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Richards Keith-Vida-Memorias

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que él era uno de los mejores: nos habíamos informado bien. No quería que me<br />

operara alguien a quien no conocía de nada.<br />

Así que el doctor Law volvió a las pocas horas con su anestesista, Nigel, un<br />

escocés. Y a mí no se me ocurrió nada más inteligente que soltarle:<br />

—Nigel, te va a costar tumbarme. Nadie lo ha conseguido hasta ahora.<br />

Y<br />

él dijo:<br />

—Mira esto.<br />

Y en cuestión de diez segundos ya estaba frito. Al cabo de dos horas y<br />

media me desperté sintiéndome estupendamente y dije:<br />

—Bueno, ¿cuándo empezamos?<br />

Y<br />

Law me dice:<br />

—¡Ya estás listo, amigo!<br />

Me había abierto el cráneo, había aspirado todos los coágulos de sangre y<br />

luego me había vuelto a colocar el hueso en su sitio como un sombrerito con seis<br />

grapas de titanio sujetas al resto del cráneo. Yo me encontraba bien, salvo por<br />

haberme despertado enchufado a un montón de tubos: tenía uno en el pito, otro<br />

saliéndome por aquí, otro por allá...<br />

—¿Qué coño es toda esta mierda? ¿Para qué son?<br />

— Ese es el gotero de la morfina —me aclaró Law.<br />

— ¡Ah, bueno, pues ése lo dejamos!<br />

No me estaba quejando. Y, de hecho, no he vuelto a tener un dolor de cabeza<br />

desde entonces. Andrew Law hizo un gran trabajo.<br />

Me tuvieron ingresado una semana más. Y me trajeron un poquito e morfina<br />

extra. Se portaron de maravilla conmigo, una gente encantadora. Al final entendí<br />

que quieren que te sientas a gusto. Yo no solía pedir medicación, pero cuando lo

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