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Viaje a Ixtlán - los mejores libros de espiritualidad para leer y ...

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-Allí está -dijo, como si hubiera estado esperando algo que <strong>de</strong> repente había aparecido.<br />

-¿Qué es? -pregunté.<br />

-Allí está -repitió-. ¡Mira! ¡Mira!<br />

Yo no veía nada, sólo <strong>los</strong> arbustos.<br />

-Ahora está aquí -dijo con gran urgencia en la voz-. Está aquí.<br />

Una repentina racha <strong>de</strong> viento me golpeó en ese instante e hizo ar<strong>de</strong>r mis ojos. Miré hacia la zona en<br />

cuestión. No había absolutamente nada fuera <strong>de</strong> lo común.<br />

-No veo nada -dije.<br />

-Acabas <strong>de</strong> sentirlo -repuso. Ahora mismo. Se te metió en <strong>los</strong> ojos y te impidió ver.<br />

-¿De qué habla usted?<br />

-A propósito te traje a la punta <strong>de</strong> un cerro -dijo-. Aquí nos notamos mucho y algo se nos viene encima.<br />

-¿Qué cosa? ¿El viento?<br />

-No sólo el viento -dijo con severidad-. A ti te parece viento porque el viento es todo lo que conoces.<br />

Esforcé <strong>los</strong> ojos mirando <strong>los</strong> arbustos. Don Juan estuvo un momento en silencio junto a mí y luego se<br />

a<strong>de</strong>ntró en el chaparral cercano y empezó a arrancar ramas gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong> <strong>los</strong> matorrales en torno; reunió<br />

ocho y formó un bulto. Me or<strong>de</strong>nó hacer lo mismo y pedir disculpas en voz alta a las plantas, por mutilarlas.<br />

Cuando tuvimos dos bultos me hizo correr con el<strong>los</strong> a la cima <strong>de</strong>l cerro y acostarme bocabajo entre dos<br />

gran<strong>de</strong>s rocas. Con tremenda rapi<strong>de</strong>z acomodó las ramas <strong>de</strong> mi bulto <strong>para</strong> que me cubrieran todo el cuerpo;<br />

luego se cubrió en la misma forma y susurró, por entre las hojas, que observara yo cómo el supuesto<br />

viento <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> soplar una vez que nos volvíamos inconspicuos.<br />

En cierto instante, <strong>para</strong> mi asombro total, el viento <strong>de</strong>jó realmente <strong>de</strong> soplar como don Juan había predicho.<br />

Ocurrió <strong>de</strong> modo tan gradual que yo no hubiera notado el cambio <strong>de</strong> no estar <strong>de</strong>liberadamente<br />

esperándolo. Durante un rato el viento silbó atravesando las hojas sobre mi cara y luego, poco a poco, todo<br />

quedó quieto en torno nuestro.<br />

Susurré a don Juan que el viento había cesado y él respondió, también en un susurro, que no <strong>de</strong>bía yo<br />

hacer ningún ruido o movimiento notorio, pues lo que llamaba el viento no era viento en absoluto, sino<br />

algo que tenía voluntad propia y era capaz <strong>de</strong> reconocernos.<br />

Reí <strong>de</strong> nerviosismo.<br />

En voz apagada, don Juan me llamó la atención con respecto a la quietud que nos ro<strong>de</strong>aba, y susurró<br />

que iba a ponerse en pie y yo <strong>de</strong>bía seguirlo, apartando suavemente las ramas con la mano izquierda.<br />

Nos incorporamos al mismo tiempo. Don Juan miró un momento la distancia hacia el sur y luego se<br />

volvió abruptamente <strong>para</strong> encarar el oeste.<br />

-Traicionero. Muy traicionero -murmuró, señalando un área hacia el suroeste.<br />

¡Mira! ¡Mira! -me instó.<br />

Miré con toda la intensidad <strong>de</strong> que era capaz. Quería ver aquello a lo que él se refería, fuera lo que<br />

fuera, pero no advertí nada que no hubiera visto antes; había únicamente arbustos que parecían agitados<br />

por un viento suave: ondulaban.<br />

-Aquí está -dijo don Juan.<br />

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En ese momento sentí una bocanada <strong>de</strong> aire en la cara. Al parecer, el viento había en verdad empezado<br />

a soplar <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que nos levantamos. Yo no podía creerlo; tenía que haber una explicación lógica.<br />

Don Juan soltó una risita suave y me dijo que no forzara mi cerebro buscando las razones.<br />

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