Viaje a Ixtlán - los mejores libros de espiritualidad para leer y ...
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"En cambio, tú, amigo mío, que conoces lo que es el mundo real, te per<strong>de</strong>rías y morirías en un instante<br />
si tuvieras que <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>r <strong>de</strong> tu capacidad <strong>para</strong> distinguir qué cosa es real y cuál no."<br />
Evi<strong>de</strong>ntemente, yo no había expresado lo que en verdad tenía en mente. Cada vez que protestaba, no<br />
hacía más que dar voz a la insoportable frustración <strong>de</strong> hallarme en una posición insostenible.<br />
-No trato <strong>de</strong> convertirte en un hombre enfermo y loco -prosiguió don Juan-. Eso pue<strong>de</strong>s hacerlo tú<br />
mismo sin ayuda mía. Pero las fuerzas que nos guían te trajeron a mí, y yo me he esforzado por enseñarte a<br />
cambiar tus costumbres idiotas y vivir la vida fuerte y clara <strong>de</strong> un cazador. Luego las fuerzas volvieron a<br />
guiarte y me dijeron que <strong>de</strong>bes apren<strong>de</strong>r a vivir la vida impecable <strong>de</strong> un guerrero. Al parecer no pue<strong>de</strong>s.<br />
Pero ¿quién sabe? Somos tan misteriosos y tan temibles como este mundo impenetrable, conque ¿quién<br />
sabe <strong>de</strong> lo que seas capaz?<br />
Un tono <strong>de</strong> tristeza se entramaba en la voz <strong>de</strong> don Juan. Quise disculparme, pero él empezó a hablar <strong>de</strong><br />
nuevo.<br />
-No tienes que mirarte las manos -dijo-. Como ya te dije, escoge cualquier cosa. Pero escógela por<br />
anticipado y encuéntrala en tus sueños. Te dije que tus manos porque tus manos siempre estarán allí.<br />
"Cuando empiecen a cambiar <strong>de</strong> forma, <strong>de</strong>bes apartar la vista <strong>de</strong> ellas y elegir alguna otra cosa, y<br />
cuando esa otra cosa empiece a cambiar <strong>de</strong> forma <strong>de</strong>bes mirarte otra vez las manos. Lleva mucho tiempo<br />
perfeccionar esta técnica."<br />
Me había concentrado tanto en escribir que no había notado que estaba oscureciendo. El sol ya había<br />
<strong>de</strong>saparecido en el horizonte. El cielo estaba nublado y el crepúsculo era inminente. Don Juan se puso en<br />
pie y miró <strong>de</strong> soslayo hacia el sur.<br />
-Vámonos -dijo-. Tenemos que caminar al sur hasta que el espíritu <strong>de</strong>l ojo <strong>de</strong> agua se manifieste.<br />
Caminamos una media hora. El terreno cambió abruptamente y llegamos a una zona sin arbustos. Había<br />
un cerro gran<strong>de</strong> y redondo don<strong>de</strong> había ardido la maleza. Parecía una cabeza calva. Caminamos hacia él.<br />
Pensé que don Juan iba a subir la suave la<strong>de</strong>ra, pero en vez <strong>de</strong> ello se <strong>de</strong>tuvo y adoptó una postura muy<br />
atenta. Su cuerpo pareció haberse contraído como una sola unidad, y se estremeció por un instante. Luego<br />
se relajó <strong>de</strong> nuevo y quedó en pie, flácido. No pu<strong>de</strong> explicarme cómo se mantenía erecto con <strong>los</strong> múscu<strong>los</strong><br />
relajados a tal punto.<br />
En ese momento, una racha muy fuerte <strong>de</strong> viento me sacudió. El cuerpo <strong>de</strong> don Juan giró en la dirección<br />
<strong>de</strong>l viento, hacia el oeste. No usó <strong>los</strong> múscu<strong>los</strong> <strong>para</strong> dar la vuelta, o al menos no <strong>los</strong> usó como yo <strong>los</strong><br />
usaría al girar. Más bien, pareció que lo jalaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> afuera. Era como si otra persona le hubiese acomodado<br />
el cuerpo <strong>para</strong> que pudiera mirar en otra dirección.<br />
Yo tenía la vista fija en él. Don Juan me miraba con el rabo <strong>de</strong>l ojo. En su rostro había una expresión<br />
<strong>de</strong>cidida, resuelta. Todo su ser se hallaba alerta, y yo lo contemplaba maravillado. Jamás me había visto en<br />
una situación que requiriese una concentración tan extraña.<br />
De pronto, su cuerpo se estremeció como rociado por un súbito chubasco <strong>de</strong> agua fría. Experimentó<br />
otra sacudida y luego echó a andar como si nada hubiera pasado.<br />
Lo seguí. Flanqueamos el cerro pelado, por el costado oriental, hasta hallarnos en su parte media; allí se<br />
<strong>de</strong>tuvo, volviéndose a encarar el oeste.<br />
Des<strong>de</strong> don<strong>de</strong> estábamos, la cima <strong>de</strong>l cerro no era tan redonda y lisa como había parecido a distancia.<br />
Había una cueva, o un hoyo, cerca <strong>de</strong> la cumbre. Fijé allí la vista porque don Juan hacía lo mismo. Otra<br />
fuerte racha <strong>de</strong> viento hizo trepar un escalofrío por mi espina dorsal. Don Juan volteó hacia el sur y<br />
escudriñó el área con <strong>los</strong> ojos.<br />
-¡Allí! -dijo en un susurro y señaló un objeto en el suelo.<br />
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Esforcé <strong>los</strong> ojos por ver. Había algo en el suelo, a unos seis metros <strong>de</strong> distancia. Era café claro y se<br />
estremeció mientras lo miraba. Enfoqué allí toda mi atención. El objeto era casi redondo y parecía acurrucado;<br />
<strong>de</strong> hecho, se veía como un perro hecho bola.<br />
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