Viaje a Ixtlán - los mejores libros de espiritualidad para leer y ...
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por el cual juzgo habitualmente el mundo frente a mí. Sin embargo yo, como perceptor, percibía que mi<br />
coche no estaba allí. Como siempre que don Juan me enfrentaba con fenómenos inexplicables, se me<br />
ocurrió la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que se me estaba engañando por medios ordinarios. Siempre, bajo tensión, mi mente<br />
repetía, en forma involuntaria y consistente, la misma elaboración. Me puse a calcular cuántos cómplices<br />
habrían necesitado don Juan y don Genaro <strong>para</strong> alzar mi coche y llevárselo. Me hallaba absolutamente<br />
seguro <strong>de</strong> haber cerrado con llave, compulsivamente, todas las puertas; el freno <strong>de</strong> mano estaba puesto,<br />
también la velocidad, y el volante tenía seguro. Para mover el coche, habrían tenido que alzarlo en vilo. Esa<br />
tarea requería una fuerza laboral que ninguno <strong>de</strong> el<strong>los</strong> podría haber reunido. Otra posibilidad era que<br />
alguien, <strong>de</strong> acuerdo con ambos, hubiera forzado la portezuela y conectado el alambre <strong>de</strong> encendido <strong>para</strong><br />
llevarse el auto. Esa acción implicaba un conocimiento especializado más allá <strong>de</strong> sus medios. La última<br />
explicación posible era que tal vez me estaban hipnotizando. Sus movimientos me resultaban tan nuevos y<br />
tan sospechosos que me puse a girar en racionalizaciones. Pensé que, si me hallaba hipnotizado, ocupaba<br />
un estado <strong>de</strong> conciencia alterada. En mi experiencia con don Juan había notado que, en tales estados, uno<br />
es incapaz <strong>de</strong> llevar cuenta coherente <strong>de</strong>l paso <strong>de</strong>l tiempo. En ese respecto, jamás había habido un or<strong>de</strong>n<br />
perdurable en ninguno <strong>de</strong> <strong>los</strong> estados <strong>de</strong> realidad no ordinaria experimentados por mí, y mi conclusión fue<br />
que, manteniéndome alerta, llegaría un momento en el que per<strong>de</strong>ría mi or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> tiempo secuencial. Como<br />
si, por ejemplo, estuviese mirando una montaña en <strong>de</strong>terminado momento, y luego, en mi siguiente<br />
instante <strong>de</strong> conciencia, me hallase mirando un valle en la dirección opuesta, pero sin recordar haber dado<br />
la vuelta. Sentí que, <strong>de</strong> ocurrirme algo <strong>de</strong> tal naturaleza, tal vez me sería posible explicar lo que ocurría con<br />
mi coche como un caso <strong>de</strong> hipnosis. Decidí que lo único a hacer era observar cada <strong>de</strong>talle con minuciosidad<br />
extrema.<br />
-¿Dón<strong>de</strong> está mi carro? -pregunté, dirigiéndome a ambos.<br />
-¿Dón<strong>de</strong> está el carro, Genaro? -preguntó don Juan con una expresión totalmente seria.<br />
Don Genaro empezó a voltear piedras <strong>para</strong> mirar <strong>de</strong>bajo. Trabajó febrilmente en todo el espacio llano<br />
don<strong>de</strong> yo había estacionado el coche. No pasó por alto una sola piedra. A veces fingía enojarse y arrojaba la<br />
piedra al matorral.<br />
Don Juan parecía disfrutar la escena a un grado inexpresable. Reía y chasqueaba la lengua y casi ignoraba<br />
mi presencia.<br />
Don Genaro acababa <strong>de</strong> arrojar una piedra, en un arranque <strong>de</strong> frustración mentida, cuando llegó a un<br />
peñasco <strong>de</strong> buen tamaño, la única piedra gran<strong>de</strong> y pesada en el área. Intentó volcarla, pero pesaba <strong>de</strong>masiado<br />
y se hallaba incrustada en el suelo. Pugnó y resopló hasta empezar a sudar. Luego se sentó en la<br />
roca y llamó a don Juan en su ayuda.<br />
Don Juan me miró con una sonrisa resplan<strong>de</strong>ciente y dijo:<br />
-Anda, vamos a darle una mano a Genaro.<br />
-¿Pero qué es lo que está haciendo? -pregunté.<br />
-Está buscando tu carro -dijo don Juan con <strong>de</strong>senfado y naturalidad.<br />
-¡Por Dios! ¿Cómo va a encontrarlo <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las piedras?<br />
-Por Dios, ¿por qué no? -repuso don Genaro, y ambos se carcajearon.<br />
No pudimos mover la roca. Don Juan sugirió que fuéramos a la casa a buscar un ma<strong>de</strong>ro grueso que<br />
usar como palanca.<br />
En el camino a la casa, les dije que sus actos eran absurdos y que eso que me hacían, fuera lo que fuese,<br />
no tenía caso.<br />
Don Genaro me escudriñó.<br />
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-Genaro es un hombre muy cabal -dijo don Juan con expresión seria-. Es tan cabal y meticu<strong>los</strong>o como<br />
tú. Tú mismo dijiste que nunca <strong>de</strong>jas una sola piedra sin voltear. Él está haciendo lo mismo.<br />
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