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Verdad y Método I

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348tampoco porque con él nos encontremos en los comienzos mismos dela lógica (el que piense esto está confundiendo el pensar lógico con lateoría lógica), sino porque la esencia de una conversación orientadahacia las cosas implica también asumir la falta de lógica58.Este problema posee consecuencias hermenéuticas generales. Se tratadel concepto de la intención del autor. No voy a tener ahora en cuentala posición auxiliar que podría ofrecer aquí la jurisprudencia con sudoctrina de la interpretación de la ley. Simplemente me limitaré aapelar al hecho de que, en cualquier caso, el diálogo platónico es unmuestrario de plurivocidad llena de relaciones, de la que el propioStrauss extrae muchas veces cosas importantes. ¿Merece la penasubestimar la verdad mimética de la conversación socrática en Platónhasta el extremo de no ver la plurivocidad en ella misma, incluso enel propio Sócrates? ¿Sabe realmente un autor con tanta exactitud y encada frase lo que quiere decir? El soberbio capítulo sobre la autointerpretaciónfilosófica —y estoy pensando, por ejemplo, en Kant,en Fichte o en Heidegger— me parece que habla un lenguaje muyclaro. Si la alternativa que plantea Strauss, la de que un autorfilosófico o tiene una opinión unívoca o está confuso, fuese correcta,me temo que en muchas cuestiones discutibles de la interpretaciónsólo cabría una consecuencia hermenéutica: la de dar por sentada laconfusión.Para la estructura del proceso hermenéutico me he remitidoexpresamente al análisis aristotélico de la frónesis. Con ello heseguido en el fondo una línea que el propio Heidegger habíaemprendido ya en sus primeros años de Freiburg, cuando su mayorinterés se dirigía contra el neokantismo y la filosofía de los valores (yen última consecuencia también contra el propio Husserl) y en favorde una hermenéutica de la facticidad. Es cierto que, ya en susprimeros intentos, a Heidegger le tuvo que resultar sospechosa labase ontológica de Aristóteles sobre la que se ha montado toda lafilosofía moderna, pero en particular el concepto de la subjetividad yde la conciencia, así como las aporías del historicismo (lo que mástarde, en Ser y tiempo, se llamará la «ontología de lo dado»). Peroexiste un punto en la filosofía aristotélica que ni siquiera entonces fuepara Heidegger» una pura contraimagen, sino más bien un verdaderocompañero de armas para sus propias intenciones fi-filosóficas: lacrítica aristotélica al «eidos general» de Platón, y positivamente eldescubrimiento de la estructura analógica del bien y su conocimiento,que es la tarea que se plantea en la situación del actuar.Lo que más me admira en la defensa de la filosofía clásica de Strausses cómo intenta comprenderla como una unidad, hasta el punto deque no parece preocuparle la oposición extrema que existe entrePlatón y Aristóteles tanto por la forma como por el sentido de supregunta por el bien. Los tempranos estímulos que yo he recibido deHeidegger me resultaron fecundos entre otras cosas en el sentido deque la ética aristotélica me ayudó sin querer a penetrar mucho másprofundamente en el problema hermenéutico. Y creo que esto no esen modo alguno hacer mal uso del pensamiento aristotélico, sino quecualquiera puede extraer en él esta posible enseñanza, la situaciónhermenéutica en la génesis de la conciencia histórica —sin necesidadde extremarla dialécticamente al estilo de Hegel, para poder evitarla consecuencia insostenible que representa el concepto del saberabsoluto — .En el opúsculo aparecido en 1956, Die Wiedererweckung desgeschichtlichen Bewusstseins, Theodor Litt publica bajo el título DerHistorismus und seine Widersacher («Él historicismo y susenemigos»), una confrontación bastante temperamental con Krügery con Löwith (lamentablemente no también con Strauss), quea mi parecer ronda constantemente este punto. Creo que Litt tienerazón cuando ve en la hostilidad filosófica contra la historia elpeligro de un nuevo dogmatismo. La búsqueda de un patrón fijoy permanente, «que proporcione orientación al que se ve llamado aactuar», adquiere siempre una fuerza especial cuando los errores deljuicio moral-político han conducido a consecuencias fatales. Elproblema de la justicia, el problema del verdadero estado, parece

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