gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
sil<strong>en</strong>cioso: la floresta de lo irremediable. No era muy consci<strong>en</strong>te todavía, ni lo fue <strong>en</strong><br />
varios años, de cuánto la ayudaron a recobrar la paz d<strong>el</strong> espíritu las meditaciones<br />
escritas de Flor<strong>en</strong>tino Ariza. Fueron <strong>el</strong>las, aplicadas a sus experi<strong>en</strong>cias, lo que le permitió<br />
<strong>en</strong>t<strong>en</strong>der su propia vida, y a esperar con ser<strong>en</strong>idad <strong>los</strong> designios de la vejez. El <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro<br />
<strong>en</strong> la misa de conmemoración fue una ocasión provid<strong>en</strong>cial de darle a <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der a<br />
Flor<strong>en</strong>tino Ariza que también <strong>el</strong>la, gracias a sus cartas de ali<strong>en</strong>to, estaba dispuesta a<br />
borrar <strong>el</strong> pasado.<br />
Dos días después recibió de él una carta distinta: escrita a mano, <strong>en</strong> pap<strong>el</strong> de hilo,<br />
y con su nombre completo de remit<strong>en</strong>te muy claro <strong>en</strong> <strong>el</strong> dorso d<strong>el</strong> sobre. Era la misma<br />
letra florida de las primeras cartas, la misma voluntad lírica, pero aplicadas a un párrafo<br />
s<strong>en</strong>cillo de gratitud por la defer<strong>en</strong>cia d<strong>el</strong> saludo <strong>en</strong> la catedral. Fermina Daza siguió<br />
p<strong>en</strong>sando <strong>en</strong> <strong>el</strong>la con las nostalgias alborotadas varios días después de leerla, y con la<br />
conci<strong>en</strong>cia tan limpia que <strong>el</strong> jueves sigui<strong>en</strong>te le preguntó a Lucrecia d<strong>el</strong> Real d<strong>el</strong> Obispo,<br />
sin que viniera a cu<strong>en</strong>to, si por casualidad conocía a Flor<strong>en</strong>tino Ariza, <strong>el</strong> dueño de <strong>los</strong><br />
buques d<strong>el</strong> río. Lucrecia contestó que sí: “Parece que es un súcubo perdido”. Repitió la<br />
versión corri<strong>en</strong>te de que nunca se le había conocido mujer, habi<strong>en</strong>do sido tan bu<strong>en</strong><br />
partido, y que t<strong>en</strong>ía una oficina secreta para llevar a <strong>los</strong> niños que perseguía de noche<br />
por <strong>los</strong> mu<strong>el</strong>les. Fermina Daza había oído esa ley<strong>en</strong>da desde que t<strong>en</strong>ía memoria, y nunca<br />
la creyó ni le dio importancia. Pero cuando la oyó repetida con tanta convicción por<br />
Lucrecia d<strong>el</strong> Real d<strong>el</strong> Obispo, de qui<strong>en</strong> también se había dicho <strong>en</strong> un tiempo que era de<br />
gustos raros, no pudo resistir <strong>el</strong> apremio de poner las cosas <strong>en</strong> su puesto. Le contó que<br />
conocía a Flor<strong>en</strong>tino Ariza desde niño. Le recordó que su madre t<strong>en</strong>ía una mercería <strong>en</strong> la<br />
Calle de las V<strong>en</strong>tanas, y que además compraba camisas y sábanas viejas para<br />
deshilacharlas y v<strong>en</strong>derlas como algodón de emerg<strong>en</strong>cia durante las guerras civiles. Y<br />
concluyó con certeza: “Es g<strong>en</strong>te honrada, hecha a puro pulso”. Fue tan vehem<strong>en</strong>te, que<br />
Lucrecia retiró lo dicho: “Al fin y al cabo, también de mí dic<strong>en</strong> lo mismo”. Fermina Daza<br />
no tuvo la curiosidad de preguntarse por qué hacía una def<strong>en</strong>sa tan apasionada de un<br />
