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Viaje a Ixtlán - los mejores libros de espiritualidad para leer y ...

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sustantivos y verbos <strong>de</strong> sus frases eran en inglés, pero las conjunciones y exclamaciones eran en español.<br />

Cruzó por mi mente la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que me hallaba en presencia <strong>de</strong> un coyote chicano. Eché a reír ante lo<br />

absurdo <strong>de</strong> todo eso, y reí tanto que casi me puse histérico. Entonces, la imposibilidad <strong>de</strong> lo que estaba<br />

pasando me golpeó <strong>de</strong> lleno y mi mente se tambaleó. El coyote se incorporó y nuestros ojos se<br />

encontraron. Miré <strong>los</strong> suyos fijamente. Sentí que me jalaban, y <strong>de</strong> pronto el animal se hizo iridiscente;<br />

empezó a resplan<strong>de</strong>cer. Era como si mi mente reprodujese la memoria <strong>de</strong> otro suceso que había tenido<br />

lugar diez años antes, cuando, bajo la influencia <strong>de</strong>l peyote, presencié la metamorfosis <strong>de</strong> un perro común<br />

en un inolvidable ser <strong>de</strong> iridiscencia. Era como si el coyote hubiera provocado el recuerdo, y la imagen <strong>de</strong><br />

aquel suceso anterior, invocada, se superpusiera a la forma <strong>de</strong>l coyote; el coyote era un ser fluido, líquido,<br />

luminoso. Su luminosidad <strong>de</strong>slumbraba. Quise proteger mis ojos cubriéndo<strong>los</strong> con las manos, pero no podía<br />

moverme. El ser luminoso me tocó en alguna parte in<strong>de</strong>finida <strong>de</strong> mí mismo y mi cuerpo experimentó una<br />

tibieza y un bienestar in<strong>de</strong>scriptibles, tan exquisitos que el toque parecía haberme hecho estallar. Me<br />

transfiguré. No podía sentir <strong>los</strong> pies, ni las piernas, ni parte alguna <strong>de</strong> mi cuerpo, pero algo me sostenía<br />

erecto.<br />

No tengo i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> cuánto tiempo permanecí en esa posición. Mientras tanto, el coyote luminoso y el<br />

monte don<strong>de</strong> me hallaba se disolvieron. No había i<strong>de</strong>as ni sentimientos. Todo se había <strong>de</strong>sconectado y yo<br />

flotaba libremente.<br />

De súbito, sentí que mi cuerpo era golpeado, y luego envuelto por algo que me encendía. Tomé<br />

conciencia entonces <strong>de</strong> que el sol brillaba sobre mí. Yo distinguía vagamente una cordillera distante hacia el<br />

occi<strong>de</strong>nte. El sol casi se ocultaba en el horizonte. Yo lo miraba <strong>de</strong> frente, y entonces vi las "líneas <strong>de</strong>l mundo".<br />

Percibí en verdad una extraordinaria profusión <strong>de</strong> líneas blancas, fluorescentes, que se entrecruzaban<br />

en todo mi alre<strong>de</strong>dor. Por un momento pensé que tal vez se trataba <strong>de</strong>l sol refractado por mis pestañas.<br />

Parpa<strong>de</strong>e y volví a mirar. Las líneas eran constantes, y se superponían a todo cuanto había en torno, o lo<br />

atravesaban. Me di vuelta y examiné un mundo insólitamente nuevo. Las líneas eran visibles y constantes<br />

aunque yo no diera la cara al sol.<br />

Me quedé allí en estado <strong>de</strong> éxtasis, durante lo que pareció un tiempo interminable; todo <strong>de</strong>be haber<br />

durado sólo unos minutos, acaso únicamente el tiempo que el sol brilló antes <strong>de</strong> llegar al horizonte, pero<br />

<strong>para</strong> mí fue la eternidad. Sentía que algo tibio y confortante brotaba <strong>de</strong>l mundo y <strong>de</strong> mi propio cuerpo.<br />

Supe haber <strong>de</strong>scubierto un secreto. Era tan sencillo. Experimentaba un torrente <strong>de</strong>sconocido <strong>de</strong> sentimientos.<br />

Nunca en toda mi vida había tenido tal euforia divina, tal paz, tan amplio alcance, y sin embargo no me<br />

era posible traducir el secreto a palabras, ni siquiera a pensamientos, pero mi cuerpo lo conocía.<br />

Luego me dormí o me <strong>de</strong>smayé. Cuando volví a cobrar conciencia <strong>de</strong> mí, yacía sobre las rocas. Me puse<br />

<strong>de</strong> pie. El mundo era como yo siempre lo había visto. Estaba oscureciendo, y automáticamente inicié el<br />

regreso hacia mi coche.<br />

Don Juan estaba solo en la casa cuando llegué a la mañana siguiente. Le pregunté por don Genaro y dijo<br />

que andaba por allí, haciendo un mandado. Inmediatamente empecé a narrarle las extraordinarias<br />

experiencias que tuve. Escuchó con obvio interés.<br />

-Sencillamente has <strong>para</strong>do el mundo -comentó cuando hube terminado mi recuento.<br />

Quedamos un rato en silencio y luego don Juan dijo que yo <strong>de</strong>bía dar las gracias a don Genaro por<br />

ayudarme. Parecía inusitadamente contento conmigo. Me palmeó la espalda repetidas veces, chasqueando<br />

la lengua.<br />

-Pero es inconcebible que un coyote hable -dije.<br />

-Eso no fue hablar -repuso don Juan.<br />

-¿Qué era entonces?<br />

-Tu cuerpo entendió por vez primera. Pero fallaste <strong>de</strong> reconocer que, por principio <strong>de</strong> cuentas, no era<br />

un coyote, y que ciertamente no hablaba como hablamos tú y yo.<br />

-¡Pero el coyote <strong>de</strong> veras hablaba, don Juan!<br />

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