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Viaje a Ixtlán - los mejores libros de espiritualidad para leer y ...

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-¿De qué habla usted?<br />

-El cuervo era un augurio -prosiguió-. Si supieras cómo son <strong>los</strong> cuervos, le habrías huido a ese sitio como<br />

a la peste. Pero no siempre hay cuervos que <strong>de</strong>n la advertencia, y tú <strong>de</strong>bes apren<strong>de</strong>r a hallar, por ti mismo,<br />

un sitio apropiado <strong>para</strong> acampar o <strong>de</strong>scansar.<br />

Tras una larga pausa, don Juan se volvió, <strong>de</strong> repente hacia mí y dijo que, <strong>para</strong> hallar el sitio apropiado<br />

don<strong>de</strong> <strong>de</strong>scansar, sólo tenía uno que cruzar <strong>los</strong> ojos. Me dirigió una mirada sapiente y, en tono<br />

confi<strong>de</strong>ncial, dijo que yo había hecho precisamente eso cuando rodaba en el pórtico <strong>de</strong> su casa, y que así<br />

pu<strong>de</strong> hallar dos sitios y sus colores. Me hizo saber que mi hazaña lo impresionaba.<br />

-No sé en verdad qué cosa hice -dije.<br />

-Cruzaste <strong>los</strong> ojos -repitió con énfasis-. Ésa es la técnica; eso <strong>de</strong>bes haber hecho, aunque no te<br />

acuer<strong>de</strong>s.<br />

Don Juan me <strong>de</strong>scribió la técnica, cuyo perfeccionamiento llevaba años; consistía en forzar gradualmente<br />

a <strong>los</strong> ojos a ver por se<strong>para</strong>do la misma imagen. La carencia <strong>de</strong> conversión en la imagen involucraba<br />

una percepción doble <strong>de</strong>l mundo; esta doble percepción, según don Juan, daba a uno oportunidad <strong>de</strong><br />

evaluar cambios en el entorno, que <strong>los</strong> ojos eran por lo común incapaces <strong>de</strong> percibir.<br />

Don Juan me animó a hacer la prueba. Me aseguró que no dañaba la vista. Dijo que yo <strong>de</strong>bía empezar<br />

lanzando miradas cortas, casi con el rabo <strong>de</strong>l ojo. Señaló un gran arbusto y me puso el ejemplo. Tuve un<br />

sentimiento extraño al verlo dirigir miradas increíblemente rápidas al arbusto. Sus ojos me recordaban <strong>los</strong><br />

<strong>de</strong> un animal mañoso que no pue<strong>de</strong> mirar <strong>de</strong> frente.<br />

Caminamos cosa <strong>de</strong> una hora mientras yo trataba <strong>de</strong> no enfocar mi vista en nada. Luego don Juan me<br />

pidió empezar a se<strong>para</strong>r las imágenes percibidas por cada uno <strong>de</strong> mis ojos. Después <strong>de</strong> otra hora, o algo así,<br />

me dio una jaqueca terrible y tuve que <strong>para</strong>rme.<br />

-¿Crees que podrías hallar, tú solo, un sitio apropiado <strong>para</strong> que <strong>de</strong>scansemos? -preguntó.<br />

Yo no tenía i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> cuál era el criterio acerca <strong>de</strong> un "sitio apropiado". Me explicó pacientemente que<br />

mirar en vistazos cortos permitía a <strong>los</strong> ojos apresar visiones insólitas.<br />

-¿Como qué? -pregunté.<br />

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-No son visiones propiamente dichas -dijo él-. Son más bien sensaciones. Si miras un arbusto o un árbol<br />

o una piedra don<strong>de</strong> tal vez te gustaría <strong>de</strong>scansar, tus ojos pue<strong>de</strong>n darte a sentir si ése es o no el mejor sitio<br />

<strong>de</strong> reposo.<br />

De nuevo lo insté a <strong>de</strong>scribir qué eran aquellas sensaciones, pero él no podía <strong>de</strong>scribirlas o bien, sencillamente,<br />

no quería. Dijo que yo <strong>de</strong>bía practicar eligiendo un sitio, y él entonces me diría si mis ojos<br />

estaban trabajando o no.<br />

En cierto momento percibí lo que me pareció un guijarro que reflejaba luz. No podía verlo si enfocaba<br />

en él mis ojos, pero recorriendo el área con vistazos rápidos percibía una especie <strong>de</strong> resplandor leve. Señalé<br />

a don Juan el sitio. Se hallaba en medio <strong>de</strong> una zona llana, sin sombra, privada <strong>de</strong> arbustos <strong>de</strong>nsos. Don<br />

Juan rió a carcajadas y luego me preguntó por qué había elegido ese lugar específico. Expliqué que estaba<br />

viendo un resplandor.<br />

-No me importa lo que veas -dijo-. Daría igual que estuvieras viendo un elefante. Lo importante es qué<br />

cosa sientes.<br />

Yo no sentía nada en absoluto. Él me lanzó una mirada misteriosa y dijo que habría querido ser cortés y<br />

sentarse a <strong>de</strong>scansar allí conmigo, pero que iba a sentarse en otro sitio mientras yo probaba mi elección.<br />

Tomé asiento; él me observaba con curiosidad a diez o doce metros <strong>de</strong> distancia. Tras unos minutos<br />

empezó a reír fuerte. Por algún motivo su risa me ponía nervioso. Me irritaba sobremanera. Sentí que se<br />

burlaba <strong>de</strong> mí y eso me enojó. Empecé a poner en duda <strong>los</strong> motivos que me empujaban <strong>para</strong> estar allí.<br />

Había algo <strong>de</strong>finitivamente erróneo en la manera como toda mi empresa con don Juan iba <strong>de</strong>sarrollándose.<br />

Sentí ser un simple peón en sus garras.<br />

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