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gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

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llevado d<strong>el</strong> brazo por una mujer. Sabía que ese día, y sólo ese, t<strong>en</strong>dría que r<strong>en</strong>unciar a la<br />

esperanza de Fermina Daza.<br />

El <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro le espantó <strong>el</strong> sueño. En vez de llevar a Leona Cassiani <strong>en</strong> <strong>el</strong> coche, la<br />

acompañó a pie a través de la ciudad vieja, donde sus pasos resonaban como herraduras<br />

de caballería sobre <strong>los</strong> adoquines. A veces se escapaban retazos de voces fugitivas por<br />

<strong>los</strong> balcones abiertos, confid<strong>en</strong>cias de alcobas, sollozos de <strong>amor</strong> magnificados por la<br />

acústica fantasmal y la fragancia cali<strong>en</strong>te de <strong>los</strong> jazmines <strong>en</strong> las calleju<strong>el</strong>as dormidas.<br />

Una vez más, Flor<strong>en</strong>tino Ariza tuvo que ap<strong>el</strong>ar a todas sus fuerzas para no rev<strong>el</strong>arle a<br />

Leona Cassiani su <strong>amor</strong> reprimido por Fermina Daza. Caminaban juntos, con sus pasos<br />

contados, amándose sin prisa como novios viejos, <strong>el</strong>la p<strong>en</strong>sando <strong>en</strong> las gracias de<br />

Cabiria, y él p<strong>en</strong>sando <strong>en</strong> su propia desgracia. Un hombre estaba cantando <strong>en</strong> un balcón<br />

de la Plaza de la Aduana, y su canto fue repitiéndose por todo <strong>el</strong> recinto <strong>en</strong> ecos<br />

<strong>en</strong>cad<strong>en</strong>ados: Cuando yo cruzaba por las olas inm<strong>en</strong>sas d<strong>el</strong> mar. En la calle de <strong>los</strong> Santos<br />

de Piedra, justo cuando debía despedirla fr<strong>en</strong>te a su casa, Flor<strong>en</strong>tino Ariza le pidió a<br />

Leona Cassiani que lo invitara a un brandy. Era la segunda vez que lo solicitaba <strong>en</strong><br />

circunstancias similares. La primera, diez años antes, <strong>el</strong>la le había dicho: “Si subes a esta<br />

hora t<strong>en</strong>drás que quedarte para siempre”. Él no subió. Pero ahora habría subido de todos<br />

modos, aunque después tuviera que violar su palabra. No obstante, Leona Cassiani lo<br />

invitó a subir sin compromisos.<br />

Fue así como se <strong>en</strong>contró cuando m<strong>en</strong>os lo p<strong>en</strong>saba <strong>en</strong> <strong>el</strong> santuario de un <strong>amor</strong><br />

extinguido antes de nacer. Los padres de <strong>el</strong>la habían muerto, su único hermano había<br />

hecho fortuna <strong>en</strong> Curazao, y <strong>el</strong>la vivía sola <strong>en</strong> la antigua casa familiar. Años antes,<br />

cuando aún no había r<strong>en</strong>unciado a la esperanza de hacerla su amante, Flor<strong>en</strong>tino Ariza<br />

solía visitarla <strong>los</strong> domingos con <strong>el</strong> cons<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de sus padres, y a veces por las noches<br />

hasta muy tarde, y había hecho tantos aportes a <strong>los</strong> arreg<strong>los</strong> de la casa que terminó por<br />

reconocerla como suya. Sin embargo, aqu<strong>el</strong>la noche después d<strong>el</strong> cine tuvo la s<strong>en</strong>sación<br />

de que la sala de visitas había sido purificada de sus recuerdos. Los muebles estaban <strong>en</strong><br />

lugares distintos, había otros cromos colgados <strong>en</strong> las paredes, y él p<strong>en</strong>só que tantos<br />

cambios <strong>en</strong>carnizados habían sido hechos a propósito para perpetuar la certidumbre de<br />

que él no había existido jamás. El gato no lo reconoció. Asustado por la saña d<strong>el</strong> olvido,<br />

dijo: “Ya no se acuerda de mí”. Pero <strong>el</strong>la le replicó de espaldas, mi<strong>en</strong>tras servía <strong>los</strong><br />

brandis, que si eso le preocupaba podía dormir tranquilo, porque <strong>los</strong> gatos no se<br />

acuerdan de nadie.<br />

Recostados <strong>en</strong> <strong>el</strong> sofá, muy juntos, hablaron de <strong>el</strong><strong>los</strong>, de lo que fueron antes de<br />

conocerse una tarde de quién sabe cuándo <strong>en</strong> <strong>el</strong> tranvía de mulas. Sus vidas transcurrían<br />

<strong>en</strong> oficinas contiguas, y nunca hasta <strong>en</strong>tonces habían hablado de nada distinto d<strong>el</strong><br />

trabajo diario. Mi<strong>en</strong>tras conversaban, Flor<strong>en</strong>tino Ariza le puso la mano <strong>en</strong> <strong>el</strong> muslo,<br />

empezó a acariciarlo con su suave tacto de seductor curtido, y <strong>el</strong>la lo dejó hacer, pero no<br />

le devolvió ni un estremecimi<strong>en</strong>to de cortesía. Sólo cuando él trató de ir más lejos le<br />

cogió la mano exploradora y le dio un beso <strong>en</strong> la palma.<br />

-Pórtate bi<strong>en</strong> -le dijo-. Hace mucho tiempo me di cu<strong>en</strong>ta que no eres <strong>el</strong> hombre<br />

que busco.<br />

Si<strong>en</strong>do muy jov<strong>en</strong>, un hombre fuerte y diestro, al que nunca le vio la cara, la<br />

había tumbado por sorpresa <strong>en</strong> las escolleras, la había desnudado a zarpazos, y le había<br />

hecho un <strong>amor</strong> instantáneo y fr<strong>en</strong>ético. Tirada sobre las piedras, ll<strong>en</strong>a de cortaduras por<br />

todo <strong>el</strong> cuerpo, <strong>el</strong>la hubiera querido que ese hombre se quedara allí para siempre, para<br />

morirse de <strong>amor</strong> <strong>en</strong> sus brazos. No le había visto la cara, no le había oído la voz, pero<br />

estaba segura de reconocerlo <strong>en</strong>tre miles por su forma y su medida y su modo de hacer<br />

<strong>el</strong> <strong>amor</strong>. Desde <strong>en</strong>tonces, a todo <strong>el</strong> que quiso oírla le decía: “Si alguna vez sabes de un<br />

tipo grande y fuerte que violó a una pobre negra de la calle <strong>en</strong> la Escollera de <strong>los</strong><br />

Ahogados, un quince de octubre como a las once y media de la noche, dile dónde puede<br />

<strong>en</strong>contrarme”. Lo decía por puro hábito, y se lo había dicho a tantos que ya no le<br />

quedaban esperanzas. Flor<strong>en</strong>tino Ariza le había escuchado muchas veces ese r<strong>el</strong>ato como<br />

hubiera oído <strong>los</strong> adioses de un barco <strong>en</strong> la noche. Cuando dieron las dos de la madrugada<br />

142 Gabri<strong>el</strong> García Márquez<br />

El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera

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