30.04.2013 Views

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

se habían tomado tres brandis cada uno, y él sabía, <strong>en</strong> efecto, que no era <strong>el</strong> hombre que<br />

<strong>el</strong>la esperaba, y se alegró de saberlo.<br />

-Bravo, leona -le dijo al marcharse-, hemos matado <strong>el</strong> tigre.<br />

No fue lo único que terminó aqu<strong>el</strong>la noche. El infundio maligno d<strong>el</strong> pab<strong>el</strong>lón de<br />

tísicos le había estropeado <strong>el</strong> <strong>en</strong>sueño, porque le infundió la sospecha inconcebible de<br />

que Fermina Daza era mortal, y por tanto podía morir antes que <strong>el</strong> esposo. Pero cuando<br />

la vio tropezar a la salida d<strong>el</strong> cine, dio por su propia cu<strong>en</strong>ta un paso más hacia <strong>el</strong> abismo,<br />

con la rev<strong>el</strong>ación súbita de que era él y no <strong>el</strong>la <strong>el</strong> que podía morir primero. Fue un<br />

presagio, y de <strong>los</strong> más temibles, porque estaba sust<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> la realidad. Detrás habían<br />

quedado <strong>los</strong> años de la espera inmóvil, de las esperanzas v<strong>en</strong>turosas, pero <strong>en</strong> <strong>el</strong><br />

horizonte no se vislumbraba nada más que <strong>el</strong> piélago insondable de las <strong>en</strong>fermedades<br />

imaginarias, las micciones gota a gota <strong>en</strong> las madrugadas de insomnio, la muerte diaria<br />

al atardecer. P<strong>en</strong>só que cada uno de <strong>los</strong> instantes d<strong>el</strong> día, que antes habían sido más que<br />

sus aliados sus cómplices juram<strong>en</strong>tados, empezaban a conspirar <strong>en</strong> contra suya. Pocos<br />

años antes había acudido a una cita av<strong>en</strong>turada con <strong>el</strong> corazón oprimido por <strong>el</strong> terror d<strong>el</strong><br />

azar, había <strong>en</strong>contrado la puerta sin cerrojo y <strong>los</strong> goznes acabados de aceitar para que él<br />

<strong>en</strong>trara sin ruido, pero se arrepintió <strong>en</strong> <strong>el</strong> último instante, por temor de causarle a una<br />

mujer aj<strong>en</strong>a y servicial <strong>el</strong> perjuicio irreparable de morirse <strong>en</strong> su cama. De modo que era<br />

razonable p<strong>en</strong>sar que la mujer más amada sobre la tierra, a la que había esperado desde<br />

un siglo hasta <strong>el</strong> otro sin un suspiro de des<strong>en</strong>canto, ap<strong>en</strong>as t<strong>en</strong>dría tiempo de tomarlo d<strong>el</strong><br />

brazo a través de una calle de túmu<strong>los</strong> lunares y canteros de amapolas desord<strong>en</strong>adas por<br />

<strong>el</strong> vi<strong>en</strong>to, para ayudarlo a llegar sano y salvo a la otra acera de la muerte.<br />

La verdad es que para <strong>los</strong> criterios de su época, Flor<strong>en</strong>tino Ariza había pasado de<br />

largo por <strong>los</strong> linderos de la vejez. T<strong>en</strong>ía cincu<strong>en</strong>ta y seis años, muy bi<strong>en</strong> cumplidos, y<br />

p<strong>en</strong>saba que eran también <strong>los</strong> mejor vividos, porque fueron años de <strong>amor</strong>. Pero ningún<br />

hombre de la época hubiera afrontado <strong>el</strong> ridículo de parecer jov<strong>en</strong> a su edad, así lo fuera<br />

o lo creyera, ni todos se hubieran atrevido a confesar sin vergü<strong>en</strong>za que aún lloraban a<br />

escondidas por un desaire d<strong>el</strong> siglo anterior. Era una mala época para ser jov<strong>en</strong>: había<br />

un modo de vestirse para cada edad, pero <strong>el</strong> modo de la vejez empezaba poco después<br />

de la adolesc<strong>en</strong>cia, y duraba hasta la tumba. Era, más que una edad, una dignidad social.<br />

Los jóv<strong>en</strong>es se vestían como sus abu<strong>el</strong>os, se hacían más respetables con <strong>los</strong> l<strong>en</strong>tes<br />

prematuros, y <strong>el</strong> bastón era muy bi<strong>en</strong> visto desde <strong>los</strong> treinta años. Para las mujeres sólo<br />

había dos edades: la edad de casarse, que no iba más allá de <strong>los</strong> veintidós años, y la<br />

edad de ser solteras eternas: las quedadas. Las otras, las casadas, las madres, las<br />

viudas, las abu<strong>el</strong>as, eran una especie distinta que no llevaba la cu<strong>en</strong>ta de su edad <strong>en</strong><br />

r<strong>el</strong>ación con <strong>los</strong> años vividos, sino <strong>en</strong> r<strong>el</strong>ación con <strong>el</strong> tiempo que les faltaba para morir.<br />

Flor<strong>en</strong>tino Ariza, <strong>en</strong> cambio, se <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tó a las insidias de la vejez con una<br />

temeridad <strong>en</strong>carnizada, aun a sabi<strong>en</strong>das de que t<strong>en</strong>ía la extraña suerte de parecer viejo<br />

desde muy niño. Al principio fue una necesidad. Tránsito Ariza desbarataba y volvía a<br />

coser para él las ropas que su padre decidía botar <strong>en</strong> la basura, así que iba a la escu<strong>el</strong>a<br />

primaria con unas levitas que le arrastraban cuando se s<strong>en</strong>taba, y unos sombreros<br />

ministeriales que se le hundían hasta las orejas, a pesar de que t<strong>en</strong>ían <strong>el</strong> cerco<br />

disminuido con r<strong>el</strong>l<strong>en</strong>o de algodón. Como además usaba l<strong>en</strong>tes de miope desde <strong>los</strong> cinco<br />

años, y t<strong>en</strong>ía <strong>el</strong> mismo cab<strong>el</strong>lo indio de su madre, que era herizado y grueso como cerdas<br />

de caballo, su aspecto no dejaba nada <strong>en</strong> claro. Por fortuna, después de tantos<br />

desórd<strong>en</strong>es de gobierno por tantas guerras civiles superpuestas, <strong>los</strong> criterios escolares<br />

eran m<strong>en</strong>os s<strong>el</strong>ectivos que antes, y había, un revoltijo de oríg<strong>en</strong>es y condiciones sociales<br />

<strong>en</strong> las escu<strong>el</strong>as públicas. Niños todavía no acabados de criar llegaban a las clases<br />

apestando a pólvora de barricada, con insignias y uniformes de oficiales reb<strong>el</strong>des<br />

ganados a plomo <strong>en</strong> combates inciertos, y con sus armas de reglam<strong>en</strong>to bi<strong>en</strong> visibles <strong>en</strong><br />

<strong>el</strong> cinto. Se <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>taban a tiros por cualquier pleito de recreo, am<strong>en</strong>azaban a <strong>los</strong><br />

maestros si <strong>los</strong> calificaban mal <strong>en</strong> <strong>los</strong> exám<strong>en</strong>es, y uno de <strong>el</strong><strong>los</strong>, estudiante de tercer<br />

grado <strong>en</strong> <strong>el</strong> colegio La Salle y coron<strong>el</strong> de milicias <strong>en</strong> retiro, mató de un balazo al hermano<br />

Juan Eremita, prefecto de la comunidad, porque dijo <strong>en</strong> la clase de catecismo que Dios<br />

era miembro de número d<strong>el</strong> partido conservador.<br />

Gabri<strong>el</strong> García Márquez 143<br />

El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!