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Viaje a Ixtlán - los mejores libros de espiritualidad para leer y ...

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Don Juan me susurró que permaneciera impasible, <strong>para</strong>do don<strong>de</strong> me hallaba, sin cerrar <strong>los</strong> ojos, y que<br />

no <strong>de</strong>bía moverme a ningún lado mientras la niebla no me ro<strong>de</strong>ara por entero; sólo entonces sería posible<br />

iniciar nuestro <strong>de</strong>scenso.<br />

Se refugió al pie <strong>de</strong> unas rocas, algunos metros atrás <strong>de</strong> mí.<br />

El silencio en aquellas montañas era algo magnífico y al mismo tiempo imponente. El suave viento que<br />

transportaba la niebla me daba la sensación <strong>de</strong> que ésta silbaba en mis oídos. Gran<strong>de</strong>s trozos <strong>de</strong> niebla<br />

venían cuestabajo como conglomerados sólidos <strong>de</strong> materia blancuzca que rodaran hacia mí. Olí la niebla.<br />

Era una mezcla peculiar <strong>de</strong> olor acerbo y fragante. Y entonces me vi envuelto en ella.<br />

Tuve la impresión <strong>de</strong> que la niebla operaba sobre mis párpados. Se sentían pesados y quise cerrar <strong>los</strong><br />

ojos. Tenía frío. La garganta me daba comezón y quería toser, pero no me atrevía. Alcé la barbilla y estiré el<br />

cuello <strong>para</strong> disipar la tos, y al alzar la vista tuve la sensación <strong>de</strong> que podía ver concretamente el espesor <strong>de</strong>l<br />

banco <strong>de</strong> niebla. Era como si mis ojos pudieran tasar el espesor atravesándolo. Los ojos empezaron a<br />

cerrárseme y no me era posible luchar contra el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> dormir. Sentí que en cualquier momento iba a<br />

<strong>de</strong>rrumbarme por tierra. En ese instante don Juan dio un salto y me aferró por <strong>los</strong> brazos y me sacudió. El<br />

sobresalto bastó <strong>para</strong> restaurar mi luci<strong>de</strong>z.<br />

Me susurró al oído que corriera cuestabajo lo más rápido posible. Él iría <strong>de</strong>trás porque no quería que lo<br />

aplastaran las rocas que yo echara a rodar en mi camino. Dijo que yo era el guía, pues se trataba <strong>de</strong> mi<br />

batalla <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r, y que necesitaba claridad y abandono <strong>para</strong> sacarnos <strong>de</strong> allí sanos y salvos.<br />

-Dale -dijo en voz alta-. Si no tienes el ánimo <strong>de</strong> un guerrero, nunca saldremos <strong>de</strong> la niebla.<br />

Titubee un momento. No estaba seguro <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r hallar el camino <strong>para</strong> bajar <strong>de</strong> esos montes.<br />

-¡Corre, conejo! -gritó don Juan empujándome con suavidad la<strong>de</strong>ra abajo.<br />

Domingo, enero 28, 1962<br />

XIII. LA ÚLTIMA PARADA DE UN GUERRERO<br />

www.bibliotecaespiritual.com<br />

A eso <strong>de</strong> las diez <strong>de</strong> la mañana don Juan entró en su casa. Había salido al romper el alba. Lo saludé.<br />

Chasqueó la lengua y, en son <strong>de</strong> guasa, me dio la mano y me saludó ceremoniosamente.<br />

-Vamos a ir a un viajecito -dijo-. Vas a llevarnos a un sitio muy especial en busca <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r.<br />

Desplegó dos re<strong>de</strong>s portadoras y puso en cada una dos guajes llenos <strong>de</strong> comida, las ató con un mecate<br />

y me entregó una <strong>de</strong> ellas.<br />

Viajamos sin prisa hacia el norte y, al cabo <strong>de</strong> unos seiscientos kilómetros <strong>de</strong>jamos la carretera<br />

panamericana y tomamos un camino <strong>de</strong> grava hacia el oeste. Mi coche parecía haber sido el único vehículo<br />

en la carretera durante varias horas. Mientras seguíamos a<strong>de</strong>lante advertí que no podía ver por el<br />

<strong>para</strong>brisas. Me esforcé <strong>de</strong>sesperadamente por mirar <strong>los</strong> alre<strong>de</strong>dores, pero estaba <strong>de</strong>masiado oscuro y el<br />

<strong>para</strong>brisas se hallaba cubierto <strong>de</strong> polvo y <strong>de</strong> insectos aplastados.<br />

Dije a don Juan que <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>tenerme <strong>para</strong> limpiar mi <strong>para</strong>brisas. Me or<strong>de</strong>nó seguir a<strong>de</strong>lante aunque<br />

tuviera que ir a dos kilómetros por hora, sacando la cabeza por la ventanilla <strong>para</strong> ver a<strong>de</strong>lante. Dijo que no<br />

podíamos <strong>de</strong>tenernos hasta alcanzar nuestro <strong>de</strong>stino.<br />

En cierto sitio me indicó doblar a la <strong>de</strong>recha. Estaba tan oscuro y había tanto polvo que ni <strong>los</strong> faros eran<br />

mucha ayuda. Me salí <strong>de</strong>l camino con gran nerviosismo. Tenía miedo <strong>de</strong> atascarme, pero la tierra estaba<br />

apretada.<br />

Manejé unos cien metros a la menor velocidad posible, sosteniendo la puerta abierta <strong>para</strong> mirar hacia<br />

afuera. Por fin, don Juan me dijo que <strong>para</strong>ra. Añadió que me había estacionado justamente <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una<br />

roca enorme que ocultaría mi coche a la vista.<br />

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