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Richards Keith-Vida-Memorias

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Seguí yendo por allí durante años y simplemente grabábamos en la sala. Si<br />

teníamos grabadora y cinta, la poníamos; y si no, pues daba igual; y si se acababa<br />

la cinta también daba igual. No estábamos allí para grabar sino para tocar, y yo<br />

me sentía otra vez como un niño de coro. Iba tocando algo en segundo plano y<br />

esperaba que no les molestara: un ceño fruncido y me callaba. Pero la cosa es que<br />

me aceptaron. Y luego, un día, me dijeron que en realidad yo no era blanco.<br />

Para los jamaicanos, para los que yo conozco, soy negro pero me he vuelto blanco<br />

para ser su espía, algo así como «nuestro hombre en el norte». Yo me lo tomo<br />

como un cumplido: soy blanco como la nieve, pero con un exultante corazón negro<br />

que se deleita en su secreto. Mi transición gradual de blanco a negro no ha sido<br />

única. Algo parecido le pasó a Mezz Mezzrow, un músico de jazz de los años<br />

veinte y treinta que acabó siendo un negro naturalizado. El fue quien escribió La<br />

rabia de vivir, el mejor libro sobre blues que existe. Mi misión, en cierto<br />

sentido, era conseguir que aquellos tíos grabaran. Finalmente, cuando nos<br />

juntamos en 1975, arrastramos a todo el mundo hasta Dynamic Sounds, pero la<br />

movida del estudio resultó demasiado para ellos. No estaban en su ambiente. «Tú<br />

ponte por aquí, y tú ahí...» La idea de que les dijeran lo que tenían que hacer les<br />

resultaba incomprensible. La experiencia resultó un completo fracaso, de verdad.<br />

Por más que fuera un buen estudio. Ahí fue donde me di cuenta de que, si quería<br />

que aquellos tíos grabaran, iba a tener que ser en el cuarto de estar, en casa,<br />

donde se sintieran a gusto y no estuvieran pensando todo el tiempo en el hecho de<br />

que los estaban grabando. Tuvimos que esperar veinte años para conseguirlo, para<br />

sacar los cortes que queríamos, que es cuando se dieron a conocer como los<br />

Wingless Angels [ángeles sin alas].<br />

Yo me desenganchaba para las giras, pero en mitad de una muy larga<br />

siempre había alguien que me pasaba algo y entonces quería más, así que me<br />

decía: «Bueno, ahora tengo que conseguir más, porque necesito a tener más<br />

tiempo para desengancharme». He conocido a algunas yonquis encantadoras en la<br />

carretera, tías que me han salvado la vida, que me han sacado de un apuro aquí o<br />

allá. Y la mayoría no eran unas tiradas. Muchas eran mujeres sofisticadas y muy<br />

inteligentes que también se me- tían. No era como bajar a las cloacas o a las<br />

casas de putas para encontrar material. De hecho, solía haber en las fiestas<br />

privadas de después de los conciertos o en las que daba la gente de la alta<br />

sociedad, y mucha de la mierda que me he metido en la vida me la ofrecieron<br />

ellas, esas yonquis primerizas, benditas sean.<br />

Pero, incluso entonces, era incapaz de estar con una mujer que no me<br />

gustara de verdad, por más que fueran sólo una o dos noches, un puerto en medio

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