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Richards Keith-Vida-Memorias

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econociera.<br />

Dada mi vocación y el estilo de vida que la acompaña, es muy raro que<br />

siempre haya tenido perros desde el año 1964. El primero fue Syphilis, un<br />

inmenso perro lobo que tuve antes de que naciera Marlon. Y luego vino Ratbag, al<br />

que traje de tapadillo de América en el bolsillo, con el hocico tapado. Se lo di a<br />

mi madre y vivió con ella muchos años. Me paso meses enteros fuera de casa,<br />

pero el tiempo que estás con ellos cuando son cachorros crea un vínculo<br />

indestructible. Ahora tengo varias jaurías por ahí desperdigadas que no se<br />

conocen debido a las limitaciones impuestas por océanos y distancias entre<br />

continentes, aunque tengo la sensación de que se huelen en mi ropa. En los malos<br />

tiempos sé que puedo contar con mis amigos caninos. Cuando estoy solo con los<br />

perros, hablo sin parar. Se les da muy bien escuchar. Seguramente daría la vida<br />

por cualquiera de ellos.<br />

En la casa de Connecticut tenemos unos cuantos: un viejo labrador de pelo<br />

claro que se llama Pumpkin y sale a nadar conmigo en las islas Turcas y Caicos, y<br />

dos bulldogs franceses jóvenes. Le compramos uno a Alexandra que ella mismo<br />

eligió, y le puso Etta en honor a Etta James. Patti se enamoró del cachorro, y<br />

acabamos comprando también a la hermana de Etta, que se había quedado sola en<br />

su jaula de la tienda. A ésa la llamamos Sugar, por el «Sugar on the Floor» de Etta<br />

James, uno de sus mejores discos. Y luego está el famoso perro (famoso para el<br />

equipo de los Stones) llamado Raz, abreviatura de Rasputin, un pequeño chucho<br />

con un carisma y un encanto extraordinarios, y he conocido a unos cuantos. Su<br />

historia es un tanto turbia: al fin y al cabo, es ruso. Por lo visto, junto con otros<br />

trescientos o cuatrocientos perros callejeros como él, andaba rebuscando entre<br />

los cubos de basura del estadio Dynamo de Moscú, donde tocamos en la gira de<br />

1998. Rusia había entrado en una crisis económica grave y la gente los<br />

abandonaba por toda la ciudad. ¡Una vida de perros! No sé muy bien cómo,<br />

consiguió atraer la atención del equipo que estaba montando el escenario y la<br />

demás gente que teníamos ya por allí trabajando. Al final lo adoptaron y se<br />

convirtió en la mascota oficial en muy poco tiempo. Una vez conquistados los<br />

montadores, fue poco a poco abriéndose paso en el escalafón hasta llegar a la<br />

cocina, y de ahí a vestuario y maquillaje. Después de tanto tiempo teniendo que<br />

pelear a diario por la comida, no entraba precisamente por la vista (conozco la<br />

sensación), pero aun así derretía al más duro de los corazones.<br />

Cuando los Stones llegaron para las pruebas de sonido, Chris-sy Kingston,<br />

que trabaja en el departamento de vestuario, fue la que me habló de forma

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