30.04.2013 Views

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

internado, pero no sabía qué hacer con <strong>el</strong>la durante <strong>el</strong> fin de semana. Por primera vez no<br />

se ocupó de <strong>el</strong>la, y <strong>el</strong>la res<strong>en</strong>tía <strong>el</strong> cambio. Se la <strong>en</strong>com<strong>en</strong>daba a las muchachas d<strong>el</strong><br />

servicio para que la llevaran al cine de la tarde, a las retretas d<strong>el</strong> parque infantil, a las<br />

tómbolas de b<strong>en</strong>efic<strong>en</strong>cia, o le inv<strong>en</strong>taba programas dominicales con otras compañeras<br />

d<strong>el</strong> colegio para no t<strong>en</strong>er que llevarla al paraíso escondido detrás de sus oficinas, donde<br />

<strong>el</strong>la quería volver siempre desde que la llevó por primera vez. No se daba cu<strong>en</strong>ta, <strong>en</strong> las<br />

nebu<strong>los</strong>as de su nueva ilusión, de que las mujeres pued<strong>en</strong> volverse adultos <strong>en</strong> tres días,<br />

y eran tres años <strong>los</strong> que habían pasado desde que él la recibió <strong>en</strong> <strong>el</strong> motov<strong>el</strong>ero de<br />

Puerto Padre. Por mucho que él quiso dulcificarlo, <strong>el</strong> cambio para <strong>el</strong>la fue brutal, pero no<br />

pudo concebir <strong>el</strong> motivo. El día que él le dijo <strong>en</strong> la h<strong>el</strong>adería que se iba a casar,<br />

rev<strong>el</strong>ándole una verdad, <strong>el</strong>la sufrió un impacto de pánico, pero luego le pareció una<br />

posibilidad tan absurda que lo olvidó por completo. Muy pronto compr<strong>en</strong>dió, sin<br />

embargo, que él se comportaba como si fuera cierto, con evasivas inexplicadas, como si<br />

no tuviera ses<strong>en</strong>ta años más que <strong>el</strong>la, sino ses<strong>en</strong>ta años m<strong>en</strong>os.<br />

Una tarde de sábado, Flor<strong>en</strong>tino Ariza la <strong>en</strong>contró tratando de escribir a máquina<br />

<strong>en</strong> su dormitorio, y lo hacía bastante bi<strong>en</strong>, pues estudiaba mecanografía <strong>en</strong> <strong>el</strong> colegio.<br />

Había hecho más de media página de escritura automática, pero <strong>en</strong> ciertos trechos era<br />

fácil separar una frase rev<strong>el</strong>adora de su estado de ánimo. Flor<strong>en</strong>tino Ariza se inclinó<br />

sobre su hombro para leer lo que escribía. Ella se turbó con su calor de hombre, su<br />

ali<strong>en</strong>to <strong>en</strong>trecortado, <strong>el</strong> perfume de su ropa, que era <strong>el</strong> mismo de su almohada. Ya no era<br />

la niña recién llegada que él desnudaba pieza por pieza con <strong>en</strong>gañifas de bebé: primero<br />

es~ tos zapatitos para <strong>el</strong> osito, después esta camisita para <strong>el</strong> perrito, después estos<br />

calzoncitos de flores para <strong>el</strong> conejito, y ahora un besito <strong>en</strong> la cuquita rica de su papá. No:<br />

ahora era una mujer hecha y derecha a la que le gustaba llevar la iniciativa. Siguió<br />

escribi<strong>en</strong>do con un solo dedo de la mano derecha, y con la izquierda buscó a ti<strong>en</strong>tas la<br />

pierna de él, lo exploró, lo <strong>en</strong>contró, lo sintió revivir, crecer, suspirar de ansiedad, y su<br />

respiración de viejo se volvió pedregosa y difícil. Ella lo conocía: a partir de ese punto él<br />

iba a perder <strong>el</strong> dominio, se le desarticulaba la razón, quedaba a merced de <strong>el</strong>la, y no<br />

había de <strong>en</strong>contrar <strong>los</strong> caminos de regreso hasta no llegar al final. Lo fue llevando de la<br />

mano hasta la cama, como a un pobre ciego de la calle, y lo descuartizó presa por presa<br />

con una ternura maligna, le echó sal a su gusto, pimi<strong>en</strong>ta de olor, un di<strong>en</strong>te de ajo,<br />

cebolla picada, <strong>el</strong> jugo de un limón, una hoja de laur<strong>el</strong>, hasta que lo tuvo sazonado <strong>en</strong> la<br />

fu<strong>en</strong>te y <strong>el</strong> horno listo a la temperatura justa. No había nadie <strong>en</strong> la casa. Las sirvi<strong>en</strong>tas<br />

habían salido, y <strong>los</strong> albañiles y <strong>los</strong> carpinteros de la reconstrucción no trabajaban <strong>los</strong><br />

sábados: t<strong>en</strong>ían <strong>el</strong> mundo <strong>en</strong>tero para <strong>el</strong><strong>los</strong> dos. Pero él salió d<strong>el</strong> éxtasis al borde d<strong>el</strong><br />

abismo, le apartó la mano, se incorporó, dijo con voz trémula:<br />

-Cuidado, no t<strong>en</strong>emos cauchitos.<br />

Ella permaneció bocarriba <strong>en</strong> la cama un largo rato, p<strong>en</strong>sando, y cuando volvió al<br />

internado, con una hora de anticipación, estaba más allá de las ganas de llorar, y había<br />

afinado <strong>el</strong> olfato y se había afilado las uñas para <strong>en</strong>contrar las trazas de la liebre<br />

agazapada que le había trastornado la vida. Flor<strong>en</strong>tino Ariza, <strong>en</strong> cambio, incurrió una vez<br />

más <strong>en</strong> un error de hombre: p<strong>en</strong>só que <strong>el</strong>la se había conv<strong>en</strong>cido de la inutilidad de sus<br />

propósitos y había resu<strong>el</strong>to olvidarlo.<br />

Estaba <strong>en</strong> lo suyo. Al cabo de seis meses, sin una mínima señal, se <strong>en</strong>contró<br />

dando vu<strong>el</strong>tas <strong>en</strong> la cama hasta <strong>el</strong> amanecer, perdido <strong>en</strong> <strong>el</strong> desierto de un insomnio<br />

distinto. P<strong>en</strong>saba que Fermina Daza había abierto la primera carta por su apari<strong>en</strong>cia<br />

ing<strong>en</strong>ua, había alcanzado a ver la inicial conocida de otras cartas de antaño, y la había<br />

echado <strong>en</strong> la hoguera de la basura sin tomarse siquiera <strong>el</strong> trabajo de romperla. Le habría<br />

bastado con ver <strong>el</strong> sobre de las sigui<strong>en</strong>tes para hacer lo mismo sin abrirlas, y así hasta <strong>el</strong><br />

fin de <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong>, mi<strong>en</strong>tras él llegaba al término de sus meditaciones escritas. No creía<br />

que existiera una mujer capaz de resistir la curiosidad de medio año de cartas cotidianas<br />

sin saber ni siquiera de qué color era la tinta con que estaban escritas. Pero si una<br />

existía, sólo podía ser <strong>el</strong>la.<br />

Flor<strong>en</strong>tino Ariza s<strong>en</strong>tía que <strong>el</strong> tiempo de la vejez no era un torr<strong>en</strong>te horizontal,<br />

sino una cisterna desfondada por donde se desaguaba la memoria. Su ing<strong>en</strong>io se<br />

162 Gabri<strong>el</strong> García Márquez<br />

El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!