Viaje a Ixtlán - los mejores libros de espiritualidad para leer y ...
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Entonces don Juan cambió <strong>de</strong> ruta y me guió hacia el sureste. Traspusimos un cerro; en la cima avisoré<br />
cuatro hombres que venían <strong>de</strong>l sur hacia nosotros.<br />
Miré a don Juan. Jamás habíamos encontrado gente en nuestras excursiones y yo ignoraba qué hacer<br />
en un caso así. Pero él no pareció preocuparse. Siguió andando como si nada ocurriera.<br />
Los hombres se movían sin prisa; reposada y tortuosamente venían a nosotros. Cuando estuvieron mas<br />
cerca noté que eran cuatro indios jóvenes. Mostraron reconocer a don Juan. Él les habló en español. Lo<br />
trataban con gran respeto, y sus voces eran suaves. Sólo uno <strong>de</strong> el<strong>los</strong> me habló. Pregunté a don Juan, en un<br />
susurro, si también yo podía dirigirles la palabra, y él meneó la cabeza en sentido afirmativo.<br />
Una vez que les hablé, estuvieron muy amigables y comunicativos, especialmente el que me había<br />
hablado primero. Me contaron que buscaban cuarzos <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r. Dijeron que llevaban muchos días vagando,<br />
por las montañas <strong>de</strong> lava, pero sin suerte.<br />
Don Juan miró en torno y señaló una zona rocosa como a doscientos metros <strong>de</strong> distancia.<br />
-Ése es buen sitio <strong>para</strong> acampar un rato -dijo.<br />
Echó a andar hacia las rocas y todos lo seguimos.<br />
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El sitio elegido era muy áspero. Carecía <strong>de</strong> arbustos. Nos sentamos en las rocas. Don Juan anunció que<br />
volvía al matorral a reunir algunas ramas secas <strong>para</strong> hacer leña.<br />
Quise ayudarlo, pero me susurró que éste sería un fuego especial <strong>para</strong> aquel<strong>los</strong> jóvenes valerosos, y<br />
que no necesitaba mi ayuda.<br />
Los jóvenes se apiñaron en torno mío. Uno <strong>de</strong> el<strong>los</strong> tomó asiento reclinando su espalda contra la. mía.<br />
Me sentí un poco apenado.<br />
Al volver con una pila <strong>de</strong> varas don Juan, encomie lo cuidadosos que eran, y me dijo que, como<br />
aprendices <strong>de</strong> brujo, tenían la regla <strong>de</strong> formar un circulo con dos personas en el centro, espalda contra<br />
espalda, cuando salían en partidas a cazar objetos <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r.<br />
Uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> jóvenes me preguntó si alguna vez había yo encontrado cristales <strong>de</strong> cuarzo. Le dije que don<br />
Juan nunca me había llevado a buscar<strong>los</strong>.<br />
Don Juan escogió un lugar cercano a un gran peñasco y empezó a armar una hoguera. Ninguno <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />
jóvenes acudió a ayudarlo; lo observaban con atención. Cuando todas las varas ardían, don Juan tomó<br />
asiento con la espalda contra el peñasco. El fuego quedaba a su <strong>de</strong>recha.<br />
Al parecer, <strong>los</strong> jóvenes se hallaban al tanto <strong>de</strong> la situación, pero yo no tenía la menor i<strong>de</strong>a acerca <strong>de</strong>l<br />
procedimiento a seguir en tratos con aprendices <strong>de</strong> brujería.<br />
Observé a <strong>los</strong> jóvenes. Formaban un semicírculo perfecto, encarando a don Juan. Advertí que don Juan<br />
me miraba <strong>de</strong> frente, y que dos jóvenes hablan tomado asiento a mi izquierda y <strong>los</strong> otros dos a mi <strong>de</strong>recha.<br />
Don Juan empezó a contarles que yo estaba en las montañas <strong>de</strong> lava <strong>para</strong> apren<strong>de</strong>r a “no-hacer”, y que<br />
un aliado nos andaba siguiendo. Me pareció un comienzo muy dramático, y por lo visto lo era. Los jóvenes<br />
cambiaron <strong>de</strong> postura y se sentaron sobre la pierna izquierda. Yo no había observado qué posición tenían<br />
antes. Suponía que tenían las piernas cruzadas, igual que yo. Un vistazo a don Juan me reveló que también<br />
él estaba sentado sobre la pierna izquierda. Hizo con la barbilla un gesto apenas perceptible, señalando mi<br />
postura. Plegué la pierna con disimulo.<br />
Don Juan me había dicho una vez que ésa era la postura adoptada por un brujo cuando las cosas estaban<br />
inciertas. Pero siempre había resultado, <strong>para</strong> mi, una posición muy fatigosa. Sentí que me costaría un<br />
esfuerzo terrible quedarme sentado así mientras durara su charla. Don Juan parecía compren<strong>de</strong>r por entero<br />
mi <strong>de</strong>sventaja, y en forma sucinta explicó a <strong>los</strong> jóvenes que <strong>los</strong> cristales <strong>de</strong> cuarzo podían hallarse en<br />
ciertos sitios específicos <strong>de</strong> aquella zona, y <strong>de</strong> que una vez hallados se requerían técnicas especiales <strong>para</strong><br />
convencer<strong>los</strong> <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar su morada. Entonces <strong>los</strong> cuarzos se convertían en el hombre mismo, y su po<strong>de</strong>r<br />
escapaba al entendimiento.<br />
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