Viaje a Ixtlán - los mejores libros de espiritualidad para leer y ...
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De pronto don Juan me embistió, a toda velocidad, y tomándome <strong>de</strong>l brazo me arrastró en peso tres o<br />
cuatro metros. Me ayudó a incorporarme y se enjugó el sudor <strong>de</strong> la frente. Noté entonces que se había<br />
esforzado hasta el límite. Me palmeó la espalda y dijo que yo había elegido el sitio equivocado y que él tuvo<br />
que rescatarme a toda prisa, porque vio que el sitio estaba a punto <strong>de</strong> apo<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong> todos mis<br />
sentimientos. Reí. La imagen <strong>de</strong> don Juan embistiéndome era muy graciosa. Había corrido verda<strong>de</strong>ramente<br />
como un joven. Sus pies se movían como si aferrara la suave tierra roja <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto <strong>para</strong> catapultarse sobre<br />
mí. Yo lo había visto reír y luego, en cosa <strong>de</strong> segundos, me estaba jalando <strong>de</strong>l brazo.<br />
Tras un rato me instó a seguir buscando un sitio a<strong>de</strong>cuado <strong>para</strong> <strong>de</strong>scansar. Reanudamos el camino,<br />
pero no noté ni "sentí" nada. Quizá, <strong>de</strong> haberme hallado menos tenso, otro hubiera sido el caso. Pero había<br />
cesado mi enojo contra don Juan. Por fin, él señaló unas rocas y nos <strong>de</strong>tuvimos.<br />
-No te <strong>de</strong>scorazones -dijo-. Lleva mucho tiempo educar a <strong>los</strong> ojos como se <strong>de</strong>be.<br />
No dije nada: No iba a <strong>de</strong>scorazonarme por algo que no entendía en modo alguno. Sin embargo, <strong>de</strong>bía<br />
admitir que ya en tres ocasiones, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que comenzaron mis visitas a don Juan, me había enojado mucho, y<br />
me había agitado casi hasta el punto <strong>de</strong> enfermarme, hallándome sentado en sitios que él llamaba ma<strong>los</strong>.<br />
-El truco es sentir con <strong>los</strong> ojos -dijo-. Tu problema es el no saber qué sentir. Pero ya te vendrá, con la<br />
práctica.<br />
-Quizá usted <strong>de</strong>bería <strong>de</strong>cirme, don Juan, qué es lo que <strong>de</strong>bo sentir.<br />
-Eso es imposible.<br />
-¿Por qué?<br />
-Nadie pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirte lo que <strong>de</strong>bes sentir. No es calor, ni luz, ni brillo, ni color. Es otra cosa.<br />
-¿No pue<strong>de</strong> usted <strong>de</strong>scribirla?<br />
-No. Sólo puedo darte la técnica. Una vez que aprendas a se<strong>para</strong>r las imágenes y veas dos <strong>de</strong> cada cosa,<br />
<strong>de</strong>bes poner atención en el espacio entre las dos imágenes. Cualquier cambio digno <strong>de</strong> notarse ocurrirá allí,<br />
en ese espacio.<br />
-¿Qué clase <strong>de</strong> cambios son?<br />
-Eso no importa. El sentimiento que recibes es lo que cuenta. Cada hombre es distinto. Tú viste hoy un<br />
resplandor, pero eso no quería <strong>de</strong>cir nada porque faltaba el sentimiento. No te puedo <strong>de</strong>cir cómo sentirte.<br />
Eso <strong>de</strong>bes apren<strong>de</strong>rlo tú solo.<br />
Descansamos un rato en silencio. Don Juan se cubrió la cara con el sombrero y permaneció inmóvil,<br />
como dormido. Yo me absorbí en escribir mis notas, hasta que un súbito movimiento suyo me sobresaltó.<br />
Se en<strong>de</strong>rezó abruptamente y me encaró, ceñudo.<br />
-Tienes facilidad <strong>para</strong> la cacería -dijo-. Y eso es lo que <strong>de</strong>bes apren<strong>de</strong>r: a cazar. Ya no vamos a hablar <strong>de</strong><br />
plantas.<br />
Infló las quijadas un instante; luego añadió con candi<strong>de</strong>z:<br />
-De todos modos creo que nunca hablamos, ¿verdad?- y rió.<br />
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Pasamos el resto <strong>de</strong>l día caminando en todas direcciones, mientras él me daba una explicación<br />
increíblemente <strong>de</strong>tallada acerca <strong>de</strong> las serpientes <strong>de</strong> cascabel. La forma en que anidan, la forma en que se<br />
<strong>de</strong>splazan, sus hábitos <strong>de</strong> temporada, sus caprichos <strong>de</strong> conducta. Luego procedió a corroborar cada uno <strong>de</strong><br />
<strong>los</strong> puntos señalados y finalmente atrapó y mató una serpiente gran<strong>de</strong>; le cortó la cabeza, la <strong>de</strong>stripó, la<br />
<strong>de</strong>spellejó y asó la carne. Sus movimientos tenían tal gracia y habilidad que ya el estar cerca <strong>de</strong> él era un<br />
placer. Yo lo había escuchado y observado, inmerso. Mi concentración era tan completa que el resto <strong>de</strong>l<br />
mundo había <strong>de</strong>saparecido prácticamente <strong>para</strong> mí.<br />
Comer la serpiente fue un duro retorno al mundo <strong>de</strong> <strong>los</strong> asuntos ordinarios. Sentí náusea al empezar a<br />
mascar un bocado <strong>de</strong> carne. El asco no tenía fundamento, pues la carne era <strong>de</strong>liciosa, pero mi estómago<br />
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