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Viaje a Ixtlán - los mejores libros de espiritualidad para leer y ...

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esperara que llegasen presas al área don<strong>de</strong> nos hallábamos. Advertí entonces que estábamos en un recodo<br />

redondo, a manera <strong>de</strong> ensenada en la cañada seca, ro<strong>de</strong>ado por peñascos <strong>de</strong> piedra arenisca.<br />

Repentinamente, don Juan <strong>de</strong>jó la protección <strong>de</strong> las rocas y me sonrió. Estiró <strong>los</strong> brazos, bostezó y fue<br />

hacia el peñasco don<strong>de</strong> me encontraba. Relajé mi tensa posición y torné asiento.<br />

-¿Qué pasó? -pregunté en un susurro.<br />

Él me respondió, gritando, que no había por allí nada <strong>de</strong> qué preocuparse.<br />

Sentí <strong>de</strong> inmediato una sacudida en el estómago. La respuesta estaba fuera <strong>de</strong> lugar, y me resultaba<br />

inconcebible que hablase a gritos sin tener una razón específica <strong>para</strong> ello.<br />

Empecé a <strong>de</strong>slizarme hacia tierra, pero él gritó que <strong>de</strong>bía quedarme allí un rato más.<br />

-¿Qué hace usted? -pregunté.<br />

www.bibliotecaespiritual.com<br />

Sentándose, se ocultó entre dos rocas al pie <strong>de</strong>l peñasco don<strong>de</strong> yo estaba, y luego dijo, en voz muy alta,<br />

que sólo había estado cerciorándose porque le pareció haber oído un ruido.<br />

Pregunté si había oído a algún animal gran<strong>de</strong>. Se llevó la mano a la oreja y gritó que no me oía y que yo<br />

<strong>de</strong>bía gritar. a mi vez. Me sentía incómodo vociferando, pero él me instó, en voz alta, a hablar fuerte. Grité<br />

que quería saber qué ocurría, y él respondió <strong>de</strong> igual manera que <strong>de</strong> verdad no había nada por allí.<br />

Preguntó si veía yo algo fuera <strong>de</strong> lo común <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cima <strong>de</strong>l peñasco. Dije que no, y me pidió <strong>de</strong>scribirle el<br />

terreno hacia el sur.<br />

Conversamos a gritos durante un rato, y luego me hizo seña <strong>de</strong> bajar. Cuando estuve a su lado, me susurró<br />

al oído que <strong>los</strong> gritos eran necesarios <strong>para</strong> dar a conocer nuestra presencia, pues yo tenía que hacerme<br />

accesible al po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> ese ojo <strong>de</strong> agua específico.<br />

Miré en torno, pero no vi el ojo <strong>de</strong> agua. Don Juan indicó que estábamos <strong>para</strong>dos sobre él.<br />

-Aquí hay agua -dijo en un susurro- y también po<strong>de</strong>r. Aquí hay un espíritu y tenemos que sonsacarlo; a<br />

lo mejor viene tras <strong>de</strong> ti.<br />

Quise más información acerca <strong>de</strong>l supuesto espíritu, pero don Juan insistió en el silencio total. Me aconsejó<br />

permanecer absolutamente quieto, sin <strong>de</strong>jar escapar un susurro ni hacer el menor movimiento que<br />

traicionara nuestra presencia.<br />

Al parecer, le era fácil pasar horas enteras en completa inmovilidad; <strong>para</strong> mí, sin embargo, resultaba<br />

una tortura. Se me durmieron las piernas, la espalda me dolía, y la tensión aumentaba en torno a mi cuello<br />

y mis hombros. Tenía todo el cuerpo frío e insensible. Me hallaba en gran incomodidad cuando don Juan<br />

finalmente se puso <strong>de</strong> pie. Simplemente se incorporó <strong>de</strong> un salto y me tendió la mano <strong>para</strong> ayudarme a<br />

levantarme.<br />

Al tratar <strong>de</strong> estirar las piernas, tomé conciencia <strong>de</strong> la facilidad inconcebible con que don Juan se puso<br />

en pie tras horas <strong>de</strong> inmovilidad. Mis múscu<strong>los</strong> tardaron un buen rato en recobrar la elasticidad necesaria<br />

<strong>para</strong> caminar.<br />

Don Juan emprendió el regreso a la casa. Caminaba con extrema lentitud. Marcó un largo <strong>de</strong> tres pasos<br />

como la distancia a la cual yo <strong>de</strong>bía seguirlo. Dio ro<strong>de</strong>os en torno a la ruta <strong>de</strong> costumbre y la cruzó cuatro o<br />

cinco veces en distintas direcciones; cuando por fin llegamos a su casa, la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>clinaba.<br />

Traté <strong>de</strong> interrogarlo sobre <strong>los</strong> eventos <strong>de</strong>l día. Explicó que hablar era innecesario. Por el momento,<br />

<strong>de</strong>bía abstenerse <strong>de</strong> hacer preguntas hasta que estuviésemos en un sitio <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r.<br />

Me moría por saber a qué se refería e intenté susurrar una pregunta, pero él me recordó, con una<br />

mirada fría y severa, que hablaba en serio.<br />

Estuvimos horas sentados en su pórtico. Yo trabajaba en mis notas. De tiempo en tiempo, él me daba<br />

un trozo <strong>de</strong> carne seca; finalmente, la penumbra se a<strong>de</strong>nsó <strong>de</strong>masiado <strong>para</strong> escribir. Traté <strong>de</strong> pensar en <strong>los</strong><br />

acontecimientos <strong>de</strong>l día, pero alguna parte <strong>de</strong> mí mismo rehusó hacerlo y me quedé dormido.<br />

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