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Viaje a Ixtlán - los mejores libros de espiritualidad para leer y ...

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Llegamos a la cima y dirigí la vista al espacio a pie <strong>de</strong>l cerro -unos cincuenta metros <strong>de</strong> distancia-, don<strong>de</strong><br />

había estacionado mi coche. El estómago se me contrajo con una sacudida. ¡El coche no estaba! Corrí<br />

cuestabajo. Mi coche no se veía por ninguna parte. Experimenté un momento <strong>de</strong> gran confusión. Me<br />

hallaba <strong>de</strong>sorientado.<br />

El coche había estado allí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que llegué temprano en la mañana. Cosa <strong>de</strong> media hora antes, yo había<br />

venido a sacar un nuevo cua<strong>de</strong>rno <strong>de</strong> papel <strong>para</strong> escribir. Se me ocurrió entonces <strong>de</strong>jar abiertas las<br />

ventanillas a causa <strong>de</strong>l calor excesivo, pero la abundancia <strong>de</strong> mosquitos y otros insectos voladores me hizo<br />

cambiar <strong>de</strong> i<strong>de</strong>a, y <strong>de</strong>jé el coche cerrado como <strong>de</strong> costumbre.<br />

Volví a mirar en torno. Rehusaba creer que mi coche no estuviera. Caminé hasta el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l espacio<br />

<strong>de</strong>spejado. Don Juan y don Genaro se me unieron y se <strong>para</strong>ron junto a mí, haciendo exactamente lo que yo<br />

hacía: escudriñar la distancia <strong>para</strong> ver si avizoraba el coche. Tuve un momento <strong>de</strong> euforia que cedió el paso<br />

a una <strong>de</strong>sconcertante sensación irritada. El<strong>los</strong> parecieron advertirla y empezaron a caminar en torno mío,<br />

moviendo las manos como si amasaran.<br />

-¿Qué crees que le pasaría al carro, Genaro? -preguntó don Juan con mansedumbre.<br />

-Me lo llevé -dijo don Genaro, y realizó una asombrosa pantomima <strong>de</strong> cambiar velocida<strong>de</strong>s y conducir.<br />

Dobló las piernas como si estuviera sentado y conservó esa postura unos momentos, obviamente sostenido<br />

sólo por <strong>los</strong> múscu<strong>los</strong> <strong>de</strong> las piernas; luego apoyó su peso en la pierna <strong>de</strong>recha y estiró el pie izquierdo<br />

como pisando el embrague. Imitó con <strong>los</strong> labios el ruido <strong>de</strong> un motor, y finalmente, como broche <strong>de</strong> oro,<br />

fingió haber dado en un bache y se sacudió hacia arriba y hacia abajo, dándome la entera sensación <strong>de</strong> un<br />

conductor inepto que rebota en el asiento sin soltar el volante.<br />

La mímica <strong>de</strong> don Genaro era estupenda. Don Juan rió hasta quedarse sin aliento. Yo quería unirme al<br />

regocijo, pero me era imposible relajarme. Me sentía amenazado e incómodo, poseído por una angustia<br />

que no tenía prece<strong>de</strong>ntes en mi vida. Sentía ar<strong>de</strong>r por <strong>de</strong>ntro y empecé a patear piedras y terminé recogiéndolas<br />

y aventándolas con una fuerza inconsciente e imprevisible. Era como si la ira estuviese realmente<br />

fuera <strong>de</strong> mí, y me hubiera envuelto <strong>de</strong> pronto. Luego el sentimiento <strong>de</strong> molestia me abandonó, tan repentinamente<br />

como me había invadido. Aspiré hondo y me sentí mejor.<br />

No me atrevía a mirar a don Juan. Me apenaba mi <strong>de</strong>mostración <strong>de</strong> ira, pero al mismo tiempo tenía<br />

ganas <strong>de</strong> reír. Don Juan se acercó y me dio unas palmadas en la espalda. Don Genaro puso el brazo en mi<br />

hombro.<br />

-¡Ándale! -dijo don Genaro-. Que te dé un coraje. Pégate en la nariz y sácate sangre. Luego pue<strong>de</strong>s<br />

agarrar una piedra y romperte <strong>los</strong> dientes. ¡Qué bien te vas a sentir! Y si eso no te basta, pue<strong>de</strong>s poner <strong>los</strong><br />

huevos en ese peñasco y hacer<strong>los</strong> papilla con la misma piedra.<br />

Don Juan soltó una risita. Les dije que me sentía avergonzado <strong>de</strong> mi comportamiento. No sabía qué<br />

cosa se me metió. Don Juan <strong>de</strong>claró hallarse seguro <strong>de</strong> que yo sabía exactamente lo que pasaba, pero fingía<br />

no saberlo y lo que me enojaba era el acto <strong>de</strong> fingir.<br />

Don Genaro estaba insólitamente confortante; me palmeó la espalda repetidas veces.<br />

-A todos nos pasa lo mismo -dijo don Juan.<br />

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-¿A qué se refiere usted, don Juan? -preguntó don Genaro imitando mi voz, parodiando mi hábito <strong>de</strong><br />

hacer preguntas a don Juan.<br />

Don Juan dijo cosas absurdas como: "Cuando el mundo está al revés nosotros estamos al <strong>de</strong>recho, pero<br />

cuando el mundo está al <strong>de</strong>recho nosotros estamos al revés. Bueno, pues cuando el mundo y nosotros estamos<br />

al <strong>de</strong>recho, creemos estar al revés. . ." Siguió y siguió diciendo incoherencias mientras don Genaro<br />

imitaba mi forma <strong>de</strong> tomar notas. Escribía en un cua<strong>de</strong>rno invisible, con <strong>los</strong> ojos muy abiertos y fijos en don<br />

Juan. Don Genaro había observado mis esfuerzos por escribir sin mirar el papel, <strong>para</strong> no alterar el flujo<br />

natural <strong>de</strong> la conversación. Su mímica era en verdad hilarante.<br />

De pronto me sentí a mis anchas, feliz. La risa <strong>de</strong> <strong>los</strong> viejos era tranquilizante. Por un momento me <strong>de</strong>jé<br />

ir y solté una carcajada. Pero luego mi mente entró en un nuevo estado <strong>de</strong> aprensión, confusión y molestia.<br />

Pensé en la imposibilidad <strong>de</strong> aquello que estaba ocurriendo; era algo inconcebible según el or<strong>de</strong>n lógico<br />

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