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Viaje a Ixtlán - los mejores libros de espiritualidad para leer y ...

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Yo habría olvidado el asunto si el abuelo no me hubiese aguijoneado a cazar el ave. Durante dos meses<br />

perseguí al halcón albino por todo el valle don<strong>de</strong> vivíamos. Aprendí sus hábitos y casi me era posible intuir<br />

su ruta <strong>de</strong> vuelo, pero su velocidad y lo brusco <strong>de</strong> sus apariciones siempre me <strong>de</strong>sconcertaban. Podía yo<br />

alar<strong>de</strong>ar <strong>de</strong> haberle impedido cobrar su presa, quizá todas las veces que nos encontramos, pero nunca<br />

logré echarlo en mi morral.<br />

En <strong>los</strong> dos meses en que libré la extraña guerra contra el halcón albino, sólo una vez estuve cerca <strong>de</strong> él.<br />

Había estado cazándolo todo el día y me hallaba cansado. Me senté a reposar y me quedé dormido bajo un<br />

eucalipto. El grito súbito <strong>de</strong> un halcón me <strong>de</strong>spertó. Abrí <strong>los</strong> ojos sin hacer ningún otro movimiento, y vi un<br />

ave blancuzca encaramada en las ramas más altas <strong>de</strong>l eucalipto. Era el halcón albino. La caza había<br />

terminado. Iba a ser un tiro difícil; yo estaba acostado y el ave me daba la espalda. Hubo una repentina<br />

racha <strong>de</strong> viento y la aproveché <strong>para</strong> ahogar el sonido <strong>de</strong> alzar mi rifle 22 largo <strong>para</strong> apuntar. Quería esperar<br />

que el halcón se volviera o empezara a volar, <strong>para</strong> no fallarle. Pero el ave permaneció inmóvil. Para mejor<br />

dis<strong>para</strong>rle, habría tenido que moverme, y era <strong>de</strong>masiado rápida <strong>para</strong> ello. Pensé que mi mejor alternativa<br />

era aguardar. Y eso hice durante un tiempo largo, interminable. Acaso me afectó la prolongada espera, o<br />

quizá fue la soledad <strong>de</strong>l sitio don<strong>de</strong> el halcón y yo nos hallábamos; <strong>de</strong> pronto sentí un escalofrío ascen<strong>de</strong>r<br />

por mi espina y, en una acción sin prece<strong>de</strong>nte, me puse en pie y me fui. Ni siquiera vi si el halcón había<br />

volado.<br />

Jamás atribuí ningún significado a mi acto final con el halcón albino. Pero fue muy raro que no le<br />

dis<strong>para</strong>ra. Yo había matado antes docenas <strong>de</strong> halcones. En la granja don<strong>de</strong> crecí, matar aves o cazar<br />

cualquier tipo <strong>de</strong> animal era cosa común y corriente.<br />

Don Juan escuchó atentamente mientras yo narraba la historia <strong>de</strong>l halcón albino.<br />

-¿Cómo supo usted <strong>de</strong>l halcón blanco? -pregunté al terminar.<br />

-Lo vi -repuso.<br />

-¿Dón<strong>de</strong>?<br />

Aquí mismo, frente a ti.<br />

Ya no me quedaban ánimos <strong>para</strong> discutir.<br />

-¿Qué significa todo esto? -pregunté.<br />

Él dijo que un ave blanca como ésa era un augurio, y que no dis<strong>para</strong>rle era lo único correcto que podía<br />

hacerse.<br />

-Tu muerte te dio una pequeña advertencia -dijo con tono misterioso-. Siempre llega como escalofrío.<br />

-¿De qué habla usted? -dije con nerviosismo.<br />

En verdad me había puesto nervioso con sus palabras fantasmagóricas.<br />

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-Conoces mucho <strong>de</strong> aves -dijo-. Has matado <strong>de</strong>masiadas. Sabes esperar. Has esperado pacientemente<br />

horas enteras. Lo sé. Lo estoy viendo.<br />

Sus palabras me produjeron gran turbación. Pensé que lo más molesto en él era su certeza. No soportaba<br />

yo su seguridad dogmática con respecto a elementos <strong>de</strong> mi vida <strong>de</strong> <strong>los</strong> que ni yo mismo estaba seguro.<br />

Inmerso en mis sentimientos <strong>de</strong> <strong>de</strong>presión, no lo vi inclinarse sobre mí hasta que me susurró algo al oído.<br />

No entendí al principio, y él lo repitió. Me dijo que volviera la cabeza como al <strong>de</strong>scuido y mirara un peñasco<br />

a mi izquierda. Dijo que mi muerte estaba allí, mirándome, y que si me volvía cuando él me hiciera una<br />

seña, tal vez fuese capaz <strong>de</strong> verla.<br />

Me hizo una seña con <strong>los</strong> ojos. Volví la cara y me pareció ver un movimiento parpa<strong>de</strong>ante sobre el peñasco.<br />

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, <strong>los</strong> múscu<strong>los</strong> <strong>de</strong> mi abdomen se contrajeron involuntariamente y<br />

experimenté una sacudida, un espasmo. Tras un momento recobré la compostura y expliqué la sombra<br />

fugaz que había visto como una ilusión óptica causada por volver la cabeza tan repentinamente.<br />

-La muerte es nuestra eterna compañera -dijo don Juan con un aire sumamente serio-. Siempre está a<br />

nuestra izquierda, a la distancia <strong>de</strong> un brazo. Te vigilaba cuando tú vigilabas al halcón blanco; te susurró en<br />

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