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Richards Keith-Vida-Memorias

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Ya por la mera selección del material me dio la impresión de que realmente<br />

había descarrilado, y fue muy triste. Mick no estaba preparado para la posibilidad<br />

de no causar un gran impacto y desde luego se llevó un gran disgusto. Pero lo que<br />

me cuesta imaginar es cómo pudo pensar que aquello podría funcionar. Ahí fue<br />

donde empecé a sospechar que había perdido el contacto con la realidad.<br />

Al margen de lo que hiciera Mick o cuáles fueran sus intenciones, no<br />

pensaba quedarme sentado acumulando resentimiento y veneno. Además, en<br />

diciembre de 1985 mi atención se volvió súbita y forzosamente hacia otro<br />

acontecimiento: la terrible noticia de que Ian Stewart había muerto.<br />

Falleció de un ataque al corazón a los cuarenta y siete años. Yo lo estaba<br />

esperando esa tarde en el Hotel Blakes, junto a Fulham Road. Iba a encontrarse<br />

conmigo después de ver a su médico. A eso de las tres de la mañana me llamó<br />

Charlie. «¿Sigues esperando a Stu?» Le dije que sí. «Bueno, pues no va a ir», así<br />

fue como me dio la noticia. El velatorio fue en el club donde Stu jugaba al golf<br />

(en Leatherhead, Surrey). El habría sabido apreciar la broma de que aquélla fuese<br />

la única manera de arrastrarnos hasta allí. Dimos un concierto en su honor en<br />

el 100 Club: la primera vez que nos subíamos juntos a un escenario desde hacía<br />

cuatro años. La de Stu fue la muerte que más me afectó hasta entonces, aparte de<br />

la de mi hijo. Al principio te quedas como anestesiado y sigues igual que siempre,<br />

como si no se hubiera ido. Y el caso es que siguió presente, apareciendo de un<br />

modo u otro durante mucho tiempo. Todavía lo hace. Las cosas que te vienen a la<br />

mente son de las que te hacen sonreír, las que lo mantienen cercano, como la<br />

forma de alzar la barbilla cuando hablaba.<br />

Todavía se nota su presencia, por ejemplo cuando recuerdo cómo dio su<br />

brazo a torcer sobre Jerry Lee Lewis. Al principio, mi amor por la forma de tocar<br />

del «killer» me hizo perder puntos con Stu. «Un marica aporreando el piano» me<br />

viene a la mente como típica reacción suya. Pero luego, al cabo de unos diez<br />

años, Stu se me acercó una noche y me dijo: «Debo admitir que hay algunos<br />

elementos que salvan a Jerry Lee Lewis». ¡Así sin más! Entre unas tomas. A eso<br />

lo llamo yo «seguir presente».<br />

El nunca hablaba de la muerte salvo que alguien hubiera estirado la pata.<br />

«¡Pobre imbécil, se lo estaba buscando!» La primera vez que fuimos a Escocia,<br />

Stu paró el coche y le preguntó a alguien «¿puede decirme por dónde se va al<br />

Odeon?» con el acento de un orgulloso escocés... de Kent. Stu marcaba sus<br />

propias reglas con aquellas chaquetas de lana y las camisetas polo. Cuando la

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