30.04.2013 Views

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Por otra parte, <strong>los</strong> niños de las grandes familias <strong>en</strong> desgracia andaban vestidos de<br />

príncipes antiguos, y algunos muy pobres andaban descalzos. Entre tantas rarezas<br />

v<strong>en</strong>idas de todas partes, Flor<strong>en</strong>tino Ariza estaba de todos modos <strong>en</strong>tre <strong>los</strong> más raros,<br />

pero no tanto como para llamar demasiado la at<strong>en</strong>ción. Lo más duro que oyó fue que<br />

algui<strong>en</strong> le gritara <strong>en</strong> la calle: “Al pobre y al feo, todo se les va <strong>en</strong> deseo”. De cualquier<br />

modo, aqu<strong>el</strong> atu<strong>en</strong>do impuesto por la necesidad, era ya desde <strong>en</strong>tonces, y lo fue por <strong>el</strong><br />

resto de su vida, <strong>el</strong> más adecuado a su índole <strong>en</strong>igmática y su carácter sombrío. Cuando<br />

le dieron su primer cargo importante <strong>en</strong> la C.F.C., mandó hacer ropas sobre medida con<br />

<strong>el</strong> mismo estilo que t<strong>en</strong>ían las de su padre, a qui<strong>en</strong> él evocaba como un anciano que<br />

había muerto a la v<strong>en</strong>erable edad de Cristo: treinta y tres años. Así que Flor<strong>en</strong>tino Ariza<br />

pareció siempre mucho mayor de lo que era. Tanto, que la desl<strong>en</strong>guada Brígida Zuleta,<br />

una amante fugaz que le servía las verdades sin pasarlas por agua, le dijo desde <strong>el</strong><br />

primer día que le gustaba más cuando se quitaba la ropa, porque desnudo t<strong>en</strong>ía veinte<br />

años m<strong>en</strong>os. Sin embargo, nunca supo cómo remediarlo, primero porque su gusto<br />

personal no le daba para vestirse de otro modo, y segundo porque nadie sabía cómo<br />

vestirse de más jóv<strong>en</strong> a <strong>los</strong> veinte años, a m<strong>en</strong>os que sacara otra vez d<strong>el</strong> ropero sus<br />

pantalones cortos y la gorra de grumete. Por otra parte, a él mismo no le era posible<br />

escapar a la noción de vejez de su tiempo, así que era ap<strong>en</strong>as natural que cuando vio<br />

tropezar a Fermina Daza a la salida d<strong>el</strong> cine, lo hubiera estremecido <strong>el</strong> r<strong>el</strong>ámpago pánico<br />

de que la puta muerte iba a ganarle sin remedio su <strong>en</strong>carnizada guerra de <strong>amor</strong>.<br />

Hasta <strong>en</strong>tonces, su gran batalla librada a brazo partido y perdida sin gloria, había<br />

sido la de la calvicie. Desde que vio <strong>los</strong> primeros cab<strong>el</strong><strong>los</strong> que se quedaban <strong>en</strong>redados <strong>en</strong><br />

la peinilla, se dio cu<strong>en</strong>ta de que estaba cond<strong>en</strong>ado a un infierno cuyo suplicio es<br />

inimaginable para qui<strong>en</strong>es no lo padec<strong>en</strong>. Resistió durante años. No hubo g<strong>los</strong>toras ni<br />

tricóferos que no probara, ni cre<strong>en</strong>cia que no creyera, ni sacrificio que no soportara para<br />

def<strong>en</strong>der de la devastación voraz cada pulgada de su cabeza. Se apr<strong>en</strong>dió de memoria<br />

las instrucciones d<strong>el</strong> Almanaque Bristol para la agricultura, porque le oyó decir a algui<strong>en</strong><br />

que <strong>el</strong> crecimi<strong>en</strong>to d<strong>el</strong> cab<strong>el</strong>lo t<strong>en</strong>ía una r<strong>el</strong>ación directa con <strong>los</strong> cic<strong>los</strong> de las cosechas.<br />

Abandonó a su p<strong>el</strong>uquero de toda la vida, que era calvo de solemnidad, y lo cambió por<br />

un foráneo recién llegado que sólo cortaba <strong>el</strong> cab<strong>el</strong>lo cuando la luna <strong>en</strong>traba <strong>en</strong> cuarto<br />

creci<strong>en</strong>te. El nuevo p<strong>el</strong>uquero había empezado a demostrar que <strong>en</strong> realidad t<strong>en</strong>ía la<br />

mano fértil, cuando se descubrió que era un violador de novicias buscado por varias<br />

policías de las Antillas, y se lo llevaron arrastrando cad<strong>en</strong>as.<br />

Flor<strong>en</strong>tino Ariza había recortado para <strong>en</strong>tonces cuanto anuncio para calvos<br />

<strong>en</strong>contró <strong>en</strong> <strong>los</strong> periódicos de la cu<strong>en</strong>ca d<strong>el</strong> Caribe, <strong>en</strong> <strong>los</strong> cuales publicaban <strong>los</strong> dos<br />

retratos juntos d<strong>el</strong> mismo hombre, primero p<strong>el</strong>ado como un m<strong>el</strong>ón y luego más p<strong>el</strong>udo<br />

que un león: antes y después de usar la medicina infalible. Al cabo de seis años había<br />

<strong>en</strong>sayado ci<strong>en</strong>to set<strong>en</strong>ta y dos, además de otros métodos complem<strong>en</strong>tarios que<br />

aparecían <strong>en</strong> la etiqueta de <strong>los</strong> frascos, y lo único que consiguió con uno de <strong>el</strong><strong>los</strong> fue una<br />

eccema d<strong>el</strong> cráneo, urticante y fétida, llamada tifia boreal por <strong>los</strong> santones de la<br />

Martinica, porque irradiaba un resplandor fosforesc<strong>en</strong>te <strong>en</strong> la oscuridad. Recurrió por<br />

último a cuantas yerbas de indios pregonaban <strong>en</strong> <strong>el</strong> mercado público, y a cuantos<br />

específicos mágicos y pócimas ori<strong>en</strong>tales se v<strong>en</strong>dían <strong>en</strong> <strong>el</strong> Portal de <strong>los</strong> Escribanos, pero<br />

cuando vino a darse cu<strong>en</strong>ta de la estafa ya t<strong>en</strong>ía una tonsura de santo. En <strong>el</strong> año cero,<br />

mi<strong>en</strong>tras la guerra civil de <strong>los</strong> Mil Días desangraba <strong>el</strong> país, pasó por la ciudad un italiano<br />

que fabricaba p<strong>el</strong>ucas de cab<strong>el</strong>lo natural sobre medida. Costaban una fortuna, y <strong>el</strong><br />

fabricante no se hacía responsable de nada al cabo de tres meses de uso, pero fueron<br />

pocos <strong>los</strong> calvos solv<strong>en</strong>tes que no cedieron a la t<strong>en</strong>tación. Flor<strong>en</strong>tino Ariza fue uno de <strong>los</strong><br />

primeros. Se probó una p<strong>el</strong>uca tan parecida a su cab<strong>el</strong>lo original, que él mismo temía que<br />

se le erizara con <strong>los</strong> cambios de humor, pero no pudo asimilar la idea de llevar <strong>en</strong> la<br />

cabeza <strong>los</strong> cab<strong>el</strong><strong>los</strong> de un muerto. Su único consu<strong>el</strong>o fue que la avidez de la calvicie no le<br />

dio tiempo de conocer <strong>el</strong> color de sus canas. Un día, uno de <strong>los</strong> borrachitos f<strong>el</strong>ices d<strong>el</strong><br />

mu<strong>el</strong>le fluvial lo abrazó con más efusión que de costumbre cuando lo vio salir de la<br />

oficina, le quitó <strong>el</strong> sombrero ante las burlas de <strong>los</strong> estibadores, y le dio un beso sonoro <strong>en</strong><br />

la crisma.<br />

-¡P<strong>el</strong>ón divino! -gritó.<br />

144 Gabri<strong>el</strong> García Márquez<br />

El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!