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Verdad y Método I

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76sino que en cada caso prefiguran y ordenan de un modo distinto el vaivéndel movimiento lúdico en el que consisten. Las reglas e instrucciones queprescriben el cumplimiento del espacio lúdico constituyen la esencia de unjuego. Y esto vale en toda su generalidad siempre que haya alguna clase dejuego. Vale también, por ejemplo, para los juegos de agua o para los juegosde animales. El espacio de juego en el que el juego se desarrolla es medidopor el juego mismo desde dentro, y se delimita mucho más por el orden quedetermina el movimiento del juego que por aquello con lo que éste choca,esto es, por los límites del espacio libre que limitan desde fuera elmovimiento.Frente a todas estas determinaciones generales creo que el jugar humano secaracteriza además porque siempre se juega a algo. Esto quiere decir que laordenación de movimientos a la que se somete posee una determinación que«es elegida» por el jugador. Este delimita para empezar su comportamientolúdico expresamente frente a sus otras formas de comportamiento por elhecho de que quiere jugar. Pero inlcuso dentro ya de la decisión de jugarsigue eligiendo. Elige tal juego en vez de tal otro. A esto responde que elespacio del movimiento de juego no sea meramente el libre espacio delpropio desarrollo, sino un espacio delimitado y liberado especialmente parael movimiento del juego. El juego humano requiere su propio espacio dejuego. La demarcación del campo de juego —igual que la del ámbitosagrado, como destaca con razón Huizinga12— opone, sin transición nimediaciones, el mundo del juego, como un mundo cerrado, al mundo de losobjetivos. El que todo juego sea jugar a algo vale en realidad aquí, donde elordenado vaivén del juego está determinado como un comportamiento quese destaca frente a las demás formas de conducta. El hombre que juega siguesiendo en el jugar un hombre que se comporta, aunque la verdadera esenciadel juego consista en liberarse de la tensión que domina el comportamientocuando se orienta hacia objetivos. Esto nos permitirá determinar mejor enqué sentido jugar es jugar a algo. Cada juego plantea una tarea particular alhombre que lo juega. Este no puede abandonarse a la libertad de su propiaexpansión más que trasformando los objetivos de su comportamiento enmeras tareas del juego. Los mismos niños se plantean sus propias tareascuando juegan al balón, y son tarcas lúdicas, porque el verdadero objetivodel juego no consiste en darles cumplimiento sino en la ordenación yconfiguración del movimiento del juego.Evidentemente la facilidad y el alivio que caracterizan al comportamiento enel juego reposan sobre este carácter especial que revisten las tareas propiasde él, y tienen su origen en el hecho de que se logre resolverlas.Podría decirse que el cumplimiento de una tarea «la representa». Es unamanera de hablar que resulta particularmente plausible cuando se trata dejuegos, pues éste es un campo en el que el cumplimiento de la tarea noapunta a otros nexos de objetividad. El juego se limita realmente arepresentarse. Su modo *de ser es, pues, la auto-representación. Ahora bien,autorrepresentación es un aspecto óntico universal de la naturaleza. Hoy díasabemos que en biología basta con una reducida representación de objetivospara hacer comprensible la forma de los seres vivos 13. Y también es ciertopara el juego que la pregunta por su función vital y su objetivo biológico esun planteamiento demasiado corto. El juego es en un sentido muycaracterístico autorrepresentación.Hemos visto desde luego que la autorrepresentación del jugar humanoreposa sobre un comportamiento vinculado a los objetivos aparentes deljuego; sin embargo, el «sentido» de éste no consiste realmente en laconsecución de estos objetivos. Al contrario, la entrega de sí mismo a lastareas del juego es en realidad una expansión de uno mismo. Laautorrepresentación del juego hace que el jugador logre al mismo tiempo lasuya propia jugando a algo, esto es, representándolo. El juego humano sólopuede hallar su tarea en la representación, porque jugar es siempre ya unrepresentar. Existen juegos que hay que llamar representativos, bien porqueconllevan una cierta representación en las difusas referencias de lasalusiones (por ejemplo en «sota, caballo y rey»), bien porque el juegoconsiste precisamente en representar algo (por ejemplo, cuando los niñosjuegan a los coches).Toda representación es por su posibilidad representación para alguien. Lareferencia a esta posibilidad es lo peculiar del carácter lúdico del arte. En elespacio cerrado del mundo del juego se retira un tabique14. El juego cultualy el drama no representan desde luego en el mismo sentido en el querepresenta un niño al jugar; no se agotan en el hecho de que representan,sino que apuntan más allá de sí mismos a aquéllos que participan comoespectadores. Aquí el juego ya no es el mero representarse a sí mismo de unmovimiento ordenado, ni es tampoco la simple representación en la que se

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