30.04.2013 Views

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Martínez”. Esta id<strong>en</strong>tidad, usurpada al personaje de un cu<strong>en</strong>to para niños, era la única<br />

que la dejaba conforme. Seguía meciéndose, abanicándose con <strong>el</strong> ramillete de grandes<br />

plumas rosadas, hasta que volvía a empezar de nuevo: la corona de flores de pap<strong>el</strong>, <strong>el</strong><br />

almizcle <strong>en</strong> <strong>los</strong> párpados, <strong>el</strong> carmín <strong>en</strong> <strong>los</strong> labios, la costra de albayalde <strong>en</strong> la cara. Y otra<br />

vez la pregunta a qui<strong>en</strong> estuviera cerca: “¿Cómo quedé?”. Cuando se convirtió <strong>en</strong> la reina<br />

de burlas d<strong>el</strong> vecindario, Flor<strong>en</strong>tino Ariza hizo desmontar <strong>en</strong> una noche <strong>el</strong> mostrador y <strong>los</strong><br />

armarios de gavetas de la antigua mercería, clausuró la puerta de la calle, arregló <strong>el</strong> local<br />

como le había oído a <strong>el</strong>la describir <strong>el</strong> dormitorio de Cucarachita Martínez, y nunca más<br />

volvió a preguntar quién era.<br />

Por suger<strong>en</strong>cia d<strong>el</strong> tío León XII había buscado una mujer mayor que se ocupara de<br />

<strong>el</strong>la, pero la pobre andaba siempre más dormida que despierta, y a veces daba la<br />

impresión de que también <strong>el</strong>la se olvidaba de quién era. De modo que Flor<strong>en</strong>tino Ariza se<br />

quedaba <strong>en</strong> casa desde que salía de la oficina hasta que lograba dormir a la madre. No<br />

volvió a jugar dominó <strong>en</strong> <strong>el</strong> Club d<strong>el</strong> Comercio, ni volvió a ver <strong>en</strong> mucho tiempo las pocas<br />

amigas antiguas que había seguido frecu<strong>en</strong>tando, pues algo muy profundo había<br />

cambiado <strong>en</strong> su corazón después de su <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro de horror con Olimpia Zuleta.<br />

Había sido fulminante. Flor<strong>en</strong>tino Ariza acababa de llevar al tío León XII hasta su<br />

casa, <strong>en</strong> medio de una de aqu<strong>el</strong>las torm<strong>en</strong>tas de octubre que nos dejaban <strong>en</strong><br />

convalec<strong>en</strong>cia, cuando vio desde <strong>el</strong> coche una muchacha m<strong>en</strong>uda, muy ágil, con un traje<br />

ll<strong>en</strong>o de volantes de organza que más bi<strong>en</strong> parecía un vestido de novia. La vio corri<strong>en</strong>do<br />

azorada de un lado para otro, porque <strong>el</strong> vi<strong>en</strong>to le había arrebatado la sombrilla y se la<br />

había llevado volando por <strong>el</strong> mar. Él la rescató <strong>en</strong> <strong>el</strong> coche y se desvió de su camino para<br />

llevarla hasta su casa, una antigua ermita adaptada para vivir fr<strong>en</strong>te al mar abierto, cuyo<br />

patio ll<strong>en</strong>o de casitas de palomas se veía desde la calle. Ella le contó <strong>en</strong> <strong>el</strong> camino que se<br />

había casado hacía m<strong>en</strong>os de un año con un cacharrero d<strong>el</strong> mercado que Flor<strong>en</strong>tino Ariza<br />

había visto muchas veces <strong>en</strong> <strong>los</strong> buques de su empresa, desembarcando cajones con<br />

toda clase de cherembecos para v<strong>en</strong>der, y con un mundo de palomas <strong>en</strong> una jaula de<br />

mimbre como la que usaban las madres <strong>en</strong> <strong>los</strong> buques fluviales para llevar a <strong>los</strong> niños<br />

recién nacidos. Olimpia Zuleta parecía ser de la familia de las avispas, no sólo por las<br />

ancas alzadas y <strong>el</strong> busto exiguo, sino por toda <strong>el</strong>la:,<strong>el</strong> cab<strong>el</strong>lo de alambre de cobre, las<br />

pecas de sol, <strong>los</strong> ojos redondos y vivos más separados de lo normal, y una voz afinada<br />

que sólo usaba para decir cosas int<strong>el</strong>ig<strong>en</strong>tes y divertidas. A Flor<strong>en</strong>tino Ariza le pareció<br />

mas graciosa que atractiva y la olvidó tan pronto como la dejó <strong>en</strong> su casa, donde vivía<br />

con <strong>el</strong> marido, y con <strong>el</strong> padre de éste y otros miembros de la familia.<br />

Unos días después, volvió a ver al marido <strong>en</strong> <strong>el</strong> puerto, embarcando mercancía <strong>en</strong><br />

vez de desembarcarla, y cuando <strong>el</strong> buque zarpó, Flor<strong>en</strong>tino Ariza oyó muy clara <strong>en</strong> <strong>el</strong><br />

oído la voz d<strong>el</strong> diablo. Esa tarde, después de acompañar al tío León XII, pasó como por<br />

casualidad por la casa de Olimpia Zuleta, y la vio por <strong>en</strong>cima de la cerca dándoles de<br />

comer a las palomas alborotadas. Le gritó desde <strong>el</strong> coche por <strong>en</strong>cima de la cerca:<br />

“¿Cuánto cuesta una paloma?”. Ella lo reconoció y le contestó con voz alegre: “No se<br />

v<strong>en</strong>d<strong>en</strong>”. Él le preguntó: “¿Entonces cómo se hace para t<strong>en</strong>er una?”. Sin dejar de<br />

echarles comida a las palomas, <strong>el</strong>la le contestó: “Se lleva <strong>en</strong> coche a la palomera cuando<br />

se la <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra perdida <strong>en</strong> <strong>el</strong> aguacero”. Así que Flor<strong>en</strong>tino Ariza llegó a su casa aqu<strong>el</strong>la<br />

noche con un regalo de gratitud de Olimpia Zuleta: una paloma m<strong>en</strong>sajera con un anillo<br />

de metal <strong>en</strong> la canilla.<br />

La tarde sigui<strong>en</strong>te, a la misma hora de la comida, la b<strong>el</strong>la palomera vio la paloma<br />

regalada de regreso <strong>en</strong> <strong>el</strong> palomar, y p<strong>en</strong>só que se había escapado. Pero cuando la cogió<br />

para examinarla se dio cu<strong>en</strong>ta de que t<strong>en</strong>ía un pap<strong>el</strong>ito <strong>en</strong>rollado <strong>en</strong> <strong>el</strong> anillo: una<br />

declaración de <strong>amor</strong>. Era la primera vez que Flor<strong>en</strong>tino Ariza dejaba una hu<strong>el</strong>la escrita, y<br />

no sería la última, aunque <strong>en</strong> esta ocasión había t<strong>en</strong>ido la prud<strong>en</strong>cia de no firmar. Iba<br />

<strong>en</strong>trando <strong>en</strong> su casa la tarde sigui<strong>en</strong>te, miércoles, cuando un niño de la calle le <strong>en</strong>tregó la<br />

misma paloma d<strong>en</strong>tro de una jaula, con <strong>el</strong> recado de memoria de que aquí le manda esto<br />

la señora de las palomas, y le manda a decir que por favor la guarde bi<strong>en</strong> <strong>en</strong> la jaula<br />

cerrada porque si no se le vu<strong>el</strong>ve a volar y esta es la última vez que se la devu<strong>el</strong>ve. No<br />

supo cómo interpretarlo: o bi<strong>en</strong> la paloma había perdido la carta <strong>en</strong> <strong>el</strong> camino, o la<br />

Gabri<strong>el</strong> García Márquez 119<br />

El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!