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Richards Keith-Vida-Memorias

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nervioso encerrado en aquel agradable barrio residencial de las afueras. Me<br />

sentía como si estuviera en la cárcel y al final me harté. Meg Patterson hizo<br />

un informe donde comunicaba a los departamentos de Estado e Inmigración que<br />

estaba siguiendo el tratamiento médico y, en resumen, el tema acabó en que me<br />

dieron por rehabilitado: a efectos oficiales, para Inmigración era como empezar<br />

de cero, mi historial quedaba limpio y no había constancia de ningún delito. Eran<br />

otros tiempos, se tenía más fe que ahora en la rehabilitación. El visado que<br />

sustituyó al primero, que era únicamente para recibir atención médica,<br />

invalidó todas las restricciones anteriores. Se me amplió de tres a seis meses, de<br />

una a múltiples entradas, con permisos para salir de gira y trabajar, basándose en<br />

la confirmación de que me había rehabilitado y me estaba curando. Seguir un<br />

tratamiento de desintoxicación era como subir un nivel, y luego otro, y así<br />

sucesivamente hasta que se te declaraba plenamente rehabilitado, si es que lo<br />

entendí bien. Y he de decir que siempre le he estado muy agradecido al Gobierno<br />

de Estados Unidos por haberme dejado entrar en el país a fin de conseguir ayuda<br />

para desengancharme.<br />

Liberamos a Marlon y nos mudamos de Nueva Jersey a una casa de alquiler<br />

en South Salem, Nueva York, que se llamaba Frog Hollow: el típico edificio de<br />

estilo colonial que estaba embrujado (según una Anita cada vez más embrujada<br />

ella misma que veía fantasmas de indios mohi-canos patrullando por la colina).<br />

Estaba en la calle donde vivía George C. Scott. quien tenía la mala costumbre de<br />

chocar contra nuestra va-lla blanca de manera regular, borracho como una cuba y<br />

conduciendo a ciento ochenta por hora. El caso es que allí fue donde acabamos,<br />

cerca del monte Kisco, en el condado de Westchester.<br />

También fue más o menos por aquella época cuando Jane Rose em-pezó a<br />

llevar mis asuntos de manera extraoficial. Jane trabajaba sobre todo para Mick,<br />

pero éste le pidió que se quedara en Toronto y me echa-ra una mano cuando todos<br />

los demás se largaron. Y aún sigue conmigo, al cabo de treinta años continúa<br />

siendo mi arma secreta. Debo decir que durante todo el jaleo en Toronto, de<br />

hecho siempre que me trincaba la poli, Mick me cuidó con mucho cariño y nunca<br />

se quejó de nada. El era quien pasaba a encargarse de todo, hacía todo el trabajo<br />

y organizaba a las fuerzas para rescatarme. Mick se ocupó de mí como lo habría<br />

hecho un hermano.<br />

Por aquel entonces, Jane se describía a sí misma como la loncha del<br />

sandwich: estaba entre Mick y yo. Fue testigo de los primeros roces en-tre<br />

nosotros cuando salí de la bruma estupefaciente, cuando se despejó mi neblina

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