gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
-¿Lo dices por la viuda de Urbino?<br />
Flor<strong>en</strong>tino Ariza olvidaba siempre cuando m<strong>en</strong>os debía que las mujeres pi<strong>en</strong>san<br />
más <strong>en</strong> <strong>el</strong> s<strong>en</strong>tido oculto de las preguntas que <strong>en</strong> las preguntas mismas, y Prud<strong>en</strong>cia<br />
Pitre más que cualquier otra. Presa de un pavor súbito por su puntería escalofriante, se<br />
escabulló por la puerta falsa: “Lo digo por ti”. Ella volvió a reír: “Anda a burlarte de tu<br />
puta madre, que <strong>en</strong> paz descanse”. Luego lo instó a que dijera lo que quería decir,<br />
porque sabía que ni él ni ningún otro hombre la hubiera despertado a las tres de la<br />
madrugada, y después de tantos años de no verla, sólo para beber oporto y comer pan<br />
de monte con <strong>en</strong>curtidos. Dijo: “Eso sólo se hace cuando uno anda buscando algui<strong>en</strong> con<br />
qui<strong>en</strong> llorar”. Flor<strong>en</strong>tino Ariza se batió <strong>en</strong> retirada.<br />
-Por una vez te equivocas -le dijo-. Mis motivos de esta noche son más bi<strong>en</strong> para<br />
cantar.<br />
-Entonces cantemos --dijo <strong>el</strong>la.<br />
Empezó a <strong>en</strong>tonar con muy bu<strong>en</strong>a voz la canción de moda: Ramona, sin ti no<br />
puedo ya vivir. Fue <strong>el</strong> final de la noche, pues él no se atrevió a jugar juegos prohibidos<br />
con una mujer que le había dado demasiadas pruebas de conocer <strong>el</strong> otro lado de la luna.<br />
Salió a una ciudad distinta, <strong>en</strong>rarecida por las últimas dalias de junio, y a una calle de su<br />
juv<strong>en</strong>tud por donde desfilaban las viudas de tinieblas de la misa de cinco. Pero <strong>en</strong>tonces<br />
fue él y no <strong>el</strong>las qui<strong>en</strong> cambió de acera para que no le vieran las lágrimas que ya le era<br />
imposible soportar, no desde la'media noche, como él creía, porque estas eran otras: las<br />
que llevaba atragantadas desde hacía cincu<strong>en</strong>ta y un años, nueve meses y cuatro días.<br />
Había perdido la cu<strong>en</strong>ta de su tiempo, cuando despertó sin saber dónde fr<strong>en</strong>te a<br />
un v<strong>en</strong>tanal deslumbrante. La voz de América Vicuña jugando a la p<strong>el</strong>ota <strong>en</strong> <strong>el</strong> jardín con<br />
las muchachas d<strong>el</strong> servicio, lo puso <strong>en</strong> la realidad: estaba <strong>en</strong> la cama de su madre, cuya<br />
alcoba conservaba intacta, y donde solía dormir para s<strong>en</strong>tirse m<strong>en</strong>os solo <strong>en</strong> las pocas<br />
ocasiones <strong>en</strong> que lo inquietaba la soledad. Fr<strong>en</strong>te a la cama estaba <strong>el</strong> gran espejo d<strong>el</strong><br />
Mesón de don Sancho, y a él le bastaba con verlo al despertar para ver a Fermina Daza<br />
reflejada <strong>en</strong> <strong>el</strong> fondo. Supo que era sábado, porque era <strong>el</strong> día <strong>en</strong> que <strong>el</strong> chofer recogía <strong>en</strong><br />
<strong>el</strong> internado a América Vicuña, y la llevaba a su casa. Se dio cu<strong>en</strong>ta de que había<br />
dormido sin saberlo, soñando que no podía dormir, con un sueño perturbado por la cara<br />
de rabia de Fermina Daza. Se bañó p<strong>en</strong>sando cuál debía ser <strong>el</strong> paso sigui<strong>en</strong>te, se vistió<br />
muy despacio con sus ropas mejores, se perfumó y se <strong>en</strong>gomó <strong>el</strong> bigote blanco de<br />
puntas afiladas, y al salir d<strong>el</strong> dormitorio vio desde <strong>el</strong> corredor d<strong>el</strong> segundo piso a la b<strong>el</strong>la<br />
criatura de uniforme, que atrapaba la p<strong>el</strong>ota <strong>en</strong> <strong>el</strong> aire con la gracia que tantos sábados<br />
lo había hecho estremecer, pero que esa mañana no le causó la m<strong>en</strong>or turbación. Le<br />
indicó que fuera con él, y antes de subir <strong>en</strong> <strong>el</strong> automóvil le dijo sin necesidad: “Hoy no<br />
vamos a hacer cositas”. La llevó a la H<strong>el</strong>adería Americana, desbordada a esa hora por <strong>los</strong><br />
padres que comían h<strong>el</strong>ados con sus niños bajo <strong>los</strong> v<strong>en</strong>tiladores de grandes aspas<br />
colgados d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o raso. América Vicuña pidió un h<strong>el</strong>ado de varios pisos, cada uno de un<br />
color distinto <strong>en</strong> una copa gigantesca, que era su favorito y <strong>el</strong> más v<strong>en</strong>dido porque<br />
exhalaba una humareda mágica. Flor<strong>en</strong>tino Ariza tomó un café negro, mirando a la niña<br />
sin hablar, mi<strong>en</strong>tras <strong>el</strong>la se comía <strong>el</strong> h<strong>el</strong>ado con una cuchara de mango muy largo para<br />
alcanzar <strong>el</strong> fondo de la copa. Sin dejar de mirarla, él le dijo de pronto:<br />
-Me voy a casar.<br />
Ella lo miró a <strong>los</strong> ojos con un dest<strong>el</strong>lo de incertidumbre, sost<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do la cuchara <strong>en</strong><br />
<strong>el</strong> aire, pero <strong>en</strong>seguida se repuso y sonrió.<br />
-Es embuste -dijo-. Los viejitos no se casan.<br />
Esa tarde la dejó <strong>en</strong> <strong>el</strong> internado al punto d<strong>el</strong> Áng<strong>el</strong>us, bajo un aguacero<br />
obstinado, después de haber visto juntos <strong>los</strong> títeres d<strong>el</strong> parque, de haber almorzado <strong>en</strong><br />
<strong>los</strong> puestos de pescado frito de las escolleras, de haber visto las fieras <strong>en</strong>jauladas de un<br />
circo que acababa de llegar, de comprar <strong>en</strong> <strong>los</strong> portales toda clase de dulces para llevar<br />
al internado, y de haber repasado la ciudad varias veces <strong>en</strong> <strong>el</strong> automóvil descubierto para<br />
que <strong>el</strong>la se fuera acostumbrando a la idea de que él era su tutor, y ya no su amante. El<br />
158 Gabri<strong>el</strong> García Márquez<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera