30.04.2013 Views

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

d<strong>el</strong> muerto iban si<strong>en</strong>do ocupados poco a poco pero de un modo inexorable por la pradera<br />

de amapolas donde estaban <strong>en</strong>terrados <strong>los</strong> recuerdos de Flor<strong>en</strong>tino Ariza. Así, p<strong>en</strong>saba<br />

<strong>en</strong> él sin quererlo, y cuanto más p<strong>en</strong>saba <strong>en</strong> él más rabia le daba, y cuanto más rabia le<br />

daba más p<strong>en</strong>saba <strong>en</strong> él, hasta que fue algo tan insoportable que le desbordó la razón.<br />

Entonces se s<strong>en</strong>tó <strong>en</strong> <strong>el</strong> escritorio d<strong>el</strong> marido muerto, y le escribió a Flor<strong>en</strong>tino Ariza una<br />

carta de tres pliegos irracionales, tan cargados de injurias y de provocaciones infames,<br />

que le dejaron <strong>el</strong> alivio de haber cometido a conci<strong>en</strong>cia <strong>el</strong> acto más indigno de su larga<br />

vida.<br />

También para Flor<strong>en</strong>tino Ariza aqu<strong>el</strong>las tres semanas habían sido de agonía. La<br />

noche <strong>en</strong> que le reiteró su <strong>amor</strong> a Fermina Daza había vagado sin rumbo por calles<br />

desbaratadas por <strong>el</strong> diluvio de la tarde, preguntándose aterrado qué iba a hacer con la<br />

pi<strong>el</strong> d<strong>el</strong> tigre que acababa de matar después de haber resistido a su asedio durante más<br />

de medio siglo. La ciudad estaba <strong>en</strong> estado de emerg<strong>en</strong>cia por la viol<strong>en</strong>cia de las aguas.<br />

En algunas casas había hombres y mujeres medio desnudos tratando de salvar d<strong>el</strong><br />

diluvio lo que Dios quisiera, y Flor<strong>en</strong>tino Ariza tuvo la impresión de que aqu<strong>el</strong> desastre de<br />

todos t<strong>en</strong>ía algo que ver con <strong>el</strong> suyo. Pero <strong>el</strong> aire era manso y las estr<strong>el</strong>las d<strong>el</strong> Caribe<br />

estaban quietas <strong>en</strong> su lugar. De pronto, <strong>en</strong> un sil<strong>en</strong>cio de las otras voces, Flor<strong>en</strong>tino Ariza<br />

reconoció la d<strong>el</strong> hombre que Leona Cassiani y él habían oído cantar muchos años antes, a<br />

la misma hora y <strong>en</strong> la misma esquina: D<strong>el</strong> pu<strong>en</strong>te me devolví bañado <strong>en</strong> lágrimas. Una<br />

canción que de algún modo, aqu<strong>el</strong>la noche y sólo para él, t<strong>en</strong>ía algo que ver con la<br />

muerte.<br />

Nunca como <strong>en</strong>tonces le hizo tanta falta Tránsito Ariza, su palabra sabia, su<br />

cabeza de reina de burlas adornada con flores de pap<strong>el</strong>. No podía evitarlo: siempre que<br />

se <strong>en</strong>contraba al borde d<strong>el</strong> cataclismo, le hacía falta <strong>el</strong> amparo de una mujer. De modo<br />

que pasó por la Escu<strong>el</strong>a Normal buscando <strong>el</strong> rumbo de las alcanzables, y vio que había<br />

una luz <strong>en</strong> la larga fila de v<strong>en</strong>tanas d<strong>el</strong> dormitorio de América Vicuña. Tuvo que hacer un<br />

grande esfuerzo para no incurrir <strong>en</strong> la locura de abu<strong>el</strong>o de llevárs<strong>el</strong>a a las dos de la<br />

madrugada, tibia de sueño <strong>en</strong>tre sus pañales, y todavía olorosa a berr<strong>en</strong>chín de cuna.<br />

En <strong>el</strong> otro extremo de la ciudad estaba Leona Cassiani, sola y libre, y dispuesta sin<br />

duda a depararle a las dos de la madrugada, a las tres, a cualquier hora y <strong>en</strong> cualquier<br />

circunstancia la compasión que le hacía falta. No hubiera sido la primera vez que él<br />

llamara a su puerta <strong>en</strong> <strong>el</strong> yermo de sus insomnios, pero compr<strong>en</strong>dió que <strong>el</strong>la era<br />

demasiado int<strong>el</strong>ig<strong>en</strong>te, y se amaban demasiado, para que él fuera a llorar <strong>en</strong> su regazo<br />

sin rev<strong>el</strong>arle <strong>el</strong> motivo. Al cabo de mucho p<strong>en</strong>sar, sonámbulo por la ciudad desierta, se le<br />

ocurrió que con ninguna podía estar mejor que con Prud<strong>en</strong>cia Pitre: la Viuda de Dos. Era<br />

diez años m<strong>en</strong>or que él. Se habían conocido <strong>en</strong> <strong>el</strong> siglo anterior, y si dejaron de<br />

<strong>en</strong>contrarse fue porque <strong>el</strong>la se había empeñado <strong>en</strong> no dejarse ver como estaba' medio<br />

ciega, y de veras al borde de la decrepitud. Tan pronto como se acordó de <strong>el</strong>la,<br />

Flor<strong>en</strong>tino Ariza volvió a la Calle de las V<strong>en</strong>tanas, metió <strong>en</strong> una bolsa de mercado dos<br />

bot<strong>el</strong>las de oporto y un frasco de <strong>en</strong>curtidos, y se fue a verla sin saber siquiera si estaba<br />

<strong>en</strong> su casa de siempre, si estaba sola, o si estaba viva.<br />

Prud<strong>en</strong>cia Pitre no había olvidado la clave de <strong>los</strong> rasguños <strong>en</strong> la puerta, con la que<br />

él se id<strong>en</strong>tificaba cuando todavía se creían jóv<strong>en</strong>es aunque ya no lo fueran, y le abrió sin<br />

preguntas. La calle estaba a oscuras y él era ap<strong>en</strong>as visible con <strong>el</strong> vestido de paño negro,<br />

<strong>el</strong> sombrero duro y <strong>el</strong> paraguas de murciélago colgado d<strong>el</strong> brazo, y <strong>el</strong>la no t<strong>en</strong>ía ojos para<br />

verlo como no fuera a pl<strong>en</strong>a luz, pero lo reconoció por <strong>el</strong> dest<strong>el</strong>lo d<strong>el</strong> farol <strong>en</strong> la montura<br />

metálica de <strong>los</strong> espeju<strong>el</strong>os. Parecía un asesino con las manos todavía <strong>en</strong>sangr<strong>en</strong>tadas.<br />

-Asilo para un pobre huérfano -dijo.<br />

Fue lo único que acertó a decir, sólo por decir algo. Se sorpr<strong>en</strong>dió de cuánto había<br />

<strong>en</strong>vejecido desde que la vio la última vez, y fue consci<strong>en</strong>te de que <strong>el</strong>la lo veía de igual<br />

modo. Pero se consoló p<strong>en</strong>sando que un mom<strong>en</strong>to después, cuando ambos se repusieran<br />

d<strong>el</strong> golpe inicial, irían notándose m<strong>en</strong>os <strong>el</strong> uno al otro las mataduras de la vida, y<br />

volverían a verse tan jóv<strong>en</strong>es como lo fueron <strong>el</strong> uno para <strong>el</strong> otro cuando se conocieron:<br />

cuar<strong>en</strong>ta años antes.<br />

156 Gabri<strong>el</strong> García Márquez<br />

El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!