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Viaje a Ixtlán - los mejores libros de espiritualidad para leer y ...

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<strong>de</strong> que en verdad era tremendo. Don Juan añadió que siguiera yo el sonido y mirara en la dirección <strong>de</strong> la<br />

cual pareciera venir.<br />

Ya no había estallidos continuos <strong>de</strong> rayos y truenos, sino sólo <strong>de</strong>stel<strong>los</strong> esporádicos <strong>de</strong> luz y sonido<br />

intensos. El trueno parecía venir siempre <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>recha. La niebla se alzaba y, ya acostumbrado a las tinieblas,<br />

yo podía discernir masas <strong>de</strong> vegetación. El rayo y el trueno continuaban, y <strong>de</strong> pronto se abrió todo el<br />

lado <strong>de</strong>recho y pu<strong>de</strong> ver el cielo.<br />

La tormenta eléctrica parecía <strong>de</strong>splazarse hacia mi <strong>de</strong>recha. Hubo otro relámpago y vi una montaña<br />

distante a mi extrema <strong>de</strong>recha. La luz iluminó el trasfondo, <strong>de</strong>jando en silueta la voluminosa masa <strong>de</strong> la<br />

montaña. Vi árboles en su cima; parecían pulcros recortes negros superpuestos al cielo blanco brillante. Vi<br />

incluso nubes tipo cúmulo sobre las montañas.<br />

La niebla se había disipado por entero en torno nuestro. Soplaba un viento continuo y yo oía crujir las<br />

ramas <strong>de</strong> <strong>los</strong> gran<strong>de</strong>s árboles a mi izquierda. La tormenta eléctrica estaba <strong>de</strong>masiado lejos <strong>para</strong> iluminar <strong>los</strong><br />

árboles, pero sus masas oscuras permanecían discernibles. La luz <strong>de</strong> la tormenta me permitió establecer,<br />

sin embargo, que había a mi <strong>de</strong>recha una cordillera distante y que el bosque se hallaba limitado hacia el<br />

lado izquierdo. Al parecer miraba yo un valle oscuro, que no podía ver en absoluto. La cordillera sobre la<br />

cual tenía lugar la tormenta eléctrica estaba en el otro lado <strong>de</strong>l valle.<br />

Entonces comenzó a llover. Pegué la espalda a la roca lo más que pu<strong>de</strong>. Mi sombrero servía como una<br />

buena protección. Me hallaba sentado con las rodillas contra el pecho, y sólo se mojaron mis pantorrillas y<br />

mis zapatos.<br />

Llovió largo rato. La lluvia era tibia. La sentía contra <strong>los</strong> pies. Y luego me dormí.<br />

Me <strong>de</strong>spertó el ruido <strong>de</strong> <strong>los</strong> pájaros. Miré alre<strong>de</strong>dor buscando a don Juan. No estaba allí; <strong>de</strong> ordinario<br />

me hubiera preguntado si no me habría <strong>de</strong>jado solo en ese sitio, pero el sobresalto <strong>de</strong> ver en torno casi me<br />

<strong>para</strong>lizó.<br />

Me puse en pie. Mis piernas estaban empapadas, el ala <strong>de</strong> mi sombrero se había reblan<strong>de</strong>cido y tenía<br />

aún un poco <strong>de</strong> agua, que me cayó encima. No estaba en ninguna cueva, sino bajo unos arbustos espesos.<br />

Experimenté un momento <strong>de</strong> confusión sin <strong>para</strong>lelo. Me hallaba <strong>para</strong>do en un pedazo <strong>de</strong> tierra llana entre<br />

dos cerritos cubiertos <strong>de</strong> matas. No había árboles a mi izquierda ni valle a mi <strong>de</strong>recha. Justo frente a mí,<br />

don<strong>de</strong> vi el camino en el bosque, había un arbusto gigantesco.<br />

Rehusé creer lo que presenciaba. La incongruencia <strong>de</strong> mis dos versiones <strong>de</strong> realidad me hizo tentalear<br />

en busca <strong>de</strong> cualquier explicación. Se me ocurrió que era perfectamente posible que don Juan, aprovechando<br />

mi profundo sueño, me hubiera llevado a cuestas hasta otro sitio sin <strong>de</strong>spertarme.<br />

Examiné el lugar don<strong>de</strong> había estado dormido. La tierra estaba seca, y lo mismo en el sitio <strong>de</strong> junto, el<br />

que ocupó don Juan.<br />

Lo llamé un par <strong>de</strong> veces y luego tuve un ataque <strong>de</strong> angustia y bramé su nombre lo más fuerte que<br />

pu<strong>de</strong>. Salió <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> unas matas. Inmediatamente me di cuenta <strong>de</strong> que él sabía lo que pasaba. Su sonrisa<br />

tenía tanta malicia que acabé por sonreír a mi vez.<br />

No quería per<strong>de</strong>r tiempo jugando con él. Dije sin más ni más lo que me ocurría. Expliqué con todo el<br />

cuidado posible cada <strong>de</strong>talle <strong>de</strong> mi prolongada alucinación nocturna. Escuchó sin interrumpir. No podía, sin<br />

embargo, conservar la seriedad, y dos veces le ganó la risa, pero recobró en el acto la compostura.<br />

En tres o cuatro ocasiones pedí sus comentarios; se limitó a menear la cabeza como si todo el asunto<br />

fuera también incomprensible <strong>para</strong> él.<br />

Cuando terminé mi recuento, me miró y dijo:<br />

-Te ves <strong>de</strong> la chingada. A lo mejor necesitas ir al matorral.<br />

Soltó una breve risa, como un cacareo, y añadió que me quitara las ropas y las exprimiera <strong>para</strong> que se<br />

secaran.<br />

La luz <strong>de</strong>l sol era radiante. Había muy pocas nubes. Era un fresco día <strong>de</strong> viento.<br />

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