Viaje a Ixtlán - los mejores libros de espiritualidad para leer y ...
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era el mismo <strong>para</strong> ambos. Me concentré en observarlo, maravillado <strong>de</strong> la fuerza titánica que necesitaba<br />
<strong>para</strong> transportar su carga por rocas y por grietas.<br />
Largo tiempo observé al insecto, y entonces me di cuenta <strong>de</strong>l silencio en torno. Sólo el viento silbaba<br />
entre las ramas y hojas <strong>de</strong>l matorral. Alcé la vista, me volví a la izquierda en forma rápida e involuntaria, y<br />
alcancé a ver una leve sombra, o un cintilar, sobre una roca cercana. Al principio no presté atención, pero<br />
luego me di cuenta <strong>de</strong> que el cintilar había estado a mi izquierda. Me volví <strong>de</strong> nuevo, súbitamente, y pu<strong>de</strong><br />
percibir con claridad una sombra en la roca. Tuve la extraña sensación <strong>de</strong> que la sombra se <strong>de</strong>slizó<br />
inmediatamente al suelo y la tierra la absorbió como un secante chupa una mancha <strong>de</strong> tinta. Un escalofrío<br />
recorrió mi espalda. Por mi mente cruzó la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que la muerte nos observaba a mí y al escarabajo.<br />
Busqué <strong>de</strong> nuevo al insecto, pero no pu<strong>de</strong> hallarlo. Pensé que <strong>de</strong>bía haber llegado a su <strong>de</strong>stino y arrojado<br />
su carga a un agujero. Apoyé el rostro contra una roca lisa.<br />
El escarabajo surgió <strong>de</strong> un hoyo profundo y se <strong>de</strong>tuvo a pocos centímetros <strong>de</strong> mi cara. Parecía mirarme,<br />
y por un instante sentí que cobraba conciencia <strong>de</strong> mi presencia, tal vez como yo advertía la presencia <strong>de</strong> mi<br />
muerte. Experimenté un estremecimiento. El escarabajo y yo no éramos tan distintos, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo. La<br />
muerte, como una sombra, nos acechaba a ambos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l peñasco. Tuve un extraordinario momento <strong>de</strong><br />
júbilo. El escarabajo y yo estábamos a la par. Ninguno era mejor que el otro. Nuestra muerte nos igualaba.<br />
Mi júbilo y mi alegría fueron tan gran<strong>de</strong>s que eché a llorar. Don Juan tenía razón. Siempre había tenido<br />
razón. Yo vivía en un mundo lleno <strong>de</strong> misterio y, como todos <strong>los</strong> <strong>de</strong>más, era un ser lleno <strong>de</strong> misterio, y sin<br />
embargo no tenía más importancia que un escarabajo. Me sequé <strong>los</strong> ojos y, al frotar<strong>los</strong> con el dorso <strong>de</strong> la<br />
mano, vi un hombre, o algo con figura humana. Se hallaba a mi <strong>de</strong>recha, a unos cincuenta metros <strong>de</strong><br />
distancia. Me senté, erguido, y me esforcé por mirar. El sol estaba casi en el horizonte y su resplandor<br />
amarillo me impedía tener una visión clara. En ese instante oí un rugido peculiar. Era como el sonido <strong>de</strong> un<br />
distante aeroplano a reacción. Cuando me concentré en él, el rugido aumentó hasta ser un agudo zumbar<br />
metálico, y luego, suavizándose, se volvió un sonido hipnótico, melodioso. La melodía era como la vibración<br />
<strong>de</strong> una corriente eléctrica. La imagen que acudió a mi mente fue la <strong>de</strong> que dos esferas electrizadas se<br />
unían, o dos bloques cúbicos <strong>de</strong> metal eléctrico se frotaban entre sí y, al estar perfectamente nivelados el<br />
uno con el otro, se <strong>de</strong>tenían con un golpe. Nuevamente me esforcé por ver si podía distinguir a la persona<br />
que parecía escon<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> mí, pero no <strong>de</strong>tecté sino una forma oscura contra <strong>los</strong> arbustos. Puse las manos<br />
sobre <strong>los</strong> ojos formando una visera. En ese instante cambió el brillo <strong>de</strong>l sol y advertí que sólo veía una<br />
ilusión óptica, un juego <strong>de</strong> sombras y follaje.<br />
Aparté <strong>los</strong> ojos y vi un coyote que cruzaba el campo en trote calmoso. Estaba cerca <strong>de</strong>l sitio don<strong>de</strong> yo<br />
creía haber visto al hombre. Recorrió unos cincuenta metros en dirección sur y luego se <strong>de</strong>tuvo, dio la<br />
vuelta y empezó a caminar hacia mí. Di unos gritos <strong>para</strong> asustarlo, pero siguió acercándose. Tuve un<br />
momento <strong>de</strong> aprensión. Pensé que tal vez estaba rabioso y hasta se me ocurrió juntar piedras <strong>para</strong><br />
<strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rme en caso <strong>de</strong> un ataque. Cuando el animal estuvo a tres o cuatro metros <strong>de</strong> distancia, noté que<br />
no se hallaba agitado en forma alguna; al contrario, parecía tranquilo y sin temores. Amainó su paso,<br />
<strong>de</strong>teniéndose a un metro o metro y medio <strong>de</strong> mí. Nos miramos, y el coyote se acercó más aún. Sus ojos<br />
pardos eran amistosos y límpidos. Me senté en las rocas y el coyote se <strong>de</strong>tuvo, casi tocándome. Yo estaba<br />
atónito. Jamás había visto tan <strong>de</strong> cerca a un coyote salvaje, y lo único que se me ocurrió entonces fue<br />
hablarle. Lo hice como si hablara con un perro amistoso. Y entonces me pareció que el coyote me<br />
respondía. Tuve una absoluta certeza <strong>de</strong> que había dicho algo. Me sentí confuso, pero no hubo tiempo <strong>de</strong><br />
pon<strong>de</strong>rar mis sentimientos, porque el coyote volvió a "hablar". No era que el animal pronunciase palabras<br />
como las que suelo escuchar en voces humanas; más bien yo "sentía" que estaba hablando. Pero no era<br />
tampoco la sensación que uno tiene cuando una mascota parece comunicarse con su amo. El coyote en<br />
verdad <strong>de</strong>cía algo; trasmitía un pensamiento y esa comunicación se producía a través <strong>de</strong> algo muy similar a<br />
una frase. Yo había dicho: "¿Cómo estás, coyotito?" y creí oír que el animal respondía: "Muy bien, ¿y tú?"<br />
Luego el coyote repitió la frase y yo me levanté <strong>de</strong> un salto. El animal no hizo un solo movimiento. Ni<br />
siquiera lo alarmó mi repentino brinco. Sus ojos seguían claros y amigables. Se echó y, la<strong>de</strong>ando la cabeza,<br />
preguntó: "¿Por qué tienes miedo?" Me senté frente a él y llevé a cabo la conversación más extraña que<br />
jamás había tenido. Finalmente, me preguntó qué hacía yo allí y le dije que había venido a "<strong>para</strong>r el<br />
mundo". El coyote dijo "¡Qué bueno!" y entonces me di cuenta <strong>de</strong> que era un coyote bilingüe. Los<br />
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