gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
donde todo se sabía inclusive antes de que fuera cierto. Se lo dijo de un modo casual, y<br />
él le replicó de inmediato sin un temblor <strong>en</strong> la voz:<br />
-Es que me he conservado virg<strong>en</strong> para ti.<br />
Ella no lo hubiera creído de todos modos, aunque fuera cierto, porque sus cartas<br />
de <strong>amor</strong> estaban hechas de frases como esa que no valían por su s<strong>en</strong>tido sino por su<br />
poder de deslumbrami<strong>en</strong>to. Pero le gustó <strong>el</strong> coraje con que lo dijo. Flor<strong>en</strong>tino Ariza, por<br />
su parte, se preguntó de pronto lo que nunca se hubiera atrevido a preguntarse: qué<br />
clase de vida oculta había hecho <strong>el</strong>la al marg<strong>en</strong> d<strong>el</strong> matrimonio. Nada le habría<br />
sorpr<strong>en</strong>dido, porque él sabía que las mujeres son iguales a <strong>los</strong> hombres <strong>en</strong> sus av<strong>en</strong>turas<br />
secretas: las mismas estratagemas, las mismas inspiraciones súbitas, las mismas<br />
traiciones sin remordimi<strong>en</strong>tos. Pero hizo bi<strong>en</strong> <strong>en</strong> no preguntarlo. En una época <strong>en</strong> que<br />
sus r<strong>el</strong>aciones con la Iglesia estaban ya bastante lastimadas, <strong>el</strong> confesor le preguntó sin<br />
que viniera a cu<strong>en</strong>to si alguna vez le había sido infi<strong>el</strong> al esposo, y <strong>el</strong>la se levantó sin responder,<br />
sin terminar, sin despedirse, y nunca más volvió a confesarse con ese confesor<br />
ni con ningún otro. En cambio, la prud<strong>en</strong>cia de Flor<strong>en</strong>tino Ariza tuvo una recomp<strong>en</strong>sa<br />
inesperada: <strong>el</strong>la ext<strong>en</strong>dió la mano <strong>en</strong> la oscuridad, le acarició <strong>el</strong> vi<strong>en</strong>tre, <strong>los</strong> flancos, <strong>el</strong><br />
pubis casi lampiño. Dijo: “Ti<strong>en</strong>es una pi<strong>el</strong> de n<strong>en</strong>e”. Luego dio <strong>el</strong> paso final: lo buscó<br />
donde no estaba, lo volvió a buscar sin ilusiones, y lo <strong>en</strong>contró inerme.<br />
-Está muerto -dijo él.<br />
Le ocurrió siempre la primera vez, con todas, desde siempre, de modo que había<br />
apr<strong>en</strong>dido a convivir con aqu<strong>el</strong> fantasma: cada vez había t<strong>en</strong>ido que apr<strong>en</strong>der otra vez,<br />
como si fuera la primera. Tomó la mano de <strong>el</strong>la y se la puso <strong>en</strong> <strong>el</strong> pecho: Fermina Daza<br />
sintió casi a flor de pi<strong>el</strong> <strong>el</strong> viejo corazón incansable lati<strong>en</strong>do con la fuerza, la prisa y <strong>el</strong> desord<strong>en</strong><br />
de un adolesc<strong>en</strong>te. Él dijo: “Demasiado <strong>amor</strong> es tan malo para esto como la falta<br />
de <strong>amor</strong>”. Pero lo dijo sin convicción: estaba avergonzado, furioso consigo mismo,<br />
ansiando un motivo para culparla a <strong>el</strong>la de su fracaso. Ella lo sabía, y empezó a provocar<br />
<strong>el</strong> cuerpo indef<strong>en</strong>so con caricias de burla, como una gata tierna regodeándose <strong>en</strong> la<br />
cru<strong>el</strong>dad, hasta que él no pudo resistir más <strong>el</strong> martirio y se fue a su camarote. Ella siguió<br />
p<strong>en</strong>sando <strong>en</strong> él hasta <strong>el</strong> amanecer, conv<strong>en</strong>cida por fin de su <strong>amor</strong>, y a medida que <strong>el</strong> anís<br />
la abandonaba <strong>en</strong> oleadas l<strong>en</strong>tas la iba invadi<strong>en</strong>do la zozobra de que él se hubiera<br />
disgustado y no volviera nunca.<br />
Pero volvió <strong>el</strong> mismo día, a la hora insólita de las once de la mañana, fresco y<br />
restaurado, y se desnudó fr<strong>en</strong>te a <strong>el</strong>la con una cierta ost<strong>en</strong>tación. Ella se complació <strong>en</strong><br />
verlo a pl<strong>en</strong>a luz tal como lo había imaginado <strong>en</strong> la oscuridad: un hombre sin edad, de<br />
pi<strong>el</strong> oscura, lúcida y t<strong>en</strong>sa como un paraguas abierto, sin más v<strong>el</strong><strong>los</strong> que <strong>los</strong> muy escasos<br />
y lacios de las axilas y <strong>el</strong> pubis. Estaba con la guardia <strong>en</strong> alto, y <strong>el</strong>la se dio cu<strong>en</strong>ta de que<br />
no se dejaba ver <strong>el</strong> arma por casualidad, sino que la exhibía como un trofeo de guerra<br />
para darse valor. Ni siquiera le dio tiempo de quitarse la camisa de dormir que se había<br />
puesto cuando empezó la brisa d<strong>el</strong> amanecer, y su prisa de principiante le causó a <strong>el</strong>la un<br />
estremecimi<strong>en</strong>to de compasión. Pero no le molestó, porque <strong>en</strong> casos como aqu<strong>el</strong> no le<br />
era fácil distinguir <strong>en</strong>tre la compasión y <strong>el</strong> <strong>amor</strong>. Al final, sin embargo, se sintió vacía.<br />
Era la primera vez que hacía <strong>el</strong> <strong>amor</strong> <strong>en</strong> más de veinte años, y lo había hecho<br />
embargada por la curiosidad de s<strong>en</strong>tir cómo podía ser a su edad después de un receso<br />
tan prolongado. Pero él no le había dado tiempo de saber si también su cuerpo lo quería.<br />
Había sido rápido y triste, y <strong>el</strong>la p<strong>en</strong>só: “Ahora hemos jodido todo”. Pero se equivocó: a<br />
pesar d<strong>el</strong> des<strong>en</strong>canto de ambos, a pesar d<strong>el</strong> arrep<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de él por su torpeza y d<strong>el</strong><br />
remordimi<strong>en</strong>to de <strong>el</strong>la por la locura d<strong>el</strong> anís, no se separaron un instante <strong>en</strong> <strong>los</strong> días<br />
sigui<strong>en</strong>tes. Ap<strong>en</strong>as si salían d<strong>el</strong> camarote para comer. El capitán Samaritano, que<br />
descubría por instinto cualquier misterio que quisiera guardarse <strong>en</strong> su buque, les mandaba<br />
la rosa blanca todas las mañanas, les puso una ser<strong>en</strong>ata de valses de su tiempo, les<br />
hacía preparar comidas de broma con ingredi<strong>en</strong>tes al<strong>en</strong>tadores. No volvieron a int<strong>en</strong>tar <strong>el</strong><br />
<strong>amor</strong> hasta mucho después, cuando la inspiración les llegó sin que la buscaran. Les<br />
bastaba con la dicha simple de estar juntos.<br />
186 Gabri<strong>el</strong> García Márquez<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera