gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Flor<strong>en</strong>tino Ariza se impresionó, no por las con~ dol<strong>en</strong>cias que <strong>en</strong> realidad merecía,<br />
sino por <strong>el</strong> asombro de que algui<strong>en</strong> conociera su secreto. Ella se lo aclaró: “Me di cu<strong>en</strong>ta<br />
por la manera como le temblaba la flor de la solapa mi<strong>en</strong>tras abrían <strong>los</strong> sobres”. Le<br />
mostró la magnolia de p<strong>el</strong>uche que t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> la mano, y le abrió <strong>el</strong> corazón:<br />
-Yo por eso me quité la mía -dijo.<br />
Estaba a punto de llorar por la derrota, pero Flor<strong>en</strong>tino Ariza le cambió <strong>el</strong> ánimo<br />
con su instinto de cazador nocturno.<br />
-Vámonos a alguna parte a llorar juntos -le dijo.<br />
La acompañó a su casa. Ya <strong>en</strong> la puerta, y <strong>en</strong> vista de que era casi medianoche y<br />
no había nadie <strong>en</strong> la calle, la conv<strong>en</strong>ció de que lo invitara a un brandy mi<strong>en</strong>tras veían <strong>los</strong><br />
álbumes de recortes y fotografías de más de diez años de acontecimi<strong>en</strong>tos públicos, que<br />
<strong>el</strong>la decía t<strong>en</strong>er. El truco era ya viejo desde <strong>en</strong>tonces, pero por esa vez fue involuntario,<br />
porque era <strong>el</strong>la la que había hablado de sus álbumes mi<strong>en</strong>tras iban caminando desde <strong>el</strong><br />
Teatro Nacional. Entraron. Lo primero que observó Flor<strong>en</strong>tino Ariza desde la sala fue que<br />
la puerta d<strong>el</strong> dormitorio único estaba abierta, y que la cama era vasta y suntuosa, con<br />
una colcha de brocados y cabeceras con frondas de bronce. Esa visión lo turbó. Ella debió<br />
darse cu<strong>en</strong>ta, pues se ad<strong>el</strong>antó a través de la sala y cerró la puerta d<strong>el</strong> dormitorio. Luego<br />
lo invitó a s<strong>en</strong>tarse <strong>en</strong> un canapé de cretona florida donde había un gato dormido, y le<br />
puso <strong>en</strong> la mesa de c<strong>en</strong>tro su colección de álbumes. Flor<strong>en</strong>tino Ariza empezó a hojear<strong>los</strong><br />
sin prisa, p<strong>en</strong>sando más <strong>en</strong> sus pasos sigui<strong>en</strong>tes que <strong>en</strong> lo que estaba vi<strong>en</strong>do, y de<br />
pronto alzó la mirada y vio que <strong>el</strong>la t<strong>en</strong>ía <strong>los</strong> ojos ll<strong>en</strong>os de lágrimas. Le aconsejó que<br />
llorara cuanto quisiera, sin pudor, pues nada aliviaba como <strong>el</strong> llanto, pero le sugirió que<br />
se aflojara <strong>el</strong> corpiño para llorar. Él se apresuró a ayudarla, porque <strong>el</strong> corpiño estaba<br />
ajustado a la fuerza <strong>en</strong> la espalda con una larga costura de cordones cruzados. No tuvo<br />
que terminar, pues <strong>el</strong> corpiño acabó de soltarse solo por la presión interna, y la<br />
tetam<strong>en</strong>ta astronómica respiró a sus anchas.<br />
Flor<strong>en</strong>tino Ariza, que no perdió nunca <strong>el</strong> susto de la primera vez, aun <strong>en</strong> las<br />
ocasiones más fáciles, se arriesgó a una caricia epidérmica <strong>en</strong> <strong>el</strong> cu<strong>el</strong>lo con la yema de<br />
<strong>los</strong> dedos, y <strong>el</strong>la se retorció con un gemido de niña cons<strong>en</strong>tida sin dejar de llorar.<br />
Entonces él la besó <strong>en</strong> <strong>el</strong> mismo sitio, muy suave, como lo había hecho con <strong>los</strong> dedos, y<br />
no pudo hacerlo por segunda vez porque <strong>el</strong>la se volvió hacia él con todo su cuerpo<br />
monum<strong>en</strong>tal, ávido y cali<strong>en</strong>te, y ambos rodaron abrazados por <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o. El gato despertó<br />
<strong>en</strong> <strong>el</strong> sofá con un chillido, y les saltó <strong>en</strong>cima. El<strong>los</strong> se buscaron a ti<strong>en</strong>tas como primerizos<br />
apurados y se <strong>en</strong>contraron de cualquier modo, revolcándose sobre <strong>los</strong> álbumes<br />
descuadernados, vestidos, <strong>en</strong>sopados de sudor, y más p<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tes de esquivar <strong>los</strong><br />
zarpazos furiosos d<strong>el</strong> gato que d<strong>el</strong> de~ sastre de <strong>amor</strong> que estaban cometi<strong>en</strong>do. Pero<br />
desde la noche sigui<strong>en</strong>te, con las heridas todavía sangrantes, continuaron haciéndolo por<br />
varios años.<br />
Cuando se dio cu<strong>en</strong>ta de que había empezado a amarla, <strong>el</strong>la estaba ya <strong>en</strong> la<br />
pl<strong>en</strong>itud de <strong>los</strong> cuar<strong>en</strong>ta, y él iba a cumplir treinta. Se llamaba Sara Noriega, y había<br />
t<strong>en</strong>ido un cuarto de hora de c<strong>el</strong>ebridad <strong>en</strong> su juv<strong>en</strong>tud, por ganarse un concurso con un<br />
libro de versos sobre <strong>el</strong> <strong>amor</strong> de <strong>los</strong> pobres, que nunca fue publicado. Era maestra de<br />
Urbanidad e Instrucción Cívica <strong>en</strong> escu<strong>el</strong>as oficiales, y vivía de su su<strong>el</strong>do <strong>en</strong> una casa<br />
alquilada d<strong>el</strong> abigarrado Pasaje de <strong>los</strong> Novios, <strong>en</strong> <strong>el</strong> antiguo barrio de Gets emaní. Había<br />
t<strong>en</strong>ido varios amantes de ocasión, pero ninguno con ilusiones matrimoniales, porque era<br />
difícil que un hombre de su medio y de su tiempo desposara a una mujer con qui<strong>en</strong> se<br />
hubiera acostado. Tampoco <strong>el</strong>la volvió a alim<strong>en</strong>tar esa ilusión después de que su primer<br />
novio formal, al que amó con la pasión casi dem<strong>en</strong>te de que era capaz a <strong>los</strong> dieciocho<br />
años, escapó a su compromiso una semana antes de la fecha prevista para la boda, y la<br />
dejó perdida <strong>en</strong> un limbo de novia burlada. O de soltera usada, como se decía <strong>en</strong>tonces.<br />
Sin embargo, aqu<strong>el</strong>la primera experi<strong>en</strong>cia, aunque cru<strong>el</strong> y efímera, no le dejó ninguna<br />
amargura, sino la convicción deslumbrante de que con matrimonio o sin él, sin Dios o sin<br />
ley, no valía la p<strong>en</strong>a vivir si no era para t<strong>en</strong>er un hombre <strong>en</strong> la cama. Lo que más le<br />
gustaba de <strong>el</strong>la a Flor<strong>en</strong>tino Aríza era que mi<strong>en</strong>tras hacía <strong>el</strong> <strong>amor</strong> t<strong>en</strong>ía que succionar un<br />
Gabri<strong>el</strong> García Márquez 109<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera