gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
como la ciudad se repuso d<strong>el</strong> du<strong>el</strong>o d<strong>el</strong> g<strong>en</strong>eral Ignacio María, <strong>el</strong> doctor Juv<strong>en</strong>al Urbino<br />
hizo subir <strong>el</strong> piano de la Escu<strong>el</strong>a de Música <strong>en</strong> una carreta de mulas, y le llevó a Fermina<br />
Daza una ser<strong>en</strong>ata que hizo época. Ella despertó con <strong>los</strong> primeros compases, y no tuvo<br />
que asomarse por <strong>los</strong> <strong>en</strong>cajes d<strong>el</strong> balcón para saber quién era <strong>el</strong> promotor de aqu<strong>el</strong><br />
hom<strong>en</strong>aje insólito. Lo único que lam<strong>en</strong>tó fue no t<strong>en</strong>er <strong>el</strong> coraje de otras donc<strong>el</strong>las<br />
resabiadas que habían vaciado <strong>el</strong> retrete portátil sobre la cabeza d<strong>el</strong> pret<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te<br />
indeseable. Lor<strong>en</strong>zo Daza, <strong>en</strong> cambio, se vistió de prisa <strong>en</strong> <strong>el</strong> transcurso de la ser<strong>en</strong>ata, y<br />
al final hizo <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> la sala de visitas al doctor Juv<strong>en</strong>al Urbino y al pianista, todavía<br />
ataviados con la ropa de etiqueta d<strong>el</strong> concierto, y les agradeció la ser<strong>en</strong>ata con una copa<br />
de bu<strong>en</strong> brandy.<br />
Fermina Daza se dio cu<strong>en</strong>ta muy pronto de que su padre estaba tratando de<br />
ablandarle <strong>el</strong> corazón. Al día sigui<strong>en</strong>te de la ser<strong>en</strong>ata le había dicho de un modo casual:<br />
“Imagínate cómo se s<strong>en</strong>tiría tu madre si supiera que eres requerida por un Urbino de la<br />
Calle”. Ella replicó <strong>en</strong> seco: “Se volvería a morir d<strong>en</strong>tro d<strong>el</strong> cajón”. Las amigas que<br />
pintaban con <strong>el</strong>la le contaron que Lor<strong>en</strong>zo Daza había sido invitado a almorzar <strong>en</strong> <strong>el</strong> Club<br />
Social por <strong>el</strong> doctor Juv<strong>en</strong>al Urbino, y que éste había sido objeto de una notificación<br />
severa por contrariar normas d<strong>el</strong> reglam<strong>en</strong>to. Sólo <strong>en</strong>tonces se <strong>en</strong>teró también de que su<br />
padre había solicitado varias veces su ingreso al Club Social, y <strong>en</strong> todas había sido<br />
rechazado con una cantidad de bolas negras que no hacían posible una nueva t<strong>en</strong>tativa.<br />
Pero Lor<strong>en</strong>zo Daza asimilaba las humillaciones con un hígado de bu<strong>en</strong> cubero, y seguía<br />
haci<strong>en</strong>do suertes de ing<strong>en</strong>io para <strong>en</strong>contrarse por casualidad con Juv<strong>en</strong>al Urbino, sin<br />
darse cu<strong>en</strong>ta de que era Juv<strong>en</strong>al Urbino qui<strong>en</strong> hacía más que lo posible por dejarse<br />
<strong>en</strong>contrar. A veces pasaban horas conversando <strong>en</strong> la oficina, y la casa permanecía<br />
mi<strong>en</strong>tras tanto como susp<strong>en</strong>dida al marg<strong>en</strong> d<strong>el</strong> tiempo, porque Fermina Daza no permitía<br />
que nada siguiera su curso <strong>en</strong> la vida mi<strong>en</strong>tras él no se fuera. El Café de la Parroquia fue<br />
un bu<strong>en</strong> puerto intermedio. Fue allí donde Lor<strong>en</strong>zo Daza le <strong>en</strong>señó a Juv<strong>en</strong>al Urbino las<br />
lecciones primarias d<strong>el</strong> ajedrez, y él fue un alumno tan aplicado que <strong>el</strong> ajedrez se<br />
convirtió <strong>en</strong> una adicción incurable que lo atorm<strong>en</strong>tó hasta <strong>el</strong> día de su muerte.<br />
Una noche, poco después de la ser<strong>en</strong>ata de piano solo, Lor<strong>en</strong>zo Daza <strong>en</strong>contró una<br />
carta con <strong>el</strong> sobre lacrado <strong>en</strong> <strong>el</strong> zaguán de su casa, dirigido a su hija, y con <strong>el</strong><br />
monograma de J. U. C. impreso <strong>en</strong> <strong>el</strong> lacre. Lo deslizó por debajo de la puerta al pasar<br />
fr<strong>en</strong>te al dormitorio de Fermina, y <strong>el</strong>la no pudo <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der cómo había llegado hasta allí,<br />
pues le parecía inconcebible que su padre hubiera cambiado tanto como para llevarle una<br />
carta de un pret<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te. La dejó sobre la mesa de noche, sin saber de veras qué hacer<br />
con <strong>el</strong>la, y allí permaneció cerrada durante varios días, hasta una tarde de lluvias <strong>en</strong> que<br />
Fermina Daza soñó que Juv<strong>en</strong>al Urbino había vu<strong>el</strong>to a la casa para regalarle la espátula<br />
con que le había examinado la garganta. La espátula d<strong>el</strong> sueño no era de aluminio sino<br />
de un metal apetitoso que <strong>el</strong>la había saboreado con d<strong>el</strong>eite <strong>en</strong> otros sueños, de modo<br />
que la quebró <strong>en</strong> dos partes desiguales y le dio a él la más pequeña.<br />
Al despertar abrió la carta. Era breve y pulcra, y lo único que Juv<strong>en</strong>al Urbino le<br />
suplicaba era que le permitiera pedirle a su padre <strong>el</strong> permiso para visitarla. La impresionó<br />
su s<strong>en</strong>cillez y su seriedad, y la rabia cultivada con tanto <strong>amor</strong> durante tantos días se<br />
apaciguó de pronto. Guardó la carta <strong>en</strong> un cofre fuera de servicio <strong>en</strong> <strong>el</strong> fondo d<strong>el</strong> baúl,<br />
pero recordó que era allí donde había guardado también las cartas perfumadas de<br />
Flor<strong>en</strong>tino Ariza, y la sacó d<strong>el</strong> cofre para cambiarla de lugar, estremecida por una ráfaga<br />
de vergü<strong>en</strong>za. Entonces le pareció que lo más dec<strong>en</strong>te era darla por no recibida, y la<br />
quemó <strong>en</strong> la lámpara, vi<strong>en</strong>do cómo las gotas de lacre rev<strong>en</strong>taban <strong>en</strong> burbujas azules<br />
sobre la llama. Suspiró: “Pobre hombre”. De pronto cayó <strong>en</strong> la cu<strong>en</strong>ta de que era la<br />
segunda vez que lo decía <strong>en</strong> poco más de un año, y por un instante p<strong>en</strong>só <strong>en</strong> Flor<strong>en</strong>tino<br />
Ariza, y <strong>el</strong>la misma se sorpr<strong>en</strong>dió de cuán lejos estaba de su vida: pobre hombre.<br />
En octubre, con las últimas lluvias, llegaron tres cartas más, acompañada la<br />
primera por una cajita de pastillas de violetas de la Abadía de Flavigny. Dos las había<br />
<strong>en</strong>tregado <strong>en</strong> <strong>el</strong> portón de la casa <strong>el</strong> cochero d<strong>el</strong> doctor Juv<strong>en</strong>al Urbino, y éste había<br />
saludado a Gala Placidia desde la v<strong>en</strong>tana d<strong>el</strong> coche, primero para que no hubiera duda<br />
de que las cartas eran suyas, y segundo para que nadie pudiera decirle que no habían<br />
70 Gabri<strong>el</strong> García Márquez<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera