30.04.2013 Views

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Ariza. Además, Hildebranda t<strong>en</strong>ía una concepción universal d<strong>el</strong> <strong>amor</strong>, y p<strong>en</strong>saba que<br />

cualquier cosa que le pasara a uno afectaba a todos <strong>los</strong> <strong>amor</strong>es d<strong>el</strong> mundo <strong>en</strong>tero. Sin<br />

embargo, no r<strong>en</strong>unció al proyecto. Con una audacia que le causó a Fermina Daza una<br />

crisis de espanto, fue sola a la oficina d<strong>el</strong> t<strong>el</strong>égrafo con la disposición de ganarse <strong>el</strong> favor<br />

de Flor<strong>en</strong>tino Ariza.<br />

No lo hubiera reconocido, pues no t<strong>en</strong>ía ni un rasgo que correspondiera a la<br />

imag<strong>en</strong> que <strong>el</strong>la se había formado a través de Fermina Daza. A primera vista le pareció<br />

imposible que su prima hubiera estado a punto de <strong>en</strong>loquecer por aqu<strong>el</strong> empleado casi<br />

invisible, con aires de perro apaleado, cuyo atu<strong>en</strong>do de rabino <strong>en</strong> desgracia y cuyas<br />

maneras solemnes no podían alterar <strong>el</strong> corazón de nadie. Pero muy pronto se arrepintió<br />

de la primera impresión, pues Flor<strong>en</strong>tino Ariza se puso a su servicio incondicional sin<br />

saber quién era: no lo supo nunca. Nadie la hubiera <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dido como él, así que no le<br />

exigió id<strong>en</strong>tificarse ni le pidió dirección alguna. Su solución fue muy simple: <strong>el</strong>la pasaría<br />

<strong>los</strong> miércoles <strong>en</strong> la tarde por la oficina d<strong>el</strong> t<strong>el</strong>égrafo para que él le <strong>en</strong>tregara las<br />

respuestas <strong>en</strong> su mano, y nada más. Por otra parte, cuando él leyó <strong>el</strong> m<strong>en</strong>saje que<br />

Hildebranda llevaba escrito le preguntó si aceptaba una suger<strong>en</strong>cia, y <strong>el</strong>la estuvo de<br />

acuerdo. Flor<strong>en</strong>tino Ariza hizo primero unas correcciones <strong>en</strong>tre líneas, las suprimió, las<br />

volvió a escribir, se quedó sin espacio, y al final rompió la hoja y escribió completo un<br />

m<strong>en</strong>saje distinto que a <strong>el</strong>la le pareció <strong>en</strong>ternecedor. Cuando salió de la oficina d<strong>el</strong><br />

t<strong>el</strong>égrafo, Hildebranda iba al borde de las lágrimas.<br />

-Es feo y triste -le dijo a Fermina Daza-, pero es todo <strong>amor</strong>.<br />

Lo que más llamó la at<strong>en</strong>ción de Hildebranda fue la soledad de la prima. Parecía,<br />

le dijo, una solterona de veinte años. Acostumbrada a una familia numerosa y dispersa,<br />

<strong>en</strong> casas donde nadie sabía a ci<strong>en</strong>cia cierta cuántos vivían ni qui<strong>en</strong>es iban a comer cada<br />

vez. Hildebranda no podía imaginarse a una muchacha de su edad reducida al claustro de<br />

la vida privada. Así era: desde que se levantaba a las seis de la mañana, hasta que<br />

apagaba la luz d<strong>el</strong> dormitorio, se consagraba a la pérdida d<strong>el</strong> tiempo. La vida se le<br />

imponía desde fuera. Primero, con <strong>los</strong> últimos gal<strong>los</strong>, <strong>el</strong> hombre de la leche la despertaba<br />

con la aldaba d<strong>el</strong> portón. Después tocaba la pescadera con <strong>el</strong> cajón de pargos<br />

moribundos <strong>en</strong> un lecho de algas, las pal<strong>en</strong>queras suntuosas con las hortalizas de María<br />

la Baja y las frutas de San Jacinto. Y después, durante todo <strong>el</strong> día, tocaban todos: <strong>los</strong><br />

m<strong>en</strong>digos, las muchachas de las rifas, las hermanas de la caridad, <strong>el</strong> afilador con <strong>el</strong><br />

caramillo, <strong>el</strong> que compraba bot<strong>el</strong>las, <strong>el</strong> que compraba oro quebrado~ <strong>el</strong> que compraba<br />

pap<strong>el</strong> gaceta, las falsas gitanas que se ofrecían para leer <strong>el</strong> desfino <strong>en</strong> las barajas, <strong>en</strong> las<br />

líneas de la mano, <strong>en</strong> <strong>el</strong> asi<strong>en</strong>to d<strong>el</strong> café, <strong>en</strong> las aguas de <strong>los</strong> lebril<strong>los</strong>. A Gala Placidia se<br />

le iba la semana abri<strong>en</strong>do y cerrando <strong>el</strong> portón para decir que no, vu<strong>el</strong>va otro día, o<br />

gritando desde <strong>el</strong> balcón con <strong>el</strong> humor revu<strong>el</strong>to que no molest<strong>en</strong> más, carajo, que ya<br />

compramos todo lo que hacía falta. Había reemplazado a la tía Escolástica con tanto<br />

fervor y tanta gracia, que Fermina la confundía con <strong>el</strong>la hasta para quererla. T<strong>en</strong>ía<br />

obsesiones de esclava. Tan pronto como <strong>en</strong>contraba un rato libre se iba al cuarto de<br />

oficios para planchar la ropa blanca, la dejaba perfecta, la guardaba <strong>en</strong> <strong>los</strong> armarios con<br />

flores de espliego, y no sólo planchaba y doblaba la que acababa de lavar sino también la<br />

que hubiera perdido su espl<strong>en</strong>dor por falta de uso. Con <strong>el</strong> mismo cuidado seguía<br />

mant<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do <strong>el</strong> vestuario de Fermina Sánchez, la madre de Fermina, muerta catorce<br />

años antes. Pero era Fermina Daza la que tomaba las decisiones. Ord<strong>en</strong>aba lo que había<br />

que comer, lo que había que comprar, lo que t<strong>en</strong>ía que hacerse <strong>en</strong> cada caso, y <strong>en</strong> esa<br />

forma determinaba la vida de una casa que <strong>en</strong> realidad no t<strong>en</strong>ía nada que determinar.<br />

Cuando acababa de lavar las jaulas y poner la comida a <strong>los</strong> pájaros, y de cuidar que nada<br />

les hiciera falta a las flores, se quedaba sin rumbo. Muchas veces, después de que fue<br />

expulsada d<strong>el</strong> colegio, se quedó dormida <strong>en</strong> la siesta y no despertó hasta <strong>el</strong> día sigui<strong>en</strong>te.<br />

Las clases de pintura no fueron más que una manera más <strong>en</strong>tret<strong>en</strong>ida de perder <strong>el</strong><br />

tiempo.<br />

Las r<strong>el</strong>aciones con su padre carecían de afectos desde <strong>el</strong> exilio de la tía<br />

Escolástica, aunque ambos habían <strong>en</strong>contrado <strong>el</strong> modo de vivir juntos sin estorbarse.<br />

74 Gabri<strong>el</strong> García Márquez<br />

El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!