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Richards Keith-Vida-Memorias

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para esos rollos, tío, nosotros somos músicos de blues (aunque tengamos<br />

dieciocho años), hemos recorrido el Misisipi, hemos pasado por Chicago»:<br />

delirios... Pero el hecho es que le estábamos echando un verdadero pulso al orden<br />

establecido, y por supuesto el momento no podía ser más oportuno. Por un lado<br />

están los Beatles: a las madres les encantan, y a los padres también pero, en<br />

cambio, ¿dejarías que una hija tuya se casara con esto? Fue más bien un golpe de<br />

genialidad, y no creo que Andrew ni ninguno de nosotros fuéramos genios,<br />

simplemente dimos en la diana y, una vez tuvimos ese tema bajo control, nos<br />

dijimos: «Bueno, ahora ya podemos entrar en el juego del mundo del<br />

espectáculo y seguir siendo nosotros mismos; no tengo que cortarme el pelo<br />

igual que éste o aquél». Siempre pensé que Andrew era el relaciones públicas por<br />

excelencia, me parecía un tío muy astuto, y me caía muy bien, por muy neurótico y<br />

desorientado sobre su sexualidad que estuviera. Había estudiado en un colegio<br />

privado que se llamaba Wellingborough y, a grandes rasgos y al igual que yo, no<br />

lo había pasado muy bien que dijéramos. Andrew, sobre todo por aquel entonces,<br />

siempre estaba un poco desasosegado, era como el cristal, pero por otro lado<br />

tenía una inmensa seguridad en sí mismo y lo que debía hacer, sólo que con ese<br />

poso de fragilidad en el interior. No cabe la menor duda de que sabía montar<br />

fachadas de puta madre. Me encantaba cómo funcionaba su mente, cómo pensaba<br />

y, después de haber pasado por la escuela de arte y haber estudiado publicidad, vi<br />

enseguida que lo que estaba tratando de hacer tenía sentido.<br />

Firmamos un contrato con Decca y al cabo de unos días estábamos en un<br />

estudio de Denmark Street (¡y encima cobrando!), el Regent Sound Studio: no era<br />

más que un cuartucho forrado con hueveras y con una grabadora Grundig, sólo<br />

que, para que tuviera aspecto de estudio, la grabadora estaba colgada de la pared<br />

en vez de sobre una mesa, porque si estaba en una mesa, no era profesional. En<br />

realidad se dedicaban a hacer jingles, melodías publicitarias para la radio<br />

(«mentoles Murray, mentoles Murray, mejores no hay»), no era más que un estudio<br />

de jingles, muy básico, muy sencillo, y para mí una oportunidad de oro de<br />

aprender los rudimentos de la grabación. Una de las razones por las que lo<br />

escogimos fue que grababan en mono, así que lo que se oía era lo que salía. La<br />

grabadora sólo tenía dos pistas y con ella aprendí a hacer sobregrabaciones, lo<br />

que se llama ping-ponging para ser más exactos: pones la cinta que acabas<br />

de grabar en una pista y vuelves a grabar encima. Por supuesto que es<br />

como volver al tiempo de las cavernas, en lo que a sonido se refiere, porque<br />

le metes otra pasada, aunque descubrimos que tampoco era tan mala idea... Así<br />

que nuestro primer disco, gran parte del segundo, «Not Fade Away» (que fue el<br />

primer single con el que llegamos al tercer puesto de las listas en febrero de

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