30.04.2013 Views

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

juntos la cubierta de primera clase atiborrada de g<strong>en</strong>te jov<strong>en</strong>: la mayoría estudiantes<br />

bulliciosos que se agotaban con una cierta ansiedad <strong>en</strong> la última parranda de las<br />

vacaciones. En la cantina, Flor<strong>en</strong>tino Ariza y Fermina Daza se tomaron un refresco de<br />

bot<strong>el</strong>la s<strong>en</strong>tados como estudiantes fr<strong>en</strong>te al mostrador, y <strong>el</strong>la se vio de pronto <strong>en</strong> una<br />

situación temida. Dijo: “¡Qué horror!”. Flor<strong>en</strong>tino Ariza le preguntó <strong>en</strong> qué estaba<br />

p<strong>en</strong>sando que le causaba semejante impresión.<br />

-En <strong>los</strong> pobres viejitos -dijo <strong>el</strong>la-. Los que mataron a remazos <strong>en</strong> <strong>el</strong> bote.<br />

Ambos se fueron a dormir cuando se acabó la música, después de una larga<br />

conversación sin tropiezos <strong>en</strong> <strong>el</strong> mirador oscuro. No hubo luna, <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o estaba<br />

<strong>en</strong>capotado, y <strong>en</strong> <strong>el</strong> horizonte estallaban r<strong>el</strong>ámpagos sin tru<strong>en</strong>os que <strong>los</strong> iluminaban por<br />

un instante. Flor<strong>en</strong>tino Ariza <strong>en</strong>rolló <strong>los</strong> cigarril<strong>los</strong> para <strong>el</strong>la, pero no se fumó más de<br />

cuatro, atorm<strong>en</strong>tada por <strong>el</strong> dolor que se aliviaba por mom<strong>en</strong>tos y se recrudecía cuando <strong>el</strong><br />

barco bramaba al cruzarse con otro, o al pasar fr<strong>en</strong>te a un pueblo dormido, o cuando<br />

navegaba despacio para sondear <strong>el</strong> fondo d<strong>el</strong> río. Él le contó con cuánta ansiedad la<br />

había visto siempre <strong>en</strong> <strong>los</strong> Juegos Florales, <strong>en</strong> <strong>el</strong> vu<strong>el</strong>o <strong>en</strong> globo, <strong>en</strong> <strong>el</strong> v<strong>el</strong>ocípedo de<br />

acróbata, y con cuánta ansiedad esperaba las fiestas públicas durante todo <strong>el</strong> año, sólo<br />

para verla. También <strong>el</strong>la lo había visto muchas veces, y nunca se hubiera imaginado que<br />

estuviera allí sólo para verla. Sin embargo, hacía ap<strong>en</strong>as un año, cuando leyó sus cartas,<br />

se preguntó de pronto cómo era posible que él no hubiera competido nunca <strong>en</strong> <strong>los</strong> Juegos<br />

Florales: sin duda habría ganado. Flor<strong>en</strong>tino Ariza le mintió: sólo escribía para <strong>el</strong>la,<br />

versos para <strong>el</strong>la, y sólo él <strong>los</strong> leía. Entonces fue <strong>el</strong>la la que buscó su mano <strong>en</strong> la<br />

oscuridad, y no la <strong>en</strong>contró esperándola como <strong>el</strong>la había esperado la suya la noche<br />

anterior, sino que lo tomó de sorpresa. A Flor<strong>en</strong>tino Ariza se le h<strong>el</strong>ó <strong>el</strong> corazón.<br />

--Quéraras son las mujeres -dijo.<br />

Ella soltó una risa profunda, de paloma jov<strong>en</strong>, y volvió a p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> <strong>los</strong> ancianos<br />

d<strong>el</strong> bote. Estaba escrito: aqu<strong>el</strong>la imag<strong>en</strong> había de perseguirla siempre. Pero esa noche<br />

podía soportarla, porque se s<strong>en</strong>tía tranquila y bi<strong>en</strong>, como pocas veces <strong>en</strong> la vida: limpia<br />

de toda culpa. Se hubiera quedado así hasta <strong>el</strong> amanecer, callada, con la mano de él<br />

sudando hi<strong>el</strong>o <strong>en</strong> su mano, pero no pudo soportar <strong>el</strong> torm<strong>en</strong>to d<strong>el</strong> oído. De modo que<br />

cuando se apagó la música, y luego cesó <strong>el</strong> trajín de <strong>los</strong> pasajeros d<strong>el</strong> común colgando<br />

las hamacas <strong>en</strong> <strong>el</strong> salón, <strong>el</strong>la compr<strong>en</strong>dió que su dolor era más fuerte que su deseo de<br />

estar con él. Sabía que <strong>el</strong> solo decírs<strong>el</strong>o a él iba a aliviarla, pero no lo hizo para no<br />

preocuparlo. Pues <strong>en</strong>tonces t<strong>en</strong>ía la impresión de conocerlo como si hubiera vivido con él<br />

toda la vida, y lo creía capaz de dar la ord<strong>en</strong> de que <strong>el</strong> buque regresara al puerto si eso<br />

pudiera quitarle <strong>el</strong> dolor.<br />

Flor<strong>en</strong>tino Ariza había previsto que esa noche ocurrirían las cosas así, y se retiró.<br />

Ya <strong>en</strong> la puerta d<strong>el</strong> camarote trató de despedirse con un beso, pero <strong>el</strong>la le puso la mejilla<br />

izquierda. Él insistió, ya con la respiración <strong>en</strong>trecortada, y <strong>el</strong>la le ofreció la otra mejilla<br />

con una coquetería que él no le había conocido de colegiala. Entonces insistió por<br />

segunda vez, y <strong>el</strong>la lo recibió <strong>en</strong> <strong>los</strong> labios, lo recibió con un temblor profundo que trató<br />

de sofocar con una risa olvidada desde su noche de bodas.<br />

-¡Dios mío -dijo-, qué loca soy <strong>en</strong> <strong>los</strong> buques!<br />

Flor<strong>en</strong>tino Ariza se estremeció: <strong>en</strong> efecto, como <strong>el</strong>la misma lo había dicho, t<strong>en</strong>ía <strong>el</strong><br />

olor agrio de la edad. Sin embargo, mi<strong>en</strong>tras caminaba hacia su camarote, abriéndose<br />

paso por <strong>en</strong>tre <strong>el</strong> laberinto de hamacas dormidas, se consolaba con la idea de que él<br />

debía t<strong>en</strong>er <strong>el</strong> mismo olor, sólo que cuatro años más viejo, y que <strong>el</strong>la debió haberlo<br />

s<strong>en</strong>tido con la misma emoción. Era <strong>el</strong> olor de <strong>los</strong> ferm<strong>en</strong>tos humanos, que él había<br />

percibido <strong>en</strong> sus amantes más antiguas, y que <strong>el</strong>las habían s<strong>en</strong>tido <strong>en</strong> él. La viuda de<br />

Nazaret, que no se guardaba nada, se lo dijo de un modo más crudo: “Ya olemos a<br />

gallinazo”. Ambos se lo soportaban <strong>el</strong> uno al otro, porque estaban a mano: mi olor contra<br />

<strong>el</strong> tuyo. En cambio, muchas veces se había cuidado de América Vicuña, cuyo olor de<br />

pañales le despertaba a él <strong>los</strong> instintos maternos y sin embargo lo inquietaba la idea de<br />

que <strong>el</strong>la no pudiera soportar <strong>el</strong> suyo: su olor de viejo verde. Pero todo eso pert<strong>en</strong>ecía al<br />

pasado. Lo importante era que por primera vez desde aqu<strong>el</strong>la tarde <strong>en</strong> que la tía<br />

Gabri<strong>el</strong> García Márquez 183<br />

El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!