para tocarlo bi<strong>en</strong>. Sin embargo,<br />
él consiguió que su madre le comprara un violín de ciego, y con las cinco reglas básicas<br />
que le dio Lotario Thugut se atrevió a tocarlo antes de un año <strong>en</strong> <strong>el</strong> coro de la catedral, y<br />
a mandarle ser<strong>en</strong>atas a Fermina Daza desde <strong>el</strong> cem<strong>en</strong>terio de <strong>los</strong> pobres según la<br />
dirección de <strong>los</strong> vi<strong>en</strong>tos. Si esto había sido a <strong>los</strong> veinte años con algo tan difícil como <strong>el</strong><br />
violín, no veía por qué no podía serlo también a <strong>los</strong> set<strong>en</strong>ta y seis con un instrum<strong>en</strong>to de<br />
un solo dedo como la máquina de escribir.<br />
Así fue. Necesitó tres días para apr<strong>en</strong>der la posición de las letras <strong>en</strong> <strong>el</strong> teclado,<br />
otros seis para apr<strong>en</strong>der a p<strong>en</strong>sar al mismo tiempo que escribía, y otros tres para<br />
terminar la primera carta sin errores, después de romper media resma de pap<strong>el</strong>. Le puso<br />
un <strong>en</strong>cabezado solemne: Señora, y la firmó con la inicial de su nombre, como solía<br />
hacerlo <strong>en</strong> las esqu<strong>el</strong>as perfumadas de su juv<strong>en</strong>tud. La mandó por correo, <strong>en</strong> un sobre<br />
con viñetas de luto como era de rigor <strong>en</strong> una carta para una viuda reci<strong>en</strong>te, y sin <strong>el</strong><br />
nombre d<strong>el</strong> remit<strong>en</strong>te al dorso.<br />
Era una carta de seis pliegos que no t<strong>en</strong>ía nada que ver con ninguna otra que<br />
hubiera escrito alguna vez. No t<strong>en</strong>ía ni <strong>el</strong> tono, ni <strong>el</strong> estilo, ni <strong>el</strong> soplo retórico de <strong>los</strong><br />
primeros años d<strong>el</strong> <strong>amor</strong>, y su argum<strong>en</strong>to era tan racional y bi<strong>en</strong> medido, que <strong>el</strong> perfume<br />
de una gard<strong>en</strong>ia hubiera sido un exabrupto. En cierto modo, fue la aproximación más<br />
acertada de las cartas mercantiles que nunca pudo hacer. Años después, una carta<br />
personal escrita con medios mecánicos iba a considerarse casi of<strong>en</strong>siva, pero todavía<br />
<strong>en</strong>tonces la máquina de escribir era un animal de oficina, sin una ética propia, cuya<br />
domesticación para usos privados no estaba prevista <strong>en</strong> <strong>los</strong> manuales de urbanidad.<br />
Parecía más bi<strong>en</strong> de un modernismo audaz, y así debió <strong>en</strong>t<strong>en</strong>derlo Fermina Daza, pues<br />
<strong>en</strong> la segunda carta que escribió a Flor<strong>en</strong>tino Ariza, después de recibir más de cuar<strong>en</strong>ta<br />
suyas, empezaba excusándose de <strong>los</strong> escol<strong>los</strong> de su letra, por no disponer de medios de<br />
escritura más avanzados que la pluma de acero.<br />
Flor<strong>en</strong>tino Ariza no se refirió siquiera a la carta trem<strong>en</strong>da que <strong>el</strong>la le había<br />
mandado, sino que int<strong>en</strong>tó desde <strong>el</strong> principio un método distinto de seducción, sin<br />
ninguna refer<strong>en</strong>cia a <strong>los</strong> <strong>amor</strong>es d<strong>el</strong> pasado, ni al pasado simple: borrón y cu<strong>en</strong>ta nueva.<br />
Era más bi<strong>en</strong> una ext<strong>en</strong>sa meditación sobre la vida, con base <strong>en</strong> sus ideas y experi<strong>en</strong>cias<br />
de las r<strong>el</strong>aciones <strong>en</strong>tre hombre y mujer, que alguna vez había p<strong>en</strong>sado escribir como<br />
complem<strong>en</strong>to d<strong>el</strong> Secretario de <strong>los</strong> En<strong>amor</strong>ados. Sólo que <strong>en</strong>tonces la <strong>en</strong>volvió <strong>en</strong> un<br />
estilo patriarcal, de memorias de viejo, para que no se le notara demasiado que <strong>en</strong><br />
realidad era un docum<strong>en</strong>to de <strong>amor</strong>. Antes escribió muchos borradores al modo antiguo,<br />
que más tardaban <strong>en</strong> ser leídos con cabeza fría que arrojados <strong>en</strong> la cand<strong>el</strong>a. Sabía que<br />
cualquier descuido conv<strong>en</strong>cional, la m<strong>en</strong>or ligereza nostálgica podía remover <strong>en</strong> su<br />
160 Gabri<strong>el</strong> García Márquez<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera