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Richards Keith-Vida-Memorias

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alcohol, pero me lo pensé mejor. Total, teníamos otra botella en el camerino.<br />

Al poco tiempo me agencié una Smith & Wesson del 38 especial. Aquello<br />

era el Salvaje Oeste, ¡y lo sigue siendo! Me la compré en un bar de camioneros<br />

por veinticinco dólares, munición aparte. Así fue como comenzó mi ilícita<br />

relación con tan venerable firma (¡desde luego no aparezco en sus registros como<br />

cliente!). Varios tíos de los que viajaban con nosotros llevaban armas, estábamos<br />

trabajando con unos cabrones que no se andaban con tonterías. Recuerdo esa otra<br />

cara de las cosas: un reguero de sangre corriendo bajo la puerta de un camerino,<br />

darte cuenta de que le están dando una paliza a alguien y saber que más te vale<br />

no meterte. Pero lo peor era ver aparecer a la policía, sobre todo entre<br />

bastidores: ¡joder cómo corrían algunas de las bandas! Muchos de los tipos que<br />

andaban de gira tenían cuentas pendientes con la justicia por alguna razón, por lo<br />

general cosas menores como no estar pagando la pensión alimenticia o robar un<br />

coche. No trabajabas con santos precisamente, eran unos músicos excelentes que<br />

podían meterse en un bolo y hacerse invisibles en medio de aquella nube de<br />

juglares... los cabrones se sabían buscar la vida en la calle como nadie. Entre<br />

bastidores, de repente aparecía un escuadrón de policía con una orden de<br />

detención para alguien que estaba tocando la guitarra en uno de los grupos;<br />

aquello era como el desembarco de la pandilla plumilla: ¡Dios! Pánico total... el<br />

pianista de Ike Turner bajando las escaleras de tres en tres.<br />

Al final de nuestra primera gira por Estados Unidos creíamos que la<br />

habíamos cagado; nos habían relegado al circuito de variedades, éramos<br />

el número circense de los greñudos, pero cuando llegamos al Camegie Hall de<br />

Nueva York nos reencontramos con las adolescentes (se desgañitaban igual que en<br />

Inglaterra): América estaba empezando a vernos de otro modo. Ahí fue donde<br />

percibimos que aquello no era más que el principio.<br />

En el 64, cuando estábamos en Nueva York, Mick y yo no pensábamos<br />

largarnos sin ir al Apollo, así que retomé el contacto con Ronnie Bennett. Nos<br />

fuimos al parque de Jones Beach con todas las Ronettes en un Cadillac rojo. Me<br />

avisaron de recepción:<br />

—Hay una dama esperándolo abajo.<br />

— ¡Venga, nos vamos! —le dije a Mick.<br />

Además era la semana de James Brown en el Apollo. Tal vez debería ser

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