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Richards Keith-Vida-Memorias

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lazaretos, leproserías, fábricas de pólvora, manicomios; una bonita<br />

mezcla. Dartford era el principal centro inglés para el tratamiento de la<br />

viruela desde la epidemia de 1880. Los hospitales ribereños derramaban su triste<br />

carga sobre los barcos anclados en Long Reach, una estampa tenebrosa en las<br />

fotografías, o desde los barcos que navegaban camino de Londres. Pero la fama<br />

de Dartford y sus alrededores se debía sobre todo a los manicomios, un conjunto<br />

de establecimientos dirigido por la temida Comisión Metropolitana de Asilos<br />

para las personas mentalmente discapacitadas, o como llamen ahora a los<br />

deficientes cerebrales. Los manicomios formaban un cinturón en torno a la zona,<br />

como si alguien hubiera pensado: «¡Ya está, aquí es donde vamos a poner a todos<br />

los chiflados!». Hasta hace poco había un hospital muy grande y de aspecto<br />

más bien siniestro, Darenth Park, que era una especie de campo de trabajo para<br />

niños retrasados. Luego estaba también el Stone House Hospital, nombre bastante<br />

más amable que el original: Asilo para Lunáticos de la Ciudad de Londres; en ese<br />

edificio con frontones neogóticos y una atalaya de estilo Victoriano vivió recluido<br />

y murió de sífilis Jacob Levy, un sospechoso de ser Jack el Destripador. Algunos<br />

de los loqueros eran para casos graves. Cuando teníamos doce o trece años, Mick<br />

Jagger trabajó durante un verano en el de Bexley, que se llamaba Maypole.<br />

Creo que esos majaras eran de clase algo más alta (tenían sillas de ruedas y cosas<br />

así) y Mick se dedicaba a repartir comida por las habitaciones.<br />

Casi todas las semanas se oían sirenas: otro loco que se ha escapado; y<br />

siempre lo encontraban a la mañana siguiente en camisón y temblando de frío en<br />

el campo. Algunos, sin embargo, andaban huidos unos cuantos días y se los podía<br />

ver vagando entre los arbustos. Eso era un aspecto de la vida durante mi infancia.<br />

Tenías la impresión de que seguía la guerra porque utilizaban las mismas sirenas<br />

cuando se escapaba alguien. Uno no se da cuenta hasta mucho más tarde de lo raro<br />

que es el sitio donde se ha criado. Si alguien de fuera te preguntaba cómo se iba a<br />

un sitio, le contestabas con toda naturalidad: «Está justo al otro lado del<br />

loquero; no el grande, el pequeño». Y la gente se te quedaba mirando como si<br />

tú también fueras un paciente del manicomio en cuestión.<br />

Aparte de los anteriores, el único lugar destacable era la cohetería Wells, en<br />

realidad unos cuantos barracones aislados en medio de la marisma. Una noche, en<br />

los cincuenta, saltó por los aires, y con la fábrica varios trabajadores. Fue<br />

espectacular. Cuando me asomé por la ventana tuve la impresión de que había<br />

vuelto a estallar la guerra. Por aquel entonces sólo fabricaban tracas, bengalas,<br />

girándulas y, por supuesto, petardos. Todos los de por allí lo recuerdan, la<br />

explosión que rompió cristales en varios kilómetros a la redonda.

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