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Viaje a Ixtlán - los mejores libros de espiritualidad para leer y ...

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Don Genaro me palmeó el hombro y dijo que don Juan tenía toda la razón y que, <strong>de</strong> hecho, él quería ser<br />

como yo. Me miró con un brillo <strong>de</strong> locura y abrió las fosas nasales.<br />

Don Juan chocó las manos y arrojó su sombrero al suelo.<br />

Tras una larga búsqueda en torno a la casa, don Genaro encontró un tronco <strong>de</strong> árbol, largo y bastante<br />

grueso, parte <strong>de</strong> una viga. Lo cargó atravesado en <strong>los</strong> hombros e iniciamos el regreso al sitio don<strong>de</strong> había<br />

estado mi coche.<br />

Cuando subíamos el cerrito y estábamos a punto <strong>de</strong> alcanzar un recodo <strong>de</strong>l camino, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong> se<br />

veía el espacio llano, tuve una ocurrencia súbita. Pensé que iba a hallar el coche antes que el<strong>los</strong>, pero al<br />

mirar hacia abajo no había ningún coche al pie <strong>de</strong>l cerro.<br />

Don Juan y don Genaro <strong>de</strong>ben haber comprendido lo que yo tenía en mente y corrieron en pos <strong>de</strong> mí,<br />

riendo con regocijo.<br />

Apenas llegamos al pie <strong>de</strong>l cerro, pusieron manos a la obra. Los observé unos momentos. Sus acciones<br />

eran incomprensibles. No fingían trabajar; se hallaban inmersos <strong>de</strong> lleno en la tarea <strong>de</strong> volcar un peñasco<br />

<strong>para</strong> ver si mi coche estaba <strong>de</strong>bajo. Eso era <strong>de</strong>masiado <strong>para</strong> mí, y me uní a el<strong>los</strong>. Resoplaban y gritaban y<br />

don Genaro aullaba como coyote. Estaban empapados <strong>de</strong> sudor. Noté lo fuerte que eran sus cuerpos, sobre<br />

todo el <strong>de</strong> don Juan. Junto a el<strong>los</strong>, yo era un joven flácido.<br />

No tardé en sudar también, copiosamente. Por fin logramos voltear el peñasco y don Genaro examinó<br />

la tierra bajo la roca con la paciencia y la minuciosidad más enloquecedoras.<br />

-No. No está aquí -anunció.<br />

La aseveración hizo a ambos tirarse en el suelo <strong>de</strong> risa.<br />

Yo reí con nerviosismo. Don Juan parecía tener verda<strong>de</strong>ros espasmos <strong>de</strong> dolor; se cubrió el rostro y se<br />

acostó mientras su cuerpo se sacudía <strong>de</strong> risa.<br />

-¿En qué dirección vamos ahora? -preguntó don Genaro tras un largo <strong>de</strong>scanso.<br />

Don Juan señaló con un movimiento <strong>de</strong> cabeza.<br />

-¿A dón<strong>de</strong> vamos? -pregunté.<br />

-¡A buscar tu carro! -dijo don Juan, sin la menor sonrisa.<br />

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Volvieron a flanquearme cuando entramos en el matorral. Sólo habíamos cubierto unos cuantos metros<br />

cuando don Genaro hizo señas <strong>de</strong> que nos <strong>de</strong>tuviéramos. Fue <strong>de</strong> puntillas hasta un arbusto redondo que se<br />

hallaba a unos pasos, se asomó a las ramas internas y dijo que el coche no estaba allí.<br />

Seguimos caminando un rato y luego don Genaro nos inmovilizó con un a<strong>de</strong>mán. Parado <strong>de</strong> puntas,<br />

arqueó la espalda y estiró <strong>los</strong> brazos por encima <strong>de</strong> la cabeza. Sus <strong>de</strong>dos, contraídos, semejaban una garra.<br />

Des<strong>de</strong> mi posición, el cuerpo <strong>de</strong> don Genaro tenía la forma <strong>de</strong> una letra S. Conservó la postura un instante<br />

y luego se abalanzó <strong>de</strong> cabeza sobre una rama larga, con hojas secas. La levantó con cuidado y, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> examinarla, comentó <strong>de</strong> nuevo que el coche no estaba allí.<br />

Conforme nos a<strong>de</strong>ntrábamos en el matorral, él buscaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>los</strong> arbustos y trepaba pequeños<br />

árboles <strong>de</strong> palover<strong>de</strong> <strong>para</strong> mirar entre el follaje, sólo <strong>para</strong> concluir que el coche tampoco estaba allí.<br />

Mientras tanto, yo llevaba concienzudas cuentas <strong>de</strong> todo cuanto tocaba o veía. Mi visión secuencial y<br />

or<strong>de</strong>nada <strong>de</strong>l mundo en torno, era tan continua como siempre. Toqué rocas, arbustos, árboles. Mirando<br />

primero con un ojo y <strong>de</strong>spués con el otro, cambié el enfoque <strong>de</strong> un primer plano a un plano general. Según<br />

todos <strong>los</strong> cálcu<strong>los</strong>, me hallaba caminando por el chaparral como en veintenas <strong>de</strong> ocasiones anteriores<br />

durante mi vida cotidiana.<br />

Luego, don Genaro se acostó bocabajo y nos pidió hacer lo mismo. Descansó la barbilla en las manos<br />

entrelazadas. Don Juan lo imitó. Ambos se quedaron mirando una serie <strong>de</strong> pequeñas protuberancias en el<br />

suelo, semejantes a cerros diminutos. De pronto, don Genaro hizo un amplio movimiento con la diestra y<br />

asió algo. Se puso en pie apresuradamente, y lo mismo don Juan. Don Genaro nos mostró la mano cerrada<br />

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