Viaje a Ixtlán - los mejores libros de espiritualidad para leer y ...
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pronto me di plena cuenta <strong>de</strong> que otra persona caminaba junto a mí, a mi izquierda, pero don Juan, sin<br />
darme tiempo a volver el rostro <strong>para</strong> mirar, hizo un movimiento veloz y súbito; se agachó como si recogiera<br />
algo <strong>de</strong>l suelo, y luego me asió por el sobaco cuando estuve a punto <strong>de</strong> tropezar con él. Me arrastró al<br />
coche, y no soltó mi brazo ni siquiera <strong>para</strong> permitirme abrir la puerta. Tantalee un momento con las llaves.<br />
Él me empujó con gentileza al interior <strong>de</strong>l coche y luego subió a su vez.<br />
-Maneja <strong>de</strong>spacio y párate frente a la tienda -dijo.<br />
Cuando me hube <strong>de</strong>tenido, don Juan me hizo, con la cabeza, seña <strong>de</strong> mirar. La Catalina estaba <strong>para</strong>da<br />
en el sitio don<strong>de</strong> don Juan me había agarrado el brazo. Respingué involuntariamente. La mujer dio unos<br />
pasos hacia el coche y se paró <strong>de</strong>safiante. La escudriñé con cuidado y concluí que era hermosa. Era muy<br />
morena y rechoncha, pero parecía fuerte y muscular. Tenía un rostro redondo, lleno, con pómu<strong>los</strong> altos y<br />
dos largas trenzas <strong>de</strong> cabello negrísimo. Lo que más me sorprendió fue su juventud. No podría tener mucho<br />
más <strong>de</strong> treinta años, a lo sumo.<br />
-Que se acerque más si quiere -susurró don Juan.<br />
La Catalina dio tres o cuatro pasos hacia mi coche y se <strong>de</strong>tuvo a unos tres metros <strong>de</strong> distancia. Nos miramos.<br />
En ese momento sentí que no había en ella ninguna amenaza. Sonreí y la saludé con la mano. Ella<br />
rió, como niñita tímida, y se cubrió la boca. Me sentí <strong>de</strong>leitado. Me volví a don Juan <strong>para</strong> comentar la<br />
apariencia y la conducta <strong>de</strong> la muchacha, y él casi me mata <strong>de</strong> susto con un grito.<br />
-¡No le <strong>de</strong>s la espalda a esa mujer, hijo <strong>de</strong> la chingada! -dijo con voz conminante.<br />
Me volví rápidamente a mirar a la Catalina. Había dado otros pasos hacia el coche y se hallaba a menos<br />
<strong>de</strong> metro y medio <strong>de</strong> mi puerta. Sonreía; sus dientes eran gran<strong>de</strong>s y blancos y muy limpios. Pero había algo<br />
extraño en su sonrisa. No era amistosa; era una mueca contenida; sólo sonreía la boca. Los ojos, negros y<br />
fríos, me miraban con fijeza.<br />
Experimenté un escalofrío en todo el cuerpo. Don Juan echó a reír en un cacareo rítmico; tras un momento<br />
<strong>de</strong> espera, la mujer retrocedió <strong>de</strong>spacio y <strong>de</strong>sapareció entre la gente.<br />
Nos alejamos, y don Juan especuló que, si yo no templaba mi vida y aprendía, la Catalina iba a aplastarme<br />
con el pie, como a un bicho in<strong>de</strong>fenso.<br />
Ésa es el adversario que te dije que te había encontrado -dijo.<br />
Don Juan dijo que <strong>de</strong>bíamos esperar un augurio, antes <strong>de</strong> saber qué hacíamos con la mujer que interfería<br />
mi caza.<br />
-Si oímos o vemos un cuervo, será señal <strong>de</strong> que po<strong>de</strong>mos esperar, y también sabremos dón<strong>de</strong> esperar -<br />
añadió.<br />
Dio vuelta, <strong>de</strong>spacio, en un círculo completo, escudriñando todo el entorno.<br />
-Éste no es el sitio <strong>para</strong> esperar -dijo en un susurro.<br />
Echamos a andar hacia el este. Ya había oscurecido bastante. De pronto, dos cuervos salieron volando<br />
<strong>de</strong> unos arbustos altos, y <strong>de</strong>saparecieron tras un cerro. Don Juan dijo que el cerro era nuestro <strong>de</strong>stino.<br />
Cuando llegamos, lo circundó, y eligió un sitio orientado al sureste, al pie <strong>de</strong>l cerro. Limpió <strong>de</strong> ramas<br />
secas, hojas y otra basura, un espacio circular <strong>de</strong> metro y medio o dos metros <strong>de</strong> diámetro. Intenté<br />
ayudarlo, pero me rechazó con un vigoroso a<strong>de</strong>mán. Se puso el índice sobre <strong>los</strong> labios e hizo gesto <strong>de</strong> silencio.<br />
Al terminar, me jaló al centro <strong>de</strong>l círculo, me hizo mirar al sur, con el cerro a las espaldas, y me<br />
susurró al oído que imitara sus movimientos. Inició una especie <strong>de</strong> danza, produciendo un golpeteo con el<br />
pie <strong>de</strong>recho; consistía en siete tiempos iguales, espaciados por un conglomerado <strong>de</strong> tres patadas rápidas.<br />
Traté <strong>de</strong> adaptarme a su ritmo, y tras algunos intentos <strong>de</strong>smañados fui más o menos capaz <strong>de</strong> reproducir<br />
el golpeteo.<br />
-¿Para qué es esto? -le susurré al oído.<br />
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