gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
algui<strong>en</strong> hizo circular la súplica de retirarse temprano para que la viuda descansara por<br />
primera vez desde la tarde d<strong>el</strong> domingo.<br />
Fermina Daza despidió a la mayoría junto al altar, pero acompañó al último grupo<br />
de amigos íntimos hasta la puerta de la calle, para cerrarla <strong>el</strong>la misma, como lo había<br />
hecho siempre. Se disponía a hacerlo con <strong>el</strong> último ali<strong>en</strong>to, cuando vio a Flor<strong>en</strong>tino Ariza<br />
vestido de luto <strong>en</strong> <strong>el</strong> c<strong>en</strong>tro de la sala desierta. Se alegró, porque hacía muchos años que<br />
lo había borrado de su vida, y era la primera vez que lo veía a conci<strong>en</strong>cia depurado por <strong>el</strong><br />
olvido. Pero antes de que pudiera agradecerle la visita, él se puso <strong>el</strong> sombrero <strong>en</strong> <strong>el</strong> sitio<br />
d<strong>el</strong> corazón, trémulo y digno, y rev<strong>en</strong>tó <strong>el</strong> absceso que había sido <strong>el</strong> sust<strong>en</strong>to de su vida.<br />
-Fermina -le dijo-: he esperado esta ocasión durante más de medio siglo, para<br />
repetirle una vez más <strong>el</strong> juram<strong>en</strong>to de mi fid<strong>el</strong>idad eterna y mi <strong>amor</strong> para siempre.<br />
Fermina Daza se habría creído fr<strong>en</strong>te a un loco, si no hubiera t<strong>en</strong>ido motivos para<br />
p<strong>en</strong>sar que Flor<strong>en</strong>tino Ariza estaba <strong>en</strong> aqu<strong>el</strong> instante inspirado por la gracia d<strong>el</strong> Espíritu<br />
Santo. Su impulso inmediato fue maldecirlo por la profanación de la casa cuando aún<br />
estaba cali<strong>en</strong>te <strong>en</strong> la tumba <strong>el</strong> cadáver de su esposo. Pero se lo impidió la dignidad de la<br />
rabia. “Lárgate -le dijo-. Y no te dejes ver nunca más <strong>en</strong> <strong>los</strong> años que te qued<strong>en</strong> de<br />
vida.” Volvió a abrir por completo la puerta de la calle que había empezado a cerrar, y<br />
concluyó:<br />
-espero sean muy pocos.<br />
Cuando oyó apagarse <strong>los</strong> pasos <strong>en</strong> la calle solitaria, cerró la puerta muy despacio,<br />
con la tranca y <strong>los</strong> cerrojos, y se <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tó sola a su destino. Nunca, hasta este mom<strong>en</strong>to,<br />
había t<strong>en</strong>ido una conci<strong>en</strong>cia pl<strong>en</strong>a d<strong>el</strong> peso y <strong>el</strong> tamaño d<strong>el</strong> drama que <strong>el</strong>la misma había<br />
provocado cuando ap<strong>en</strong>as t<strong>en</strong>ía dieciocho años, y que había de perseguirla hasta la<br />
muerte. Lloró por primera vez desde la tarde d<strong>el</strong> desastre, sin testigos, que era su único<br />
modo de llorar. Lloró por la muerte d<strong>el</strong> marido, por su soledad y su rabia, y cuando <strong>en</strong>tró<br />
<strong>en</strong> <strong>el</strong> dormitorio vacío lloró por <strong>el</strong>la misma, porque muy pocas veces había dormido sola<br />
<strong>en</strong> esa cama desde que dejó de ser virg<strong>en</strong>. Todo lo que fue d<strong>el</strong> esposo le atizaba <strong>el</strong><br />
llanto: las pantuflas de borlas, la piyama debajo de la almohada, <strong>el</strong> espacio sin él <strong>en</strong> la<br />
luna d<strong>el</strong> tocador, su olor personal <strong>en</strong> su propia pi<strong>el</strong>. La estremeció un p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to vago:<br />
“La g<strong>en</strong>te que uno quiere debería morirse con todas sus cosas”. No quiso ayuda de nadie<br />
para acostarse, no quiso comer nada antes de dormir. Abrumada por la pesadumbre, le<br />
rogó a Dios que le mandara la muerte esta noche durante <strong>el</strong> sueño, y con esa ilusión se<br />
acostó, descalza pero vestida, y se durmió al instante. Durmió sin saberlo, pero sabi<strong>en</strong>do<br />
que continuaba viva <strong>en</strong> <strong>el</strong> sueño, que le sobraba la mitad de la cama, y que yacía de<br />
costado <strong>en</strong> la orilla izquierda, como siempre, pero que le hacía falta <strong>el</strong> contrapeso d<strong>el</strong><br />
otro cuerpo <strong>en</strong> la otra orilla. P<strong>en</strong>sando dormida p<strong>en</strong>só que nunca más podría dormir así,<br />
y empezó a sollozar dormida, y durmió sollozando sin cambiar de posición <strong>en</strong> su orilla,<br />
hasta mucho después de que acabaron de cantar <strong>los</strong> gal<strong>los</strong> y la despertó <strong>el</strong> sol indeseable<br />
de la mañana sin él. Sólo <strong>en</strong>tonces se dio cu<strong>en</strong>ta de que había dormido mucho sin morir,<br />
sollozando <strong>en</strong> <strong>el</strong> sueño, y que mi<strong>en</strong>tras dormía sollozando p<strong>en</strong>saba más <strong>en</strong> Flor<strong>en</strong>tino<br />
Ariza que <strong>en</strong> <strong>el</strong> esposo muerto.<br />
Flor<strong>en</strong>tino Ariza, <strong>en</strong> cambio, no había dejado de p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> <strong>el</strong>la un solo instante<br />
después de que Fermina Daza lo rechazó sin ap<strong>el</strong>ación después de unos <strong>amor</strong>es largos y<br />
contrariados, y habían transcurrido desde <strong>en</strong>tonces cincu<strong>en</strong>ta y un años, nueve meses y<br />
cuatro días. No había t<strong>en</strong>ido que llevar la cu<strong>en</strong>ta d<strong>el</strong> olvido haci<strong>en</strong>do una raya diaria <strong>en</strong><br />
<strong>los</strong> muros de un calabozo, porque no había pasado un día sin que ocurriera algo que lo<br />
hiciera acordarse de <strong>el</strong>la. En la época de la ruptura él t<strong>en</strong>ía veintidós años y vivía solo<br />
con su madre, Tránsito Ariza, <strong>en</strong> una media casa alquilada de la Calle de las V<strong>en</strong>tanas,<br />
donde <strong>el</strong>la tuvo desde muy jov<strong>en</strong> un negocio de mercería y donde además deshilachaba<br />
camisas y trapos viejos que v<strong>en</strong>día como algodón para <strong>los</strong> heridos de guerra. Fue su hijo<br />
único, habido de una alianza ocasional con <strong>el</strong> conocido naviero don Pío Quinto Loayza, <strong>el</strong><br />
mayor de <strong>los</strong> tres hermanos que fundaron la Compañía Fluvial d<strong>el</strong> Caribe, y le dieron con<br />
<strong>el</strong>la un impulso nuevo a la navegación a vapor <strong>en</strong> <strong>el</strong> río de la Magdal<strong>en</strong>a.<br />
Gabri<strong>el</strong> García Márquez 33<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera