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Richards Keith-Vida-Memorias

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limitaron a secarlo todo y nos dieron otra habitación. Y yo pensaba que iban a<br />

aparecer con la policía.<br />

Al día siguiente, Mick y yo fuimos a dar un paseo, nos sentamos en un banco<br />

y nos pusimos a hacer lo que hace uno allí durante el día: mascar hojas de coca.<br />

Cuando volvimos al hotel nos encontramos con una nota enviada por el cónsul<br />

inglés: «El general nosequé... sería un placer reunirnos». El general en cuestión<br />

era el gobernador militar de Machu Picchu, nos invitaba a cenar en su casa y<br />

resultaba un poco complicado rechazar una invitación así porque estaba al mando<br />

de la zona y concedía los permisos de viaje y esas cosas. Y por supuesto se<br />

aburría como una ostra en aquella región apartada, así que nos convocó a una<br />

villa situada a las afueras de Cuzco. Vivía con un DJ alemán, un muchacho<br />

rubio. No se me olvidará en la vida la decoración: lo había hecho traer todo<br />

de México o directamente de Estados Unidos. Era uno de esos tipos que dejan los<br />

muebles con el plástico puesto, tal vez porque los mosquitos se lo comerían todo<br />

en cuanto los quitara. Eran unos muebles horribles, pero la villa en sí no estaba<br />

mal, era como una inmensa misión española, al menos por lo que recuerdo. El<br />

general resultó un tipo encantador y un gran anfitrión; cenamos muy bien. Y<br />

entonces llegó el plato fuerte a cargo de su novio, el pinchadiscos alemán:<br />

empezaron a poner unos twists horrorosos, soul de pega (estamos hablando del<br />

año 69) y luego el militar va y le ordena al pobre muchacho que nos enseñe el<br />

swim, un baile tan viejo que yo casi había olvidado que existía. El tipo se tiró<br />

al suelo y empezó a rodar y a dar brazadas. Mick y yo nos miramos: «¡Pero qué es<br />

esto! ¿Cómo nos lo montamos para abrirnos?». Era prácticamente imposible no<br />

empezar a descojonarse allí mismo porque aquel pobre infeliz estaba dándolo<br />

todo y se creía que bailaba el swim mejor que nadie a ese lado de la frontera.<br />

«¡Yeah, así se baila, tío!» Habría hecho cualquier cosa que le hubiese ordenado el<br />

general. «Ahora baila el mashed potato»,2 y el tío obedecía al instante. De<br />

verdad que tuvimos la impresión de haber retrocedido un siglo en el tiempo.<br />

Nos marchamos a Urubamba, un pueblo que no queda lejos de Ma-chu<br />

Picchu a orillas del río del mismo nombre. Aquello era el culo del mundo. No<br />

había nada. Desde luego no un hotel. Aquel lugar no aparecía en los mapas de los<br />

turistas. Los únicos forasteros que veían por aquellos lares eran los extraviados,<br />

que era básicamente nuestro caso. Pero al final encontramos un bar y cenamos<br />

estupendamente (gambas con arroz y frijoles) y le contamos a todo el mundo que,<br />

bueno, es que sólo tenemos el coche, ¿no habrá por ahí un sitio donde dormir?<br />

(hablando medio en inglés medio en español como pudimos). Al principio<br />

todo eran negativas, pero se dieron cuenta de que llevábamos una guitarra, así que

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