hombre que sólo había sido una sombra <strong>en</strong> su vida. Siguió p<strong>en</strong>sando <strong>en</strong> él, sobre todo<br />
cuando llegaba <strong>el</strong> correo sin una nueva carta suya. Habían trascurrido dos semanas de<br />
sil<strong>en</strong>cio, cuando una de las muchachas d<strong>el</strong> servicio la despertó de la siesta con un<br />
susurro de alarma.<br />
-Señora -le dijo-, ahí está don Flor<strong>en</strong>tino.<br />
Ahí estaba. La primera reacción de Fermina Daza fue de pánico. Alcanzó a p<strong>en</strong>sar<br />
que no, que volviera otro día a una hora más apropiada, que no estaba <strong>en</strong> condiciones de<br />
recibir visitas, que no había nada de que hablar. Pero se repuso <strong>en</strong>seguida, y ord<strong>en</strong>ó que<br />
lo hicieran pasar a la sala y le llevaran un café mi<strong>en</strong>tras <strong>el</strong>la se arreglaba para at<strong>en</strong>derlo.<br />
Flor<strong>en</strong>tino Ariza había esperado <strong>en</strong> la puerta de la calle, ardi<strong>en</strong>do bajo <strong>el</strong> sol infernal de<br />
las tres, pero con las ri<strong>en</strong>das <strong>en</strong> <strong>el</strong> puño. Estaba preparado para no ser recibido, así fuera<br />
con una excusa amable, y esa certidumbre lo mant<strong>en</strong>ía tranquilo. Pero la decisión d<strong>el</strong><br />
recado lo estremeció hasta <strong>el</strong> tuétano, y al <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> la sombra fresca de la sala no tuvo<br />
tiempo de p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> <strong>el</strong> milagro que estaba vivi<strong>en</strong>do, porque las <strong>en</strong>trañas se le ll<strong>en</strong>aron<br />
de pronto con una exp<strong>los</strong>ión de espuma dolorosa. Se s<strong>en</strong>tó sin respirar, asediado por <strong>el</strong><br />
recuerdo maldito de la cagada de pájaro <strong>en</strong> su primera carta de <strong>amor</strong>, y permaneció<br />
inmóvil <strong>en</strong> la p<strong>en</strong>umbra mi<strong>en</strong>tras pasaba la primera racha de escalofrío, resu<strong>el</strong>to a<br />
aceptar cualquier desgracia <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to, m<strong>en</strong>os aqu<strong>el</strong> percance injusto.<br />
Se conocía bi<strong>en</strong>: a pesar de su estreñimi<strong>en</strong>to congénito, <strong>el</strong> vi<strong>en</strong>tre lo había<br />
traicionado <strong>en</strong> público tres o cuatro veces <strong>en</strong> sus muchos años, y las tres o cuatro veces<br />
había t<strong>en</strong>ido que r<strong>en</strong>dirse. Sólo <strong>en</strong> esas ocasiones, y <strong>en</strong> otras de tanta urg<strong>en</strong>cia, se daba<br />
cu<strong>en</strong>ta de la verdad de una frase que le gustaba repetir <strong>en</strong> broma: “No creo <strong>en</strong> Dios,<br />
pero le t<strong>en</strong>go miedo”. No tuvo tiempo de ponerlo <strong>en</strong> duda: trató de rezar cualquier<br />
oración que recordara, pero no la <strong>en</strong>contró. Si<strong>en</strong>do niño, otro niño le había <strong>en</strong>señado<br />
unas palabras mágicas para acertarle a un pájaro con una piedra: “Tino tino si no te pego<br />
te escarabino”. La probó cuando fue al monte por primera vez, con una honda nueva, y<br />
<strong>el</strong> pájaro cayó fulminado. De un modo confuso, p<strong>en</strong>só que una cosa t<strong>en</strong>ía algo que ver<br />
con la otra, y repitió la fórmula con fervor de oración, pero no surtió <strong>el</strong> mismo efecto.<br />
166 Gabri<strong>el</strong> García Márquez<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera