gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
No volvió a dormir una noche completa <strong>en</strong> las dos semanas sigui<strong>en</strong>tes. Se<br />
preguntaba desesperado dónde estaría Fermina Daza sin él, qué estaría p<strong>en</strong>sando, qué<br />
iba a hacer <strong>en</strong> <strong>los</strong> años que le quedaban por vivir con la carga de espanto que le había<br />
dejado <strong>en</strong> las manos. Sufrió una crisis de estreñimi<strong>en</strong>to que le av<strong>en</strong>tó <strong>el</strong> vi<strong>en</strong>tre como un<br />
tambor, y tuvo que recurrir a paliativos m<strong>en</strong>os complaci<strong>en</strong>tes que las lavativas. Sus<br />
dol<strong>en</strong>cias de viejo, que él soportaba mejor que sus contemporáneos porque las conocía<br />
desde jov<strong>en</strong>, lo acometieron todas al mismo tiempo. El miércoles apareció por la oficina<br />
después de una semana de faltas, y Leona Cassiani se asustó de verlo <strong>en</strong> semejante<br />
estado de palidez y desidia. Pero él la tranquilizó: era otra vez <strong>el</strong> insomnio, como<br />
siempre, y se volvió a morder la l<strong>en</strong>gua para que no se le saliera la verdad por las tantas<br />
goteras que t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> <strong>el</strong> corazón. La lluvia no le dio una tregua de sol para p<strong>en</strong>sar. Pasó<br />
otra semana irreal, sin poder conc<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong> nada, comi<strong>en</strong>do mal y durmi<strong>en</strong>do peor,<br />
tratando de percibir señales cifradas que le indicaran <strong>el</strong> camino de la salvación. Pero<br />
desde <strong>el</strong> viernes lo invadió una placidez sin motivos que interpretó como un anuncio de<br />
que nada nuevo iba a suceder, que todo cuanto había hecho <strong>en</strong> la vida había sido inútil y<br />
no t<strong>en</strong>ía como seguir: era <strong>el</strong> final. El lunes, sin embargo, al llegar a su casa de la Calle de<br />
las V<strong>en</strong>tanas, tropezó con una carta que flotaba <strong>en</strong> <strong>el</strong> agua empozada d<strong>en</strong>tro d<strong>el</strong> zaguán,<br />
y reconoció de inmediato <strong>en</strong> <strong>el</strong> sobre mojado la caligrafía imperiosa que tantos cambios<br />
de la vida no habían logrado cambiar, y hasta creyó percibir <strong>el</strong> perfume nocturno de las<br />
gard<strong>en</strong>ias marchitas, porque ya <strong>el</strong> corazón se lo había dicho todo desde <strong>el</strong> primer<br />
espanto: era la carta que había esperado, sin un instante de sosiego, durante más de<br />
medio siglo.<br />
Fermina Daza no podía imaginarse que aqu<strong>el</strong>la carta suya, instigada por una rabia<br />
ciega, pudiera ser interpretada por Flor<strong>en</strong>tino Ariza como una carta de <strong>amor</strong>. Había<br />
puesto <strong>en</strong> <strong>el</strong>la toda la furia de que era capaz, sus palabras más cru<strong>el</strong>es, <strong>los</strong> oprobios más<br />
hiri<strong>en</strong>tes, e injustos además, que sin embargo le parecían ínfimos fr<strong>en</strong>te al tamaño de la<br />
of<strong>en</strong>sa. Fue <strong>el</strong> último acto de un amargo exorcismo de dos semanas, con <strong>el</strong> cual trataba<br />
de lograr un pacto de conciliación con su nuevo estado. Quería ser otra vez <strong>el</strong>la misma,<br />
recuperar todo cuanto había t<strong>en</strong>ido que ceder <strong>en</strong> medio siglo de una servidumbre que la<br />
había hecho f<strong>el</strong>iz, sin duda' pero que una vez muerto <strong>el</strong> esposo no le dejaba a <strong>el</strong>la ni <strong>los</strong><br />
vestigios de su id<strong>en</strong>tidad. Era un fantasma <strong>en</strong> una casa aj<strong>en</strong>a que de un día para otro se<br />
había vu<strong>el</strong>to inm<strong>en</strong>sa y solitaria, y <strong>en</strong> la cual vagaba a la deriva, preguntándose<br />
angustiada quién estaba más muerto: <strong>el</strong> que había muerto o la que se había quedado.<br />
No podía sortear un recóndito s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de r<strong>en</strong>cor contra <strong>el</strong> marido por haberla<br />
dejado sola <strong>en</strong> medio de la mar t<strong>en</strong>ebrosa. Todo lo suyo le provocaba <strong>el</strong> llanto: la piyama<br />
debajo de la almohada, las pantuflas que siempre le parecieron de <strong>en</strong>fermo, <strong>el</strong> recuerdo<br />
de su imag<strong>en</strong> desvistiéndose <strong>en</strong> <strong>el</strong> fondo d<strong>el</strong> espejo mi<strong>en</strong>tras <strong>el</strong>la se peinaba para dormir,<br />
<strong>el</strong> olor de su pi<strong>el</strong> que había de persistir <strong>en</strong> la de <strong>el</strong>la mucho tiempo después de la muerte.<br />
Se det<strong>en</strong>ía a mitad de cualquier cosa que estuviera haci<strong>en</strong>do y se daba una palmadita <strong>en</strong><br />
la fr<strong>en</strong>te, porque de pronto se acordaba de algo que olvidó decirle. A cada instante le<br />
v<strong>en</strong>ían a la m<strong>en</strong>te las tantas preguntas cotidianas que sólo él le podía contestar. Alguna<br />
vez él le había dicho algo que <strong>el</strong>la no podía concebir: <strong>los</strong> amputados si<strong>en</strong>t<strong>en</strong> dolores,<br />
calambres, cosquillas, <strong>en</strong> la pierna que ya no ti<strong>en</strong><strong>en</strong>. Así se s<strong>en</strong>tía <strong>el</strong>la sin él, sintiéndolo<br />
estar donde ya no estaba.<br />
Al despertar <strong>en</strong> su primera mañana de viuda, se había dado vu<strong>el</strong>ta <strong>en</strong> la cama,<br />
todavía sin abrir <strong>los</strong> ojos, <strong>en</strong> busca de una posición más cómoda para seguir durmi<strong>en</strong>do,<br />
y fue <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to cuando él murió para <strong>el</strong>la. Pues sólo <strong>en</strong>tonces tomó conci<strong>en</strong>cia de<br />
que él había pasado la noche por primera vez fuera de casa. La otra impresión fue <strong>en</strong> la<br />
mesa, no porque se sintiera sola, como <strong>en</strong> efecto lo estaba, sino por la certidumbre rara<br />
de estar comi<strong>en</strong>do con algui<strong>en</strong> que ya no existía. Esperó a que su hija Of<strong>el</strong>ia viniera de<br />
Nueva Orleans, con <strong>el</strong> esposo y las tres niñas, para s<strong>en</strong>tarse otra vez a comer <strong>en</strong> la<br />
mesa, pero no <strong>en</strong> la de siempre, sino <strong>en</strong> una mesa improvisada, más pequeña, que hizo<br />
poner <strong>en</strong> <strong>el</strong> corredor. Hasta <strong>en</strong>tonces no había hecho ninguna comida regular. Pasaba por<br />
la cocina a cualquier hora, cuando t<strong>en</strong>ía hambre, y metía <strong>el</strong> t<strong>en</strong>edor <strong>en</strong> las ollas y comía<br />
un poco de todo sin ponerlo <strong>en</strong> un plato, de pie fr<strong>en</strong>te a la hornilla, hablando con las<br />
mujeres d<strong>el</strong> servicio que eran las únicas con las que se s<strong>en</strong>tía bi<strong>en</strong>, y con las que mejor<br />
Gabri<strong>el</strong> García Márquez 153<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera