gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
había descuajado <strong>el</strong> brazo al primer conductor. Hablaban muchas horas, <strong>el</strong> viejo <strong>en</strong> la<br />
hamaca con su nombre bordado <strong>en</strong> hi<strong>los</strong> de seda, lejos de todo y de espaldas al mar, <strong>en</strong><br />
una antigua haci<strong>en</strong>da de esclavos desde cuyas terrazas de astrom<strong>el</strong>ias se veían por la<br />
tarde las crestas nevadas de la sierra. Siempre había sido difícil que Flor<strong>en</strong>tino Ariza y su<br />
tío pudieran hablar de algo distinto de la navegación fluvial, y siguió siéndolo <strong>en</strong> aqu<strong>el</strong>las<br />
tardes demoradas, <strong>en</strong> las cuales la muerte fue siempre un invitado invisible. Una de las<br />
preocupaciones recurr<strong>en</strong>tes d<strong>el</strong> tío León XII era que la navegación fluvial no pasara a<br />
manos de <strong>los</strong> empresarios d<strong>el</strong> interior vinculados a <strong>los</strong> consorcios europeos. “Este ha sido<br />
siempre un negocio de matacongos -decía---. Si lo cog<strong>en</strong> <strong>los</strong> cachacos se lo vu<strong>el</strong>v<strong>en</strong> a<br />
regalar a <strong>los</strong> alemanes”. Su preocupación era consecu<strong>en</strong>te con una convicción política<br />
que le gustaba repetir aun cuando no viniera al caso:<br />
-Voy a cumplir ci<strong>en</strong> años, y he visto cambiar todo, hasta la posición de <strong>los</strong> astros<br />
<strong>en</strong> <strong>el</strong> universo, pero todavía no he visto cambiar nada <strong>en</strong> este país -decía---. Aquí se<br />
hac<strong>en</strong> nuevas constituciones, nuevas leyes, nuevas guerras cada tres meses, pero<br />
seguimos <strong>en</strong> la Colonia.<br />
A sus hermanos masones que atribuían todos <strong>los</strong> males al fracaso d<strong>el</strong> federalismo,<br />
les replicaba siempre: “La guerra de <strong>los</strong> Mil Días se perdió veintitrés años antes, <strong>en</strong> la<br />
guerra d<strong>el</strong> 76”. Flor<strong>en</strong>tino Ariza, cuya indifer<strong>en</strong>cia política rayaba <strong>los</strong> límites de lo<br />
absoluto, oía estas peroratas cada vez más frecu<strong>en</strong>tes como qui<strong>en</strong> oía <strong>el</strong> rumor d<strong>el</strong> mar.<br />
En cambio, era un contradictor severo <strong>en</strong> cuanto a la política de la empresa. Contra <strong>el</strong><br />
criterio d<strong>el</strong> tío, p<strong>en</strong>saba que <strong>el</strong> retraso de la navegación fluvial, que siempre parecía al<br />
borde d<strong>el</strong> desastre, sólo podía remediarse con la r<strong>en</strong>uncia espontánea al monopolio de<br />
<strong>los</strong> buques de vapor, concedido por <strong>el</strong> Congreso Nacional a la Compañía Fluvial d<strong>el</strong> Caribe<br />
por nov<strong>en</strong>ta y nueve años y un día. El tío protestaba: “Estas ideas te las mete <strong>en</strong> la<br />
cabeza mi tocaya Leona con sus nov<strong>el</strong>erías de anarquista”. Pero era cierto sólo a medias.<br />
Flor<strong>en</strong>tino Ariza fundaba sus razones <strong>en</strong> la experi<strong>en</strong>cia d<strong>el</strong> comodoro alemán Juan B.<br />
Elbers, que había estropeado su noble ing<strong>en</strong>io con la desmesura de su ambición<br />
personal. El tío p<strong>en</strong>saba, <strong>en</strong> cambio, que <strong>el</strong> fracaso de Elbers no se debió a sus<br />
privilegios, sino a <strong>los</strong> compromisos irreales que contrajo al mismo tiempo, y que habían<br />
sido casi como echarse <strong>en</strong>cima la responsablidad de la geografía nacional: se hizo cargo<br />
de mant<strong>en</strong>er la navegabilidad d<strong>el</strong> río, las instalaciones portuarias, las vías terrestres de<br />
acceso, <strong>los</strong> medios de transporte. Además, decía, la oposición virul<strong>en</strong>ta d<strong>el</strong> presid<strong>en</strong>te<br />
Simón Bolívar no fue un obstáculo para echarse a reír.<br />
La mayoría de <strong>los</strong> socios tomaban aqu<strong>el</strong>las disputas como <strong>los</strong> pleitos<br />
matrimoniales, <strong>en</strong> <strong>los</strong> que ambas partes ti<strong>en</strong><strong>en</strong> la razón. La tozudez d<strong>el</strong> viejo les parecía<br />
natural, no porque la vejez lo hubiera vu<strong>el</strong>to m<strong>en</strong>os visionario de lo que fue siempre,<br />
como solía decirse con demasiada facilidad, sino porque la r<strong>en</strong>uncia al monopolio debía<br />
parecerle como botar <strong>en</strong> la basura <strong>los</strong> trofeos de una batalla histórica que él y sus<br />
hermanos habían librado so<strong>los</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> heroicos, contra adversarios poderosos d<strong>el</strong><br />
mundo <strong>en</strong>tero. Así que nadie lo contrarió cuando amarró sus derechos de tal modo, que<br />
nadie podría tocar<strong>los</strong> antes de su extinción legal. Pero de pronto, cuando ya Flor<strong>en</strong>tino<br />
Ariza había r<strong>en</strong>dido sus armas <strong>en</strong> las tardes de meditación de la haci<strong>en</strong>da, <strong>el</strong> tío León XII<br />
dio su cons<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to para la r<strong>en</strong>uncia d<strong>el</strong> privilegio c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ario, con la única condición<br />
honorable de que no se hiciera antes de su muerte.<br />
Fue su acto final. No volvió a hablar de negocios, ni permitió siquiera que se le<br />
hicieran consultas, ni perdió un solo rizo de su espléndida cabeza imperial, ni un átomo<br />
de su lucidez, pero hizo lo posible porque no lo viera nadie que pudiera compadecerlo.<br />
Los días se le iban contemplando las nieves perpetuas desde la terraza, meciéndose muy<br />
despacio <strong>en</strong> un mecedor vi<strong>en</strong>és, junto a una mesita donde las criadas le mant<strong>en</strong>ían<br />
siempre cali<strong>en</strong>te una olla de café negro y un vaso de agua de bicarbonato con dos<br />
d<strong>en</strong>taduras postizas, que ya no se ponía sino para recibir visitas. Veía a muy pocos<br />
amigos, y sólo hablaba de un pasado tan remoto que era muy anterior a la navegación<br />
fluvial. Sin embargo, le quedó un tema nuevo: <strong>el</strong> deseo de que Flor<strong>en</strong>tino Ariza se<br />
casara. Se lo expresó varias veces, y siempre <strong>en</strong> la misma forma.<br />
Gabri<strong>el</strong> García Márquez 147<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera