gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
empresa. Además, cuando comía fuera de casa solía llevar otra de repuesto <strong>en</strong> <strong>el</strong> bolsillo<br />
d<strong>en</strong>tro de una cajita de pastillas para la tos, porque una se le había quebrado tratando<br />
de comerse un chicharrón <strong>en</strong> un almuerzo campestre. Temi<strong>en</strong>do que <strong>el</strong> sobrino fuera<br />
víctima de sobresaltos similares, <strong>el</strong> tío León XII le ord<strong>en</strong>ó al doctor Adonay que le hiciera<br />
de una vez dos d<strong>en</strong>taduras: una de materiales baratos, para uso diario <strong>en</strong> la oficina, y<br />
otra para <strong>los</strong> domingos y días feriados, con una chispa de oro <strong>en</strong> la mu<strong>el</strong>a de la sonrisa,<br />
que le imprimiera un toque adicional de verdad. Por fin, un domingo de ramos alborotado<br />
por campanas de fiesta, Flor<strong>en</strong>tino Ariza volvió a la calle con una id<strong>en</strong>tidad nueva, cuya<br />
sonrisa sin errores le dejó la impresión de que algui<strong>en</strong> distinto de él había ocupado su<br />
lugar <strong>en</strong> <strong>el</strong> mundo.<br />
Esto fue por la época <strong>en</strong> que murió su madre y Flor<strong>en</strong>tino Ariza quedó solo <strong>en</strong> la<br />
casa. Era un rincón adecuado para su modo de amar, porque la calle era discreta a pesar<br />
de que las tantas v<strong>en</strong>tanas de su nombre hicieran p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> demasiados ojos detrás de<br />
<strong>los</strong> visil<strong>los</strong>. Pero todo eso había sido hecho para que Fermina Daza fuera f<strong>el</strong>iz, y sólo <strong>el</strong>la<br />
lo sería, de modo que Flor<strong>en</strong>tino Ariza prefirió perder muchas oportunidades durante sus<br />
años más fructíferos, antes que mancillar su casa con otros <strong>amor</strong>es. Por fortuna, cada<br />
p<strong>el</strong>daño que escalaba <strong>en</strong> la C.F.C. implicaba nuevos privilegios, sobre todo privilegios<br />
secretos, y uno de <strong>los</strong> más útiles para él fue la posibilidad de usar las oficinas durante la<br />
noche, o <strong>en</strong> domingos y días feriados, con la complac<strong>en</strong>cia de <strong>los</strong> c<strong>el</strong>adores. Una vez,<br />
si<strong>en</strong>do primer vicepresid<strong>en</strong>te, estaba haci<strong>en</strong>do un <strong>amor</strong> de emerg<strong>en</strong>cia con una de las<br />
muchachas d<strong>el</strong> servicio dominical, él s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> una silla de escritorio y <strong>el</strong>la acaballada<br />
sobre él, cuando de pronto se abrió la puerta. El tío León XII asomó la cabeza, como si<br />
se hubiera equivocado de oficina, y se quedó mirando por <strong>en</strong>cima de <strong>los</strong> l<strong>en</strong>tes al sobrino<br />
aterrorizado. “¡Carajo! -dijo <strong>el</strong> tío sin <strong>el</strong> m<strong>en</strong>or asombro-. ¡La misma vaina que tu papá!”.<br />
Y antes de cerrar otra vez la puerta, con la vista perdida <strong>en</strong> <strong>el</strong> vacío, dijo:<br />
-Y usted, señorita, siga sin p<strong>en</strong>a. Le juro por mi honor que no le he visto la cara.<br />
No se volvió a hablar de eso, pero <strong>en</strong> la oficina de Flor<strong>en</strong>tino Ariza fue imposible<br />
trabajar la semana sigui<strong>en</strong>te. Los <strong>el</strong>ectricistas <strong>en</strong>traron <strong>el</strong> lunes <strong>en</strong> tropne a instalar un<br />
v<strong>en</strong>tilador de aspas <strong>en</strong> <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o raso. Los cerrajeros llegaron sin anunciarse, y armaron un<br />
escándalo de guerra poni<strong>en</strong>do un cerrojo <strong>en</strong> la puerta para que pudiera cerrarse por<br />
d<strong>en</strong>tro. Los carpinteros tomaron medidas sin decir para qué, <strong>los</strong> tapiceros llevaron<br />
muestras de cretonas para ver si concordaban con <strong>el</strong> color de las paredes, y la semana<br />
sigui<strong>en</strong>te tuvieron que meter por la v<strong>en</strong>tana, pues no cabía por las puertas, un <strong>en</strong>orme<br />
sofá matrimonial con estampados de flores dionisíacas. Trabajaban <strong>en</strong> las horas m<strong>en</strong>os<br />
p<strong>en</strong>sadas, con una impertin<strong>en</strong>cia que no parecía casual, y para todo <strong>el</strong> que protestaba<br />
t<strong>en</strong>ían la misma respuesta: “Ord<strong>en</strong> de la dirección g<strong>en</strong>eral”. Flor<strong>en</strong>tino Ariza no supo<br />
nunca si semejante intromisión fue una amabilidad d<strong>el</strong> tío, v<strong>el</strong>ando por sus <strong>amor</strong>es<br />
descarriados, o si era una manera muy suya de hacerle ver su conducta abusiva. No se le<br />
ocurrió la verdad, y era que <strong>el</strong> tío León XII lo estimulaba, por que también a él le había<br />
llegado la voz de que <strong>el</strong> sobrino t<strong>en</strong>ía costumbres distintas a las de la mayoría de <strong>los</strong><br />
hombres, y esto lo había atorm<strong>en</strong>tado como un obstáculo para hacerlo su sucesor.<br />
Al contrario de su hermano, León XII Loayza había t<strong>en</strong>ido un matrimonio estable<br />
que duró ses<strong>en</strong>ta años, y siempre se preció de no haber trabajado <strong>en</strong> domingo. Había<br />
t<strong>en</strong>ido cuatro hijos y una hija, y a todos <strong>los</strong> quiso preparar para herederos de su imperio,<br />
pero la vida le deparó una de esas casualidades que eran de uso corri<strong>en</strong>te <strong>en</strong> las nov<strong>el</strong>as<br />
de su tiempo, pero que nadie creía <strong>en</strong> la vida real: <strong>los</strong> cuatro hijos habían muerto, uno<br />
detrás d<strong>el</strong> otro, a medida que escalaban posiciones de mando, y la hija carecía por<br />
completo de vocación fluvial, y prefirió morir contemplando <strong>los</strong> barcos d<strong>el</strong> Hudson desde<br />
una v<strong>en</strong>tana a cincu<strong>en</strong>ta metros de altura. Tanto fue así, que no faltó qui<strong>en</strong> diera por<br />
cierta la conseja de que Flor<strong>en</strong>tino Ariza, con su aspecta-Mniestro y su paraguas de<br />
vampiro, había hecho algo para que sucedieran tantas casualidades juntas.<br />
Cuando <strong>el</strong> tío se retiró contra su voluntad, por prescripción médica, Flor<strong>en</strong>tino<br />
Ariza empezó a sacrificar de bu<strong>en</strong> grado algunos <strong>amor</strong>es dominicales. Se iba a<br />
acompañarlo <strong>en</strong> su refugio campestre, a bordo de uno de <strong>los</strong> primeros automóviles que<br />
se vieron <strong>en</strong> la ciudad, cuya maniv<strong>el</strong>a de arranque t<strong>en</strong>ía tal fuerza de retroceso que le<br />
146 Gabri<strong>el</strong> García Márquez<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera