gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
la v<strong>el</strong>adora y se acomodó <strong>en</strong> su almohada. Ella lo sacudió por <strong>el</strong> hombro para recordarle<br />
que debía irse al estudio, pero él se s<strong>en</strong>tía tan bi<strong>en</strong> otra vez <strong>en</strong> la cama de plumas de <strong>los</strong><br />
bisabu<strong>el</strong>os, que prefirió capitular:<br />
-Déjame aquí -dijo-. Sí había jabón.<br />
Cuando recordaban este episodio, ya <strong>en</strong> <strong>el</strong> recodo de la vejez, ni él ni <strong>el</strong>la podían<br />
creer la verdad asombrosa de que aqu<strong>el</strong> altercado fue <strong>el</strong> más grave de medio siglo de<br />
vida <strong>en</strong> común, y <strong>el</strong> único que les inspiró a ambos <strong>el</strong> deseo de claudicar, y empezar la<br />
vida de otro modo. Aun cuando ya eran viejos y apacibles se cuidaban de evocarlo,<br />
porque las heridas ap<strong>en</strong>as cicatrizadas volvían a sangrar como si fueran de ayer.<br />
Él fue <strong>el</strong> primer hombre al que Fermina Daza oyó orinar. Lo oyó la noche de bodas<br />
<strong>en</strong> <strong>el</strong> camarote d<strong>el</strong> barco que <strong>los</strong> llevaba a Francia, mi<strong>en</strong>tras estaba postrada por <strong>el</strong><br />
mareo, y <strong>el</strong> ruido de su manantial de caballo le pareció tan pot<strong>en</strong>te e investido de tanta<br />
autoridad, que aum<strong>en</strong>tó su terror por <strong>los</strong> estragos que temía. Aqu<strong>el</strong> recuerdo volvía con<br />
frecu<strong>en</strong>cia a su memoria, a medida que <strong>los</strong> años iban debilitando <strong>el</strong> manantial, porque<br />
nunca pudo resignarse a que él dejara mojado <strong>el</strong> borde de la taza cada vez que la usaba.<br />
El doctor Urbino trataba de conv<strong>en</strong>cerla, con argum<strong>en</strong>tos fáciles de <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der por qui<strong>en</strong><br />
quisiera <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der<strong>los</strong>, de que aqu<strong>el</strong> accid<strong>en</strong>te no se repetía a diario por descuido suyo,<br />
como <strong>el</strong>la insistía, sino por una razón orgánica: su manantial de jov<strong>en</strong> era tan definido y<br />
directo, que <strong>en</strong> <strong>el</strong> colegio había ganado torneos de puntería para ll<strong>en</strong>ar bot<strong>el</strong>las, pero con<br />
<strong>los</strong> usos de la edad no sólo fue decay<strong>en</strong>do, sino que se hizo oblicuo, se ramificaba, y se<br />
volvió por fin una fu<strong>en</strong>te de fantasía imposible de dirigir, a pesar de <strong>los</strong> muchos esfuerzos<br />
que él hacía por <strong>en</strong>derezarlo. Decía: “El inodoro tuvo que ser inv<strong>en</strong>tado por algui<strong>en</strong> que<br />
no sabía nada de hombres”. Contribuía a la paz doméstica con un acto cotidiano que era<br />
más de humillación que de humildad: secaba con pap<strong>el</strong> higiénico <strong>los</strong> bordes de la taza<br />
cada vez que la usaba. Ella lo sabía, pero nunca decía nada mi<strong>en</strong>tras no eran demasiado<br />
evid<strong>en</strong>tes <strong>los</strong> vapores amoniacales d<strong>en</strong>tro d<strong>el</strong> baño, y <strong>en</strong>tonces <strong>los</strong> proclamaba como <strong>el</strong><br />
descubrimi<strong>en</strong>to de un crim<strong>en</strong>: “Esto apesta a criadero de conejos”. En vísperas de la<br />
vejez, <strong>el</strong> mismo estorbo d<strong>el</strong> cuerpo le inspiró al doctor Urbino la solución final: orinaba<br />
s<strong>en</strong>tado, como <strong>el</strong>la, lo cual dejaba la taza limpia, y además lo dejaba a él <strong>en</strong> estado de<br />
gracia.<br />
Ya para <strong>en</strong>tonces se bastaba muy mal de sí mismo, y un resbalón <strong>en</strong> <strong>el</strong> baño que<br />
pudo ser fatal lo puso <strong>en</strong> guardia contra la ducha. La casa, con ser de las modernas,<br />
carecía de la bañera de p<strong>el</strong>tre con patas de león que era de uso ordinario <strong>en</strong> las mansiones<br />
de la ciudad antigua. Él la había hecho quitar con un argum<strong>en</strong>to higiénico: la<br />
bañera era una de las tantas porquerías de <strong>los</strong> europeos, que sólo se bañaban <strong>el</strong> último<br />
viernes de cada mes, y lo hacían además d<strong>en</strong>tro d<strong>el</strong> caldo <strong>en</strong>suciado por la misma<br />
suciedad que pret<strong>en</strong>dían quitarse d<strong>el</strong> cuerpo. De modo que mandaron a hacer una batea<br />
grande sobre medidas, de guayacán macizo, donde Fermina Daza bañaba al esposo con<br />
<strong>el</strong> mismo ritual de <strong>los</strong> hijos recién nacidos. El baño se prolongaba más de una hora, con<br />
aguas terciadas <strong>en</strong> las que habían hervido hojas de malva y cáscaras de naranjas, y t<strong>en</strong>ía<br />
para él un efecto tan sedante que a veces se quedaba dormido d<strong>en</strong>tro de la infusión<br />
perfumada. Después de bañarlo, Fermina Daza lo ayudaba a vestirse, le echaba polvos<br />
de talco <strong>en</strong>tre las piernas, le untaba manteca de cacao <strong>en</strong> las escaldaduras, le ponía <strong>los</strong><br />
calzoncil<strong>los</strong> con tanto <strong>amor</strong> como si fueran un pañal, y seguía vistiéndolo pieza por pieza,<br />
desde las medias hasta <strong>el</strong> nudo de la corbata con <strong>el</strong> pr<strong>en</strong>dedor de topacio. Los<br />
amaneceres conyugales se apaciguaron, porque él volvió a asumir la niñez que le habían<br />
quitado sus hijos. Ella, por su parte, terminó <strong>en</strong> consonancia con <strong>el</strong> horario familiar,<br />
porque también para <strong>el</strong>la pasaban <strong>los</strong> años: dormía cada vez m<strong>en</strong>os, y antes de cumplir<br />
<strong>los</strong> set<strong>en</strong>ta despertaba primero que <strong>el</strong> esposo.<br />
El domingo de P<strong>en</strong>tecostés, cuando levantó la manta para ver <strong>el</strong> cadáver de<br />
Jeremiah. de SaintAmour, <strong>el</strong> doctor Urbino tuvo la rev<strong>el</strong>ación de algo que le había sido<br />
negado hasta <strong>en</strong>tonces <strong>en</strong> sus navegaciones más lúcidas de médico y de crey<strong>en</strong>te. Fue<br />
como si después de tantos años de familiaridad con la muerte, después de tanto<br />
combatirla y manosearla por <strong>el</strong> derecho y <strong>el</strong> revés, aqu<strong>el</strong>la hubiera sido la primera vez <strong>en</strong><br />
que se atrevió a mirarla a la cara, y también <strong>el</strong>la lo estaba mirando. No era <strong>el</strong> miedo de<br />
22 Gabri<strong>el</strong> García Márquez<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera