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Verdad y Método I

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361investigación, también en las de las ciencias del espíritu e incluso enla filología. Naturalmente, también en éstas se da en consecuencia elpeligro de que se considere la racionalidad del procedimiento comouna legitimación suficiente del significado de lo «conocido» de estamanera.Pero si se reconoce la problemática de la relevancia, apenas podráapoyarse ya el postulado de la libertad de valores desarrollado porMax Weber. El decisionismo ciego en lo concerniente a Jos objetivosúltimos, que Max Weber apoya ampliamente, no puede satisfacer. Elracionalismo metodológico desemboca aquí en un crudoirracionalismo. Conectar con él la llamada filosofía existencialsignifica entender las cosas al revés. Lo cierto es más bien locontrario. Lo que quería decir Jaspers con su concepto de lailuminación de la existencia era precisamente que hay que sometertambién las decisiones últimas a una iluminación racional —no envano para él «razón y existencia» eran conceptos inseparables—; encuanto a Heidegger, aún llegó a la consecuencia más radical dedesvelar la falacia ontológica de la distinción entre valor y hechodeshaciendo el concepto dogmático del «hecho».Sin embargo, en las ciencias naturales el problema de los valores nodesempeña papel alguno. Rs verdad que, como ya hemos dicho, en elcontexto de su propia investigación están sometidas a nexos quepueden ilustrarse hermenéuticamente. Pero ellas no van con ellonunca más allá del círculo de su propia competencia metodológica.Algo de esto entraría en cuestión en sus planteamientos científicosúnicamente en relación con el problema de si realmente son del todoindependientes de la imagen lingüística del mundo en la que vive elinvestigador como tal, y en particular del esquema lingüístico delmundo de su propia lengua materna.6Sin embargo, la hermenéutica entra aquí en juego también en unsentido distinto. Incluso aunque, mediante una lengua científicanormalizada, pudieran filtrarse todas las connotaciones de la propialengua materna, quedaría en pie el problema de la «traducción» delos conocimientos de la ciencia a la lengua común, que es la queconfiere a las ciencias naturales su universalidad comunicativa y conello su relevancia social.Sin embargo, esto ya no afectaría a la investigación como tal, sinoque sería un mero índice de hasta qué punto ésta no es «autónoma»sino que se encuentra en un contexto social. Y esto se aplica acualquier ciencia. No hace falta querer reservar una autonomíaparticular a las ciencias «comprensivas», y no obstante tampoco sepuede pasar por alto que en ellas el saber pre-científico desempeñaun papel mucho mayor. Desde luego que uno puede darse el placerde despreciar todo lo que en estas ciencias reviste este carácter como«acientífico», racionalmente no convalidado, etc.7. Pero con ello nose hace sino reconocer que ésta es la constitución de tales ciencias.De manera que habrá que hacerse a la idea de que el saber precientífico,que queda en estas ciencias como triste reliquia de a-cientificidad, es lo que constituye precisamente su peculiaridad, yque además determina la vida práctica y social de los hombres —incluidas las condiciones de que éstos hagan ciencia— mucho másintensamente que todo lo que se puede alcanzar y aún desear con elincremento en la racionalización de los nexos de vida humanos.Porque ¿se puede realmente desear que cada cual tenga que confiarsea un experto para todas las cuestiones decisivas de su vida, tantosocial y política como privada y personal? A fin de cuentas, para laaplicación concreta de su ciencia el propio experto no podría servirsede ella, sino de su propia razón práctica. ¿Y por qué tendría que serésta mayor en el experto, aunque fuese el ingeniero social ideal, queen cualquier otra persona?En este sentido me parece desleal reprochar a las cienciashermenéuticas, con un deje de irónica superioridad, que estánrenovando restaurativamente la imagen cualitativa del mundo deAristóteles 8. Para empezar tampoco la ciencia moderna emplea paratodo procedimientos cuantitativos; véanse, como ejemplo, las

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