30.04.2013 Views

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

pasajero indeseable, para impedir requisas inoportunas. Flor<strong>en</strong>tino Ariza <strong>en</strong>contró la<br />

mano de Fermina Daza por debajo de la mesa.<br />

-Pues bi<strong>en</strong> -dijo-: hagamos eso.<br />

El capitán se sorpr<strong>en</strong>dió, pero <strong>en</strong> seguida, con su instinto de zorro viejo, lo vio<br />

todo claro.<br />

-Yo mando <strong>en</strong> este buque, pero usted manda <strong>en</strong> nosotros -dijo-. De modo que si<br />

está hablando <strong>en</strong> serio, deme la ord<strong>en</strong> por escrito, y nos vamos ahora mismo.<br />

Era <strong>en</strong> serio, por supuesto, y Flor<strong>en</strong>tino Ariza firmó la ord<strong>en</strong>. Al fin y al cabo<br />

cualquiera sabía que <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera no habían terminado, a pesar de las cu<strong>en</strong>tas<br />

alegres de las autoridades sanitarias. En cuanto al buque, no había problema. Se<br />

transfirió la poca carga embarcada, a <strong>los</strong> pasajeros se les dijo que había un percance de<br />

máquinas, y <strong>los</strong> mandaron esa madrugada <strong>en</strong> un buque de otra empresa. Si estas cosas<br />

se hacían por tantas razones inmorales, y hasta indignas, Flor<strong>en</strong>tino Ariza no veía por<br />

qué no sería lícito hacerlas por <strong>amor</strong>. Lo único que <strong>el</strong> capitán suplicaba era una escala <strong>en</strong><br />

Puerto Nare, para recoger a algui<strong>en</strong> que lo acompañara <strong>en</strong> <strong>el</strong> viaje: también él t<strong>en</strong>ía su<br />

corazón escondido.<br />

Así que <strong>el</strong> Nueva Fid<strong>el</strong>idad zarpó al amanecer d<strong>el</strong> día sigui<strong>en</strong>te, sin carga ni<br />

pasajeros, y con la bandera amarilla d<strong>el</strong> cólera flotando de júbilo <strong>en</strong> <strong>el</strong> asta mayor. Al<br />

atardecer recogieron <strong>en</strong> Puerto Nare una mujer más alta y robusta que <strong>el</strong> capitán, de una<br />

b<strong>el</strong>leza descomunal, a la cual sólo le faltaba la barba para ser contratada <strong>en</strong> un circo. Se<br />

llamaba Z<strong>en</strong>aida Neves, pero <strong>el</strong> capitán la llamaba Mi Energúm<strong>en</strong>a: una antigua amiga<br />

suya, a la que solía recoger <strong>en</strong> un puerto para dejarla <strong>en</strong> otro, y que subió a bordo<br />

perseguida por <strong>el</strong> v<strong>en</strong>tarrón de la dicha. En aqu<strong>el</strong> moridero triste, donde Flor<strong>en</strong>tino Ariza<br />

revivió las nostalgias de Rosalba cuando vio <strong>el</strong> tr<strong>en</strong> de Envigado subi<strong>en</strong>do a duras p<strong>en</strong>as<br />

por la antigua cornisa de mulas, se desplomó un aguacero amazónico que había de<br />

seguir con muy pocas pausas por <strong>el</strong> resto d<strong>el</strong> viaje. Pero a nadie le importó: la fiesta<br />

navegante t<strong>en</strong>ía su techo propio. Aqu<strong>el</strong>la noche, como una contribución personal a la<br />

parranda, Fermina Daza bajó a las cocinas, <strong>en</strong>tre las ovaciones de la tripulación, y<br />

preparó para todos un plato inv<strong>en</strong>tado que Flor<strong>en</strong>tino Ariza bautizó para él: ber<strong>en</strong>j<strong>en</strong>as al<br />

<strong>amor</strong>.<br />

Durante <strong>el</strong> día jugaban a las cartas, comían a rev<strong>en</strong>tar, hacían unas siestas de<br />

granito que <strong>los</strong> dejaban exhaustos, y ap<strong>en</strong>as bajaba <strong>el</strong> sol soltaban la orquesta, y bebían<br />

anisado con salmón hasta más allá de la saciedad. Fue un viaje rápido, con <strong>el</strong> buque<br />

liviano y bu<strong>en</strong>as aguas, mejoradas por las creci<strong>en</strong>tes que se precipitaban desde las<br />

cabeceras, donde llovió tanto aqu<strong>el</strong>la semana como <strong>en</strong> todo <strong>el</strong> trayecto. Desde algunos<br />

pueb<strong>los</strong> les tiraban cañonazos de caridad para espantar <strong>el</strong> cólera, y <strong>el</strong><strong>los</strong> se lo agradecían<br />

con un bramido triste. Los buques de cualquier compañía que cruzaban <strong>en</strong> <strong>el</strong> camino les<br />

mandaban señales de condol<strong>en</strong>cia. En la población de Magangué, donde nació Mercedes,<br />

cargaron leña para <strong>el</strong> resto d<strong>el</strong> viaje.<br />

Fermina Daza se asustó cuando empezó a s<strong>en</strong>tir la sir<strong>en</strong>a d<strong>el</strong> buque d<strong>en</strong>tro d<strong>el</strong><br />

oído sano, pero al segundo día de anís oía mejor con ambos. Descubrió que las rosas<br />

olían más que antes, que <strong>los</strong> pájaros cantaban al amanecer mucho mejor que antes, y<br />

que Dios había hecho un manatí y lo había puesto <strong>en</strong> <strong>el</strong> playón de Tamalameque sólo<br />

para que la despertara. El capitán lo oyó, hizo derivar <strong>el</strong> buque, y vieron por fin a la<br />

matrona <strong>en</strong>orme amamantando a su criatura <strong>en</strong> <strong>los</strong> brazos. Ni Flor<strong>en</strong>tino ni Fermina se<br />

dieron cu<strong>en</strong>ta de cómo se comp<strong>en</strong>etraron tanto: <strong>el</strong>la lo ayudaba a ponerse las lavativas,<br />

se levantaba antes que él para cepillarle la d<strong>en</strong>tadura postiza que él dejaba <strong>en</strong> <strong>el</strong> vaso<br />

mi<strong>en</strong>tras dormía, y resolvió <strong>el</strong> problema de <strong>los</strong> l<strong>en</strong>tes perdidos, pues <strong>los</strong> de él le servían<br />

para leer y zurcir. Una mañana, al despertar, lo vio <strong>en</strong> la p<strong>en</strong>umbra pegando un botón de<br />

la camisa, y se apresuró a hacerlo <strong>el</strong>la, antes de que él repitiera la frase ritual de que<br />

necesitaba dos esposas. En cambio, lo único que <strong>el</strong>la necesitó de él fue que le pusiera<br />

una v<strong>en</strong>tosa para un dolor <strong>en</strong> la espalda.<br />

188 Gabri<strong>el</strong> García Márquez<br />

El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